[Chile] Otro 11 de septiembre (es, fr, en, pt, de)

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  • [Vamos hacia la vida] A 50 años del golpe: “Nunca más” Estado y Capital
  • [Vamos hacia la vida] A casi medio siglo del Golpe Militar: no olvidamos ni perdonamos
  • [Pointblank!] Extraña Derrota: La revolución chilena (1973)
  • [GCI-ICG] Memoria obrera – Chile: septiembre 1973
  • [GCI-ICG] Chile: El fin de la UP y la remergencia del proletariado

[Vamos hacia la vida] A 50 años del golpe: “Nunca más” Estado y Capital

Fuente: https://hacialavida.noblogs.org/a-50-anos-del-golpe-nunca-mas-estado-y-capital/

“(…) La experiencia indica que los obreros, al mantener este movimiento [de toma de fábricas], comprenden la esencia reaccionaria del Estado burgués, al comprobar en la práctica la actitud del gobierno hacia ellos. Lejos de creer en un tránsito pacífico, se van dando cuenta de que la única manera de arreglar las cosas es acabar con este estado mayor de la burguesía que es el gobierno” [1].

Más de tres mil personas asesinadas, entre ellas más de mil desaparecidas. Decenas de miles que recorrieron centros de detención y campos de concentración, siendo víctimas del horror de la tortura, mientras todo un territorio era asolado por el terror uniformado. Mujeres, hombres, niñas y niños son parte de estas terribles cifras ¿Por qué tal nivel de brutalidad y ensañamiento? ¿Contra quiénes se dirigió toda esta violencia genocida? ¿Qué es lo que se quería sepultar tras el sangriento golpe del 11 de septiembre de 1973? ¿Era realmente nuevo este terrorismo de Estado?

Hoy, los relatos de izquierda a derecha convergen en la necesidad de defender la democracia, y se atribuyen mutuamente la responsabilidad de quebrantar el orden constitucional en aquellos años. Bajo esta premisa, construyen sus discursos del “Nunca Más”: si no quieren de vuelta el horror, hay márgenes que no pueden ser sobrepasados. ¿Cuáles? La legalidad que permite y ordena la continua y siempre creciente producción y acumulación de capital. La necesidad de defender el orden democrático cueste lo que cueste se deriva de la necesidad de reproducción del capital.

Entonces, la carnicería desatada tras el golpe no fue una mera maniobra maquiavélica del “imperialismo yanqui” (aunque la injerencia del gobierno de EEUU en la estrategia golpista y posterior represión está totalmente comprobada) ni solo la reacción de una burguesía criolla espantada, contra un gobierno de izquierda antimperialista que habría intentado alcanzar la “justicia social” a través de una vía pacífica. No fueron las reformas del bloque encabezado por Allende la razón de la sanguinaria respuesta militar, sino la actividad de la base de un movimiento que, desde la década anterior, tendía hacia una masiva radicalización y ponía en marcha experiencias autónomas que rompían el marco legal y buscaban responder por sí mismas a las reivindicaciones y necesidades de sus protagonistas, con la conciencia de que la revolución social era el camino. Frente a esas luchas, la clase capitalista local y mundial respondió brutalmente, ahogando en sangre un proceso que acaparaba el interés del anticapitalismo en todo el globo.

Es así que mientras de la memoria popular no podían borrarse los recuerdos de la continua represión policial y militar, desde la “Matanza de la escuela Santa María de Iquique” de  1907 a la masacre de Pampa Irigoin en Puerto Montt el año 1969, tras su triunfo electoral, la coalición reformista pactaba acuerdos de gobernabilidad precisamente con el partido responsable de los asesinatos en la ciudad sureña del año anterior [2] e intentaba cortejar a las FFAA, alentando el mito de la tradición democrática de éstas, mito que le reventó en la cara la mañana del 11 de septiembre, luego de que el mismo “compañero Presidente” hubiera incorporado a los militares a su gabinete en 1972, a despecho de las advertencias explícitas de las bases obreras y campesinas, y reprimía la actividad autónoma de los Cordones Industriales y otras experiencias de acción directa (en Punta Arenas, el 4 de septiembre de 1973 los militares allanaron la empresa “Lanera Austral” en busca de supuestas armas, amparados en la Ley de Control de Armas impulsada por el propio gobierno, lo que terminó con el asesinato del obrero Manuel González).

El programa de la UP se encontraba en continuidad con el anterior gobierno de Frei, buscando modernizar el capitalismo en la región, lo que causaba esperables fisuras y enfrentamientos entre distintos sectores de la burguesía, pero también debía ocuparse de contener el auge del movimiento proletario que, en Chile como en el mundo entero, amenazaba el orden dominante y se negaba a resignarse al papel de espectador al que todo el espectro político quería condenarlo. Tal resistencia a la pasividad, el impulso de protagonizar sus propias vidas que contagiaba a un vasto sector de la población, es lo que verdaderamente causó pavor a la clase capitalista en su conjunto. El capitalismo mundial debía reestructurarse para responder a la crisis a la que había llegado en esos años, y tal reordenamiento debía ser impuesto a sangre y fuego, sobre todo cuando estaba presente la amenaza de transformar la crisis en una salida revolucionaria protagonizada por el propio proletariado, que entregaba su energía y creatividad para responder a la actividad reaccionaria de los clásicos aparatos de la burguesía y generaba sus propias instancias de coordinación y organización, sobrepasando y enfrentando a la burocracia de los partidos de gobierno instalados en los sindicatos y otras organizaciones.

Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo. Y los trabajadores ya sabemos lo que es el fascismo… Consideramos no sólo que se nos está llevando por el camino que nos conducirá al fascismo en un plazo vertiginoso, sino que se nos ha estado privando de los medios para defendernos” [3].

Nos hemos organizado, compañero, en los frentes poblacionales. Nos hemos organizado en los frentes obreros, en los sindicatos. Nos hemos también organizado en los cordones y aún seguimos con la misma cantinela, compañero, de que ‘no es el momento’, y de que hay un poder legislativo y hay un poder judicial. Se nos pidió que nos organizáramos, desde un comienzo, desde la población hasta el nivel más alto, y hasta el momento nos hemos organizado, compañero, y seguimos aun diciendo, el ‘compañero Presidente’ nos sigue pidiendo a nosotros que tengamos calma, que sigamos actuando en esta forma y sigamos organizándonos ¿Pero para qué?… La verdad de las cosas, compañero, es que el pueblo, los obreros ya nos estamos cansando, porque esto es tramitación y estamos luchando contra la burocracia y dentro de nosotros mismos, dentro de nuestras propias defensas, dentro de nuestros propios sindicatos, dentro de nuestro propio poder, compañero, como es la CUT, sigue aún la burocracia, compañero ¿Hasta cuándo?… y los compañeros nos siguen pidiendo que tengamos calma ¿hasta cuándo poh, compañero?… si esto ya se está pasando de castaño a oscuro” [4].

Es decir, la represión burguesa triunfa en medio del proceso de unificación y autonomía de la clase obrera. Ahora entendemos, medianamente, lo que el golpe produjo. La represión constante de la burocracia UP contra la lucha independiente de la clase, su desbandada después del golpe, permite que las FFAA y la burguesía continúen dicha tarea, pero bajo las condiciones, ahora, de la contrarrevolución: de una manera masiva, a sangre y fuego. Ni la doble cantidad de armas existentes hubieran cambiado la actitud de la UP. Esta no era expresión de la valentía o la cobardía, sino de sus objetivos políticos y económicos. Uno de los pocos mártires de la dirección UP que murió en combate, Salvador Allende, dejó claramente establecido, a través de sus palabras y actos, el comportamiento de un hombre que dirigió, consecuentemente, la aplicación del programa reformista: cae defendiendo los principios del honor, de la democracia burguesa, de una constitución, en fin, que sellaba jurídicamente la centenaria explotación de la clase obrera. Muere defendiendo la casa de los presidentes. Pero ¿quién pudo haberle exigido que combatiera junto con los trabajadores en los cordones industriales, si estos eran la negación de lo que él representaba? Nadie. Ni siquiera los obreros se lo exigieron (…) Pero los que le pidieron a la UP, durante tres años, que cumpliera con su programa, sin comprender la profundidad de le actividad política de la clase trabajadora, también fueron consecuentes durante el golpe. Primero le demandaron a la UP que combatiera y como, obviamente, ésta no lo hizo, retrocedieron para proteger su partido. Siguieron sin comprender que en el estado de conciencia y organización de la clase obrera se encontraba la única respuesta posible al golpe militar” [5].

Sin embargo, hoy, la que debería ser la principal lección histórica de aquel periodo sigue pareciendo esquiva: la confianza en la institucionalidad, en la participación en el Estado, estuvo en el corazón de la derrota de nuestras clase hace cincuenta años y lo volvió a estar hace cuatro años cuando en lugar de afirmar las redes que se extendían por todos los barrios tras el 18-19 de octubre, masivamente se desfiló a las urnas y la combatividad desplegada en cada ciudad y territorio de la región chilena se vio nuevamente secuestrada y pacificada a través de las vías de la domesticación democrática, despejando el camino para la contrarrevolución y sembrando la desazón en las cientos de miles de personas que se congregaron en calles y plazas por más de tres meses.

El dolor desatado por la brutalidad estatal no hemos dejado de sentirlo. No cesar en la lucha por un mundo radicalmente distinto a la miseria del Capital es mantener vivo el recuerdo de quienes nos precedieron. Pero para terminar con las derrotas debemos examinar críticamente nuestro pasado y nuestro presente. Una mirada sin mito ni idolatría. No podemos aspirar a imitar un movimiento gestado en un determinado contexto histórico, pero sí podemos comprender qué dinámicas desarrolladas por ese movimiento resultaron ser un obstáculo insalvable e intentar no reproducirlas en las luchas presentes.

¡CONTRA SU SISTEMA DE MUERTE, NOSOTR@S VAMOS HACIA LA VIDA!

[1] Entrevista a obreros de la fábrica ocupada COOTRALACO, Revista “Punto Final” N°90, octubre de 1969, un año antes de la elección de Allende.

[2] El famoso “Estatuto de garantías constitucionales” firmado con la Democracia Cristiana-DC.

[3] “Carta de los Cordones Industriales a Salvador Allende”, 5 de septiembre de 1973.

[4] Intervención de un compañero en una asamblea de la CUT en las postrimerías de la UP. Tomada del documental “La Batalla de Chile, Parte II (El Golpe de Estado)”.

[5] Artículo “Quienes somos”, en el periódico “Correo Proletario” N°2, noviembre de 1975.

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[Vamos hacia la vida] A casi medio siglo del Golpe Militar: no olvidamos ni perdonamos

Fuente: https://hacialavida.noblogs.org/a-casi-medio-siglo-del-golpe-militar-no-olvidamos-ni-perdonamos/

NO OLVIDAMOS la lucha de nuestra clase por recuperar su vida, tomando fábricas y campos, debatiendo acerca de nuevas formas de existencia sin explotación.

NO OLVIDAMOS el enorme y heterogéneo despliegue de actividad proletaria que venía en ascenso desde los 60 y que, al contrario de la mitología partidista, no tenía como principal objetivo la disputa en el terreno electoral.

NO OLVIDAMOS la labor reaccionaria de la socialdemocracia representada en la UP, que hizo todo lo posible por desactivar y controlar al proletariado para poder negociar con los partidos tradicionales de la burguesía y desarrollar su proyecto capitalista etiquetado de socialismo.

NO OLVIDAMOS que el gobierno de la UP no confió jamás en el proceso revolucionario, siendo Allende quien decretó la ley de control de armas, desarmando al proletariado más combativo, dejándolo sin capacidad de profundizar la ruptura y resistir la contrarrevolución.

NO OLVIDAMOS a los partidos que hoy rasgan vestiduras por la democracia pero que no dudaron en apoyar la brutalidad militar contra nuestra clase.

NO OLVIDAMOS tampoco que democracia y dictadura no se oponen, sino que son diferentes y complementarias formas en las que el Estado lleva a cabo la dominación social.

NO OLVIDAMOS a los miles de compañeros y compañeras que sufrieron persecución, tortura, asesinato y desaparición.

NO OLVIDAMOS que las condiciones de miseria contra las que se levantó nuestra clase son producidas por la misma dinámica social que genera la miseria de hoy: las relaciones sociales capitalistas, que producen y se alimentan de la alienación física y psicológica, que condena al hambre, enfermedad, aislamiento y muerte a la inmensa mayoría de la humanidad proletarizada, que precisa y mantiene la jerarquización sexual y toda la violencia asociada a ésta.

NO OLVIDAMOS porque es nuestra historia. Pero por, sobre todo, NO OLVIDAMOS porque vemos repetirse en nuestros convulsivos tiempos muchos de estos elementos.

La mitología de la izquierda del capital ve en el periodo 70-73 la asunción de un gobierno que, apoyado por una marea popular, pretendía alcanzar pacíficamente el socialismo (un pacifismo que no tenía asco alguno en reprimir trabajador@s, allanar fábricas ocupadas o encarcelar, torturar y asesinar revolucionari@s), con grandes héroes que hoy recuerda con empalagosa nostalgia, realzando especialmente la figura de Allende.

Pero las luchas del proletariado en nuestra región estaban en sintonía con la oleada revolucionaria que sacudía a todo el planeta en aquellos años, y contra ellas la clase capitalista oponía una variedad de respuestas. Entre la desarticulación del reformismo (que no excluyó la represión violenta) y la sanguinaria masacre militar, no hay quiebre sino continuidad en la labor represiva del Estado.

Hoy, luego de una revuelta impresionante, el partido del orden en bloque pacta un “Acuerdo por la Paz” cuyo fin explícito es apagar el incendio desatado por la rabia y la creatividad de l@s dominad@s.

Buena parte de la izquierda entra de todas formas al juego, pretendiendo “desbordar” un proceso fabricado precisamente para el encauzamiento y la represión.

No alentemos más derrotas, no fomentemos más delirios. Vamos más allá. Vamos hacia la vida.

NUESTRA MEMORIA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

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[Pointblank!] Extraña Derrota: La revolución chilena (1973)

Fuente en inglés: https://libcom.org/article/strange-defeat-chilean-revolution-1973-pointblank/

I

En la arena espectacular de eventos presentes reconocidos como “noticias”, el funeral de la socialdemocracia en Chile ha sido orquestado como un gran drama por aquellos que entienden la subida y caída de gobiernos más intuitivamente: otros especialistas del poder. Las últimas escenas en el guión chileno han sido escritas en varios campos políticos en concordancia con los requerimientos de ideologías particulares. Algunos han venido a enterrar a Allende, otros a alabarlo. Aún otros exclaman un reconocimiento de sus errores tras los hechos. Cualesquiera sean los sentimientos expresados, estos obituarios han sido escritos con mucha antelación. Los organizadores de la “opinión pública” sólo pueden reaccionar reflexivamente y con una distorsión característica de los propios acontecimientos.

Como los respectivos bloques de la opinión mundial “escogen su lado”, la tragedia chilena es reproducida como farsa a una escala internacional; las luchas de clases en Chile son disimuladas como seudo-conflictos entre ideologías rivales. En las discusiones de la ideología nada será oído de aquellos para los que el “socialismo” del régimen de Allende estaba supuestamente dirigido: los trabajadores y campesinos. Su silencio ha sido asegurado no sólo por quienes los ametrallaron en sus fábricas, campos y casas, sino que también por los que pretenden (y continúan pretendiendo) representar sus “intereses”. A pesar de mil falsedades, sin embargo, las fuerzas que estuvieron involucradas en el “experimento chileno” todavía no se han agotado. Su contenido real será establecido sólo cuando las formas de su interpretación hayan sido desmitificadas.

Por encima de todo, Chile ha fascinado a la llamada izquierda en cada país. Y documentando las atrocidades de la presente junta, cada partido y secta intenta conciliar las estupideces de sus análisis previos. Desde los burócratas-en-el-poder en Moscú, Pekín y Habana a los burócratas-en-el-exilio de los movimientos trotskistas, un coro litúrgico de pretendientes izquierdistas ofrecen sus evaluaciones post-morten de Chile, con conclusiones tan previsibles como su retórica. Las diferencias entre ellos sólo son de matiz jerárquico; comparten una terminología Leninista que expresa 50 años de contrarrevolución a lo largo del mundo.

Los partidos estalinistas del Este y los estados “socialistas” con justa razón ven la derrota de Allende como su derrota: el era uno de los suyos –un hombre de Estado. Con la falsa lógica que es un mecanismo esencial de su poder, aquellos que saben mucho sobre el Estado y la (derrota de) Revolución condenan el derrocamiento de un régimen burgués, constitucional. Por su parte, los importadores “izquierdistas” del trotskismo y maoísmo sólo pueden lamentar la ausencia de un “partido de vanguardia” – el deus ex machina del bolchevismo senil – en Chile. Aquellos que han heredado la derrota de la revolucionaria Kronstadt y Shanghái saben de lo que hablan: el proyecto leninista requiere la imposición absoluta de una deformada “conciencia de clase” (la conciencia de una burocrática clase dominante) sobre los que en sus designios son sólo “las masas”.

Las dimensiones de la “revolución chilena” se encuentran fuera de los límites de cualquier doctrina particular. Mientras los “anti-imperialistas” del mundo denuncian – desde una distancia segura – los espantajos muy-convenientes de la CIA, las razones reales de la derrota del proletariado chileno deben ser buscadas en todas partes. Allende, el mártir, fue el mismo Allende que desarmó las milicias de trabajadores de Santiago y Valparaíso en las semanas previas al golpe y los dejó indefensos ante el ejército cuyos oficiales ya estaban en su gabinete. Estas acciones no pueden simplemente ser explicadas como “colaboración de clase” o una “traición”. Las condiciones para la extraña derrota de la Unidad se prepararon con mucha antelación. Las contradicciones sociales que emergieron en las calles y campos de Chile durante agosto y septiembre no fueron simplemente divisiones entre “Izquierda” y “Derecha”, sino que involucraban una contradicción entre el proletariado chileno y los políticos de todos los partidos, incluyendo aquellos que posaban como los más “revolucionarios”. En un país “subdesarrollado”, se había planteado una lucha de clases altamente desarrollada que amenazaba las posiciones de todos los que deseaban mantener el subdesarrollo, tanto económicamente a través de la dominación imperialista continuada, o políticamente a través del retraso de un auténtico poder proletario en Chile.

II

En todos lados, la expansión del capital crea su aparente opuesto en la forma de movimientos nacionalistas que persiguen apropiarse de los medios de producción “en nombre” de los explotados y, de este modo, apropiarse del poder social y político para sí. La extracción de plusvalía del Imperialismo tiene sus consecuencias sociales y políticas, no sólo en la pobreza forzada de las personas que se deben convertir en sus trabajadores, sino también en el rol secundario asignado a la burguesía local, que es incapaz de establecer su hegemonía completa sobre la sociedad. Este proceso ha tomado muchas formas – desde la xenofobia religiosa de Gadafi a la religión burocrática de Mao – pero en cada instancia, las órdenes de marcha del “anti-imperialismo” son las mismas, y quienes las dan están en idénticas posiciones de mando.

La distorsión imperialista de la economía chilena proveyó una apertura para un movimiento popular que buscaba establecer una base de capital nacional. No obstante, el estatus económico relativamente avanzado de chile, impidió el tipo de desarrollo burocrático que ha llegado al poder por la fuerza de las armas en otras áreas del “Tercer Mundo” (un término que ha sido usado para conciliar las reales divisiones de clase en esos países). El hecho de que la “progresista” Unidad Popular fuese capaz de lograr una victoria electoral como una coalición reformista, fue un reflejo de la peculiar estructura social en Chile, que era en muchos aspectos similar a aquella en los países capitalistas avanzados. Al mismo tiempo, la industrialización capitalista creó las condiciones para la superación de esta alternativa burocrática en la forma de un proletariado rural y urbano que emergió como la clase más importante y una con aspiraciones revolucionarias. En Chile, tanto cristianos como social demócratas debían llegar a ser los adversarios de cualquier solución radical a los problemas existentes.

Hasta la llegada de la coalición UP, las contradicciones en la izquierda chilena entre una base radical de obreros y campesinos y sus llamados “representantes” políticos, se mantuvo a lo largo de extensos antagonismos latentes. Los partidos izquierdistas fueron capaces de organizar un movimiento popular únicamente sobre la base de la amenaza extranjera. Comunistas y socialistas fueron capaces de sostener su imagen como auténticos nacionalistas bajo el gobierno democráta cristiano porque el programa de “chilenización” de Frei (que incluyó una política de reforma agraria que posteriormente Allende emuló conscientemente) estaba explícitamente conectado a la patrocinada-por-América “Alianza para el Progreso”. La izquierda oficial fue capaz de construir su propia alianza en Chile oponiéndose, no al reformismo en sí, sino a un reformismo con vínculos externos. Incluso dada su naturaleza moderada, el programa opositor de la izquierda chilena sólo fue adoptado tras la militante actividad de huelga de los 60s – organizada independiente mente de los partidos – que amenazó la existencia del régimen de Frei.

La futura UP se movería dentro de un espacio abierto por las radicales acciones de los trabajadores y campesinos chilenos; se impuso como una representación institucionalizada de causas proletarias en la medida que era capaz de recuperarlas. A pesar de la naturaleza extremadamente radical de muchas de las huelgas anteriores (que incluían ocupaciones de fábricas y administración de los trabajadores de varias plantas industriales, más notablemente en COOTRALACO), la práctica del proletariado chileno carecía de una expresión teórica correspondiente o de organización, y esta falla en afirmar su autonomía lo dejó abierto a las manipulaciones de los políticos. Pese a esto, la batalla entre reforma y revolución se hallaba lejos de estar decidida.

III

La elección del masón Allende, aunque de ningún modo significó que los trabajadores y campesinos hayan establecido su propio poder, sin embargo intensificó la lucha de clases que ocurría en todo Chile. Contrariamente a las afirmaciones de la UP sobre que la clase trabajadores había obtenido una “victoria” mayor, tanto el proletariado como sus enemigos continuaron su batalla por fuera de los canales parlamentarios convencionales. Aunque allende constantemente aseguró a los trabajadores que ambos estaban comprometidos en una “lucha común”, el reveló la verdadera naturaleza de su socialismo-por-decreto al inicio de su gobierno cuando firmo el Estatuto, que formalmente garantizaba que respetaría fielmente la constitución burguesa. Habiendo llegado al poder sobre la base de un programa “radical”, la UP entraría en conflicto con una corriente revolucionaria creciente en su base. Cuando el proletariado chileno mostró que estaba preparado para tomar los slogans del programa UP literalmente – slogans que ascendieron sólo a la retórica vacía y las promesas incumplidas por parte de la coalición burocrática – y las pusieron en práctica, las contradicciones entre la forma y el contenido de la revolución chilena se volvieron aparentes. Los campesinos y trabajadores de Chile estaban empezando a hablar y actuar por sí mismos.

A pesar de su “marxismo”, Allende nunca fue más que un administrador de la intervención estatal en una economía capitalista. El estatismo de Allende – una forma de capitalismo estatal que acompañó el ascenso de todos los administradores del subdesarrollo – fue nada más que una extensión cuantitativa de políticas democrátacristianas. Al nacionalizar las minas de cobre y otros sectores industriales, Allende continuaba la centralización iniciada bajo el control del aparato estatal chileno – una centralización iniciada por el “archienemigo de la izquierda” Frei. Allende, de hecho, se vió forzado a nacionalizar ciertas empresas porque habían sido espontáneamente ocupadas por sus trabajadores. En prevención a la autoorganización de la industria por los trabajadores al desactivar esas ocupaciones, Allende se opuso activamente al establecimiento de relaciones socialistas de producción. Como un resultado de sus acciones, los trabajadores chilenos sólo cambiaron una gama de jefes por otra: la burocracia gobernante, en vez de Kennecott o Anaconda, dirigiendo su trabajo alienado. Este cambio en apariencias podría no conciliar el hecho que el capitalismo chileno se estaba perpetuando a sí mismo. De las ganancias extraídas por las corporaciones multinacionales a los “planes quinquenales” del estalinismo internacional, la acumulación de capital es una acumulación siempre hecha a expensas del proletariado.

Que gobiernos y revoluciones sociales no tengan nada en común fue demostrado también en las áreas rurales. En contraste a la administración burocrática de la “reforma agraria” que fue heredada y continuada por el régimen de Allende, las convulsiones espontáneas armadas de grandes estados ofrecían una respuesta revolucionaria al “problema de la tierra”. Pese a todos los esfuerzos de la CORA (corporación de la reforma agraria) para prevenir esas expropiaciones a través de la mediación de “cooperativas campesinas” (asentamientos), la acción directa de los campesinos fue más allá de aquellas ilusorias formas de “participación”. Muchas de las tomas de fundos fueron legitimadas por el gobierno sólo después que la presión de los campesinos hiciera imposible hacer otra cosa. Reconociendo que tales acciones cuestionaban tanto su autoridad como la de los terratenientes, la UP nunca se perdió una oportunidad para denunciar expropiaciones “indiscriminadas” y llamar a una “desaceleración”.

Las acciones autónomas del proletariado urbano y rural formaron la base para el desarrollo de un movimiento significativo a la izquierda del gobierno de Allende. Al mismo tiempo este movimiento proveyó de otra ocasión para una que una representación política se impusiera en las realidades de la lucha de clases en Chile. Este rol fue asumido por los militantes guevaristas del MIR y su contraparte rural, el MCR (movimiento de campesinos revolucionarios), ambos exitosos en recuperar muchos de los radicales logros de obreros y campesinos. El lema mirista de la “revolución armada” y su rechazo obligatorio de la política electoral fueron meros gestos: poco después de la elección de 1970, un cuerpo de elite de las ex-guerrilas urbanas del MIR se convirtió en la selecta guardia de palacio personal de Allende. Los lazos que unían al MIR-MCR a la UP fueron más allá de puras consideraciones tácticas – ambos tenían intereses comunes que defender. A pesar de los posicionamientos revolucionarios del MIR, actuó acorde a las exigencias burocráticas de la UP: siempre que el gobierno estuvo en problemas, los ayudantes del MIR moverían sus militantes alrededor de la bandera UP. Si el MIR no logró ser la “vanguardia” del proletariado chileno, no fue porque no había suficiente de una vanguardia, sino porque su estrategia fue resistida por aquellos a los que trató de manipular.

IV

La actividad de derecha en Chile aumento, no en respuesta a algún decreto gubernamental, sino por la amenaza directa planteada por la independencia del proletariado. Frente a crecientes dificultades económicas, la UP sólo podía hablar de “sabotaje derechista” y de la obstinación de una “aristocracia obrera”. Pese a todas las denuncias impotentes del gobierno, estas “dificultades” eran problemas sociales que sólo podían ser solucionados en un modo radical a través del establecimiento de un poder revolucionario en Chile. Pese a su pretensión de “defender los derechos de los trabajadores”, el gobierno de Allende probó ser un espectador impotente en la lucha de clases desplegada por fuera de estructuras políticas formales. Eran campesinos y trabajadores por sí mismos los que tomaban la iniciativa contra la reacción, y al hacerlo, crearon nuevas y radicales formas de organización social, formas que expresaban una conciencia de clase altamente desarrollada. Después de la huelga patronal de octubre de 1972, los trabajadores no esperaron a la intervención de la UP, sino que ocuparon activamente las fábricas y empezaron a producir por su cuenta, sin “asistencia” sindical o estatal. Los cordones industriales, que controlaron y coordinaron la distribución de productos, y organizaron la defensa armada contra los patrones, se formaron en las fábricas. Diferente a las “asambleas populares” prometidas por la UP, que existían sólo en el papel, los cordones fueron levantados por los obreros mismos. En su estructura y funcionamiento, estos comités – junto con los consejos rurales – fueron las primeras manifestaciones de una tendencia consejista y como tal constituyó la contribución más importante al desarrollo de una situación revolucionaria en Chile.

Una situación similar existía en los barrios, donde las ineficientes “juntas de abastecimiento” (JAP) controladas por el gobierno, fueron dejadas de lado en las proclamas de “barrios autogobernados” y la organización de comandos comunales por los residentes. A pesar de su infiltración por los fidelistas del MIR, estas expropiaciones armadas de espacio social formaron el punto de partida para un auténtico poder proletario. Por primera vez, gente que antes había sido excluida de la participación en la vida social era capaz de tomar decisiones concernientes a las realidades más básicas de su vida diaria. Los hombres, mujeres y jóvenes de las poblaciones descubrieron que la revolución no era un asunto de la urna; como fuese que se llamara la población – Nueva Habana, Vietnam Heroico – lo que ocurría ahí dentro no tenía nada que ver con los paisajes alienados de sus homónimos.

Pese a que los logros realizados por la iniciativa popular eran considerables, una tercera fuerza capaz de plantear una alternativa revolucionaria al gobierno y a los reaccionarios nunca emergió totalmente. Los trabajadores y campesinos fallaron en extender sus conquistas al punto de reemplazar el régimen de Allende con su propio poder. Su supuesto “aliado”, el MIR, usó su palabrería de oponerse al burocratismo con las “masas armadas” como máscara para sus propias intrigas. En su esquema leninista, los cordones fueron vistos como “formas de lucha” que podrían preparar el camino para modelos de organización futuros, menos “restringidos”, cuyo liderazgo sería llenado sin duda por el MIR.

Por toda su preocupación sobre los planes de derecha que amenazaban su existencia, el gobierno restringió a los trabajadores de tomar acciones positivas para resolver la lucha de clases en Chile. Al hacerlo, la iniciativa pasó de manos obreras al gobierno, y dejarse maniobrar por fuera, el proletariado chileno pavimentó el camino para su futura derrota. En respuesta a las súplicas de Allende tras el abortado golpe del 29 de junio, los trabajadores ocuparon fábricas adicionales sólo para cerrar filas tras las fuerzas que los desarmarían un mes después. Esas ocupaciones siguieron definidas por la UP y sus intermediarios en el sindicato nacional, la CUT, que mantuvo a los obreros aislados unos de otros al parapetarlos dentro de las fábricas. En tal situación, el proletariado era impotente para llevar cualquier lucha independiente, y una vez que se firmó la Ley de Control de Armas, su destino se selló. Como los republicanos españoles que negaron armas a las milicias anarquistas en el frente de Aragón, Allende no estaba preparado para tolerar la existencia de una fuerza proletaria armada fuera de su propio régimen. Todas las conspiraciones de la derecha no habrían durado un día si los trabajadores y campesinos chilenos hubieran armado y organizado sus propias milicias. Pese a que el MIR protestó por la entrada de militares en el gobierno, ellos, como sus predecesores en Uruguay, los Tupamaros, sólo hablaron de armar a los trabajadores y tuvieron poco que ver con la resistencia que tuvo lugar. El lema de los obreros “un pueblo desarmado es un pueblo derrotado” iba a hallar su amarga verdad en la masacre de trabajadores y campesinos que siguió al golpe militar.

Allende fue derrocado no a causa de sus reformas, sino porque fue incapaz de controlar el movimiento revolucionario que se desarrolló espontáneamente en la base de la UP. La junta que se instaló en su posición claramente percibía la amenaza de la revolución y se dedicó a eliminarla con todos los medios que tenía a su disposición. No fue un accidente que la resistencia más fuerte a la dictadura ocurriese en las áreas donde el poder de los trabajadores había llegado más lejos. En la planta textil Sumar en Concepción, por ejemplo, la junta estuvo forzada a liquidar este poder por medio de bombardeos aéreos. Como resultado de las políticas de Allende, los militares podían tener el camino libre para terminar lo que empezó bajo el gobierno UP: Allende fue tan responsable como Pinochet por los asesinatos en masa de obreros y campesinos en Santiago, Valparaíso, Antofagasta y otras provincias. Quizás la ironía más reveladora de todas inherente a la caída de la UP es que mientras muchos de los partidarios de Allende no sobrevivieron el golpe, muchas de sus reformas sí lo hicieron. Tan poco sentido quedaba a las categorías políticas, que el nuevo ministro de relaciones exteriores se describió a sí mismo como “socialista”.

V

Los movimientos radicales están poco desarrollados en la medida en que respetan la alienación y entregan su poder a fuerzas externas en vez de crear por sí mismos. En Chile, los revolucionarios aceleraron el día de su propio Termidor al dejar que los “representantes” hablaran y actuaran a su nombre: aunque la autoridad parlamentaria había sido efectivamente reemplazada por los cordones, los trabajadores no fueron más allá de estas condiciones de poder dual para abolir el estado burgués y los partidos que lo mantienen. Si las futuras luchas en Chile van a avanzar, los enemigos dentro del movimiento obrero deben ser superados prácticamente; las tendencias consejistas en las fábricas, poblaciones y campos serán todo o nada. Todos los partidos de vanguardia que se sigan haciendo pasar como “líderes de los trabajadores” – ya sea el MIR, un PC clandestino, o cuales quiera otros grupos subterráneos escindidos – sólo pueden repetir las traiciones del pasado. El imperialismo ideológico debe ser enfrentado tan radicalmente como el imperialismo económico ha sido expropiado; obreros y campesinos sólo pueden depender de sí mismos para avanzar más allá de lo que lograron los cordones industriales.

Las comparaciones entre la experiencia chilena y la revolución española de 1936 ya se han hecho, y no sólo aquí –uno encuentra extrañas palabras que vienen de trotskistas alabando las milicias de obreros que combatieron toda forma de jerarquía. Mientras es cierto que una tercera fuerza radical emergió en Chile, sólo lo hizo de forma tentativa. A diferencia del proletariado español, los revolucionarios chilenos nunca crearon un nuevo tipo de sociedad sobre las bases de una organización de consejos, y la revolución chilena sólo triunfará si estas formas (cordones, comandos) son capaces de establecer su hegemonía social. Los obstáculos para su desarrollo son similares a los enfrentados en España: los consejos y milicias españoles tuvieron dos enemigos en la forma del fascismo y el gobierno republicano, mientras los obreros chilenos enfrentaron el capitalismo internacional y los manipuladores social-demócratas y el leninismo.

Desde las favelas de Brasil a los campos de trabajo de cuba, el proletariado del Caribe, el proletariado de Latinoamérica ha mantenido una ofensiva continua contra todos aquellos que buscan mantener las condiciones presentes.

En su lucha, el proletariado se enfrenta a varias caricaturas de revolución que se hacen pasar por sus aliados. Estos travestis a su vez han encontrado un falso movimiento de la llamada oposición de “ultraizquierda”. Así, el ex-fascista Perón se prepara para construir un estado corporativo en Argentina, esta vez con un disfraz izquierdista, mientras los comandos trotskistas del ERP lo denuncian por no ser lo suficientemente “revolucionario”, y el ex-guerrillero Castro regaña a todos los que no cumplen con los estándares de la disciplina “comunista”. La historia no fallará en disolver el poder de estos idiotas.

Una conspiración de la tradición – con agentes tanto a la izquierda como a la derecha – asegura que la realidad existente se presente siempre en términos de falsas alternativas. Las únicas alternativas aceptables para el Poder son aquellas entre jerarquías en pugna: los coroneles de Perú o los generales de Brasil, los ejércitos de los estados árabes o de Israel. Estos antagonismos sólo expresan divisiones dentro del capitalismo global, y cualquier alternativa genuinamente revolucionaria tendrá que establecerse ya que es en ninguna parte del poder en Latinoamérica o en cualquier lugar, y esta impotencia constantemente impulsa nuevas acciones. Los trabajadores chilenos no están solos en su oposición a las fuerzas de la contrarrevolución; el movimiento revolucionario que empezó en México con las bandas guerrilleras de Villa no ha llegado a su fin. En las milicias obreras que combatieron en las calles de Santo Domingo en 1965, la insurrección urbana en Córdoba, Argentina en 1969, y las recientes huelgas y ocupaciones en Bolivia y Uruguay, la revuelta espontánea de obreros y estudiantes en Trinidad en 1970, y la continuación de la crisis revolucionaria en sí misma sobre las ruinas de estos conflictos espectaculares. Las mentiras combinadas de la burguesía y el poder burocrático deben ser enfrentadas por una verdad revolucionaria en armas, en todo el mundo como en Chile. No puede haber “socialismo en un país”, o en una fábrica o distrito. La revolución es una tarea internacional que sólo puede ser resuelta a nivel internacional – no reconoce fronteras continentales. Como toda revolución, la revolución chilena requiere el triunfo de movimientos similares en otras áreas. En todas partes, en las huelgas salvajes en Estados Unidos y Alemania Occidental, las ocupaciones de fábricas en Francia y en las insurrecciones civiles en la URSS, las bases para un nuevo mundo se están estableciendo. Aquellos que se reconocen a sí mismos en este movimiento global deben aprovechar la oportunidad de extenderlo con todas las armas subversivas a su disposición.

Traducción al español: https://el-radical-libre.blogspot.com/2013/04/extrana-derrota-la-revolucion-chilena.html

[GCI-ICG] Memoria obrera – Chile: septiembre 1973

Fuente: Grupo Comunista Internacionalista (GCI) – Comunismo n°4 – junio 1980

A continuación, la carta que los cordones industriales dirigieran a Allende el 5 de septiembre de 1973, solo unos días antes del golpe de Pinochet. Hemos considerado importante publicar este documento, ya histórico por que aún sin pretender haberlo sido, es hoy denuncia del papel contrarrevolucionario de todas las unidades populares en el mundo entero, de como los pinochets son imposible sin una clase obrera que ha sido desorientada, desorganizada y desarmada políticamente por la izquierda democrática. Este documento por otro lado permite denunciar todas las peroratas sobre los “generales traidores” a las que nos tienen habituados los partidos de izquierda, y situar las causas reales de la derrota obrera en Chile, no en los enemigos que es evidente que en conjunto preparaban la desorganización de los obreros (sean o no pretendidos amigos), sino en sus propias ilusiones, en su falta total de dirección, de perspectiva comunista. Publicamos este documento, además, porque a menos de 7 años parecería como si nunca hubiese existido, por que todas las fuerzas democráticas de oposición han hecho todo lo posible por enterrarlo intentando que se borre para siempre de nuestra clase, pues mete demasiado el dedo en la llaga. En fin, publicamos este documento, no por que adheramos a su contenido, sino por que resume la tragedia no solo de la clase obrera en chile, sino de la clase obrera mundial, tragedia que seguirá reproduciéndose mientras que el proletariado no barra con sus armas a los Allendes que se esconden con otros nombres en todos los países: “…no solo se nos está llevando por el mal camino que conducirá al fascismo, en un plano vertiginoso, sino que se nos está privando de los medios para defendernos”.

Este documento, lejos de demostrar la fortaleza de nuestra clase, muestra su debilidad más absoluta, su paralización total frente a un Estado burgués que con su careta de izquierda le pedía replegarse mientras golpeaba a todos lo que luchaban por los intereses proletarios y preparaba el mazazo “final”. Desconocer, no señalar ese conjunto de debilidades no contribuirá en absoluto al forjamiento de una perspectiva revolucionaria. Sin embargo, cuando criticamos las ilusiones y debilidades, estamos poniendo en evidencia nuestras propias debilidades, las debilidades de toda nuestra clase, condición imprescindible para superarlas. Nada más ajeno a nosotros, por lo tanto, el despreciar el esfuerzo clasista por romper con las ilusiones allendistas, pero nada sería más irresponsable que publicar este documento como emanante de la clase obrera, sin subrayar hasta que punto las ideas burguesas dominantes entre los obreros – incluso de vanguardia de los cordones industriales – se mostraron más fuertes que su instinto de clase y los llevaban, apenas planteado, al matadero.

El 5 de septiembre (en realidad desde mucho antes) no había duda alguna entre los obreros que iban al matadero, que la represión que había tocado ya sectores importantes, se generalizaría a toda la organización obrera; que se había pasado de una situación en la que el gobierno abanderado con el socialismo “estaba transando (¡sic!) para llegar a un gobierno de centro, reformista, democrático-burgués que tendía a desmovilizar a las masas…” a una situación en la que existía “la certeza de que vamos en una pendiente que nos llevará inevitablemente al fascismo”, “a un régimen fascista del corte más implacable y criminal”. Sin embargo, a ese presidente que se que se le dice por anticipado que “será responsable de llevar al país, no a una guerra civil que ya está en pleno desarrollo, sino que la masacre fría, planificada de la clase obrera…” se lo trata ni más ni menos que de COMPAÑERO Salvador Allende. Esto resume la tragedia de la clase obrera chilena, a todos los que la habían arriado, atado de pies y manos, desde los Partidos, los Sindicatos, el Estado para introducirla totalmente indefensa en el corral de donde no se sale vivo, se le pide decisión contra los que darán el mazazo final. Es como pedirle a los que te llevaron ante el pelotón de fusilamiento, que tomen medidas contra los que apretarán el gatillo. El documento señala con claridad que la desconfianza con respecto a estas fuerzas, se pasa a comprender que ese “reformismo” es el camino más rápido al “fascismo”, pero esas fuerzas se las sigue considerando obreras. “Los trabajadores sentimos honda frustración y desaliento cuando su Presidente, su Gobierno, sus Partido, sus organizaciones, les dan una y otra vez la orden de replegarse en vez de la voz de mano de avanzar”. “Ahora los trabajadores no solamente tenemos desconfianza, estamos alarmados”. “Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que nos han traicionado una otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo”. Es decir, sigue considerando a todos esos reformistas (el reformismo es necesariamente burgués) como “los partidos proletarios”, a los partidos de la UP al gobierno, a los sindicatos, como partidos de los trabajadores, al presidente como el de los trabajadores. A es organismo, la Central Única de Trabajadores, cuya principal función había sido de contener las luchas obreras de acuerdo a las necesidades de valorización del capital, llamar a trabajar más cobrando menos por los intereses de la patria chilena (¡el cobre chileno!) y que llegó a integrar el Gabinete cívico militar del brazo con los generales del ejército chileno que ejecutaría la masacre, se la sigue considerando como “el organismo máximo” de la clase trabajadora.

El panorama era profundamente trágico, incluso aquellos cuya única referencia sobre Chile sean los comentarios de la gran prensa, comprenderán leyendo este texto hasta que punto lo que pasó después fue un desenlace inevitable de la desorientación total de la clase obrera para forjarse su propia vía. Una clase obrera que reconocía que “lo que faltó fue decisión, decisión revolucionaria…, lo que faltó fue una vanguardia decidida y hegemónica” y a falta de ella se le pedía al Presidente que la guiara. Una clase obrera que tenía desconfianza total en todas las fuerzas populistas de la burguesía, pero como tanta otras veces en la historia, no logró construir su propia fuerza. Una clase obrera que en los más profundo de su tragedia, de una tragedia que no es chilena sino mundial, no tiene un programa propio (o mejor dicho desconoce totalmente su programa) y exige el cumplimiento de lo que denomina “programa mínimo”: ni más ni menos que el programa burgués de la Unidad Popular.

En Chile, podemos decir que lo que hubo no fue solo una matanza sistemática preparada por el trillado camino de “la experiencia pacífica de construcción al socialismo”, sino que se realizó integralmente la teoría del apoyo crítico, del frente único, del gobierno obrero, del control obrero… hasta sus últimas consecuencias: la destrucción de toda organización obrera. En efecto independientemente de la importancia relativamente débil que la presencia efectiva del trotskismo tuvo en Chile, independientemente de la ruptura formal entre el MIR y la Cuarta Internacional, fue evidentemente una ideología muy hermanada con el trotskismo internacional la que constituyó la barrera de fuerza, que pudo contener a aquellos proletarios que querían escaparse del corral de donde no pudieron salir. Si, en los Cordones Industriales, lo del camino pacífico al socialismo no lo creía nadie (exceptuando evidentemente los agentes del Estado burgués infiltrados en las filas obreras), en cambio, en lo que se seguía creyendo era en que había que apoyar críticamente a ese “gobierno obrero” para unos, “popular” para otros. Cuanto más el proletariado intentaba desesperadamente escapar al control que sobre él ejercía el Estado burgués, – como tanta otras veces en la historia – más radicalizaba su discurso el centrismo, más se desarrollaron las izquierdas dentro del partido de la burguesía, más convergían hacia “el apoyo crítico”, “el control obrero”, etc. Con todas sus variantes y combinaciones hacia ello convergieron fortificándose izquierdas socialistas, cristianas, del MAPU, etc.; alineándose en una radicalización con todo tipo de matices que antes había sido propiedad exclusiva del MIR. La lectura del documento no deja ninguna duda de que esa ideología radical de la burguesía, fue una fuerza decisiva para impedir el ataque del proletariado al Estado Burgués.

Para que los lectores que no han vivido la “experiencia chilena” y solo hayan escuchado las versiones para la posteridad construidas por la burguesía chilena (socialdemócrata, “comunista”, Trotskista, maoísta, mirista, del MAPU, etc.) y reproducida por sus pares en todo el mundo; puedan comprender lo mejor posible el documento que presentamos y porqué se llega al absurdo de “exigirle” al vértice del Estado burgués que tome las medidas necesarias para “ trasformar las actuales instituciones del Estado donde los trabajadores y el pueblo tengan real ejercicio de poder”, es necesario señalar algunos antecedentes. En septiembre de 1973 no cabe duda que la suerte de la clase obrera estaba decidida, que su debilidad era imponente, que lo que vino después fue solo su ejecución. Sin embargo, no siempre fue así y hubo momentos decisivos en que la represión de izquierda y de derecha, de todo el Estado burgués no eran suficiente: la clase obrera chilena intentaba construirse su propia vía. Fue en esos momentos cruciales, que el centrismo con su clásica política contrarrevolucionaria de “apoyo crítico” patrocinada por el MIR, el guerrillerismo en general (decisivo fueron por ejemplo los consejos y discursos de Fidel Castro en Chile o De Cuba hacia Chile), pasaron realmente a primer plano, a construir la última barrera (pero de fierro) del corral mortal.

Cada vez que la realidad no podía esconderse más y emergían socialmente como inevitables perspectivas o el terrorismo burgués o la destrucción del Estado burgués y la dictadura del proletariado, que suponía evidentemente liquidar por la fuerza en primer lugar el Gobierno de Allende y el ejercito burgués, los ideólogos del apoyo crítico aparecían en primer plano proponiendo una tercera vía: organización y armamento del proletariado, no para enfrentar toda la burguesía y su Estado, sino para exigirle al Gobierno que cumpla con su programa “socialista” (¡sic!) para ejercer el control obrero sobre la producción y la distribución pues así se van logrando “cuotas significativas de poder” (¡sic!) y para defenderse de los ataques de la burguesía (que para estos señores es sinónimo de derecha) que intenta impedir que se cumpla ese programa. Es precisamente la ideología de esta supuesta tercera vía (pues en realidad conduce inevitablemente a la mantención de la dictadura de la burguesía y el terror blanco) la fuerza que paralizó los intentos más decididos de la vanguardia obrera en Chile. Los intentos más violentos en este sentido durante el allendismo se concentran en 1972 y especialmente a partir del 11 de octubre de 1972, cuando los cordones industriales se desarrollan en respuesta a la catastrófica situación a la que la clase obrera es sometida por el capital en crisis, la represión Estatal y agravado en esas fechas por la huelga de comerciantes, transportistas y profesionales impulsada por la “derecha”1.

Efectivamente durante 1972 las luchas obreras se agudizan frente a una burguesía que por un lado le pedía trabajar más por la patria chilena y las transformaciones socialistas y por el otro le cortaba sus medios de vida. Como en toda otra circunstancia de crisis del capitalismo, la derecha y la izquierda se oponen en cuanto a sus intereses fraccionales, pero se complementan en imponer un aumento de la tasa de explotación: trabajar más y comer menos. Como en toda circunstancia similar las luchas obreras contra la burguesía y la represión del Estado burgués se acentúan. El Estado chileno, con Frei a la cabeza, con Allende o luego con Pinochet siguió (como no puede ser nunca de otra manera sea “fascista” o “socialista” el presidente) esa línea de acción inherente a su propia esencia. El Estado burgués al ponerse la careta “comunista”, “socialista”, “allendista”, etc. había intentado solucionar la profunda crisis que la economía nacional chilena atravesaba, utilizando como mejores métodos de aumento de la tasa de explotación, las nacionalizaciones y el verbalismo socialista. Pero como es evidente no podía dejar de reprimir toda lucha obrera contra la explotación y desde el principio del “gobierno de los trabajadores” las luchas de los sin casa, de los mineros… fueron reprimidas. Los partidos del gobierno y Allende si bien denunciaban cada lucha obrera como una provocación, y a los obreros que exigían que se les pagara más se los condenaban como “la aristocracia obrera” (ejemplo a los mineros del cobre); intentaban deslindar responsabilidades frente a cada uno de los hechos represivos: “ellos no podían controlar a los cuerpos represivos no eran responsables de los excesos de los Carabineros y de las Investigaciones”. Es decir, la historia de siempre, el presidente no sabía, el ministro del interior tampoco, el P.C. no está implicado, el PS desconocía que en Investigación se aplicaban torturas, etc.

La agudización de la lucha, la represión estatal y paraestatal del año1972 dificultan enormemente la operación ocultamiento de la realidad. Comienza a quedar al descubierto que los torturadores, los asesinos de obreros, son además de los de Patria y Libertad, del Partido Nacional de PROTECO (protección a la Comunidad)), de la Democracia Cristiana, etc. los partidos del Gobierno. En cada acción de los Carabineros y de Investigaciones contra grupos obreros son identificados dirigentes de la Unidad Popular, del partido “Comunista” y del Partido “socialista”. Allende sigue llamando a trabajar más a “definir, producir y avanzar”; mientras en Investigaciones sus colaboradores, dirigentes como Carlos Toro o Eduardo Paredes2 proseguían sus interrogatorios de obreros encapuchados en base a “la corriente”, golpes, submarino… (muy poco después Pinochet ampliaría esas instalaciones). Ese mismo cuerpo del Estado junto con los carabineros durante todo el año incrementará sus operativos antiobreros entre los que se destaca el ataque a los campamentos de los sin casa de Lo Hermida (concentración de 8 campamentos proletarios). Unas 45 mil personas (cinco campamentos) son atacadas en plena noche por tanquetas de carabineros, micros del Grupo Movil, patrulleras, camionetas, etc. que avanzan alumbrándose con luces de bengala. El ruido de las ráfagas de metralleta, y del estallido de las bombas lacrimógenas tiradas dentro de las casas se mezclaban con los llamados de los autoparlantes a sostener el Gobierno de Allende. Los resultados no los podía tapar nadie (un obrero muerto, niños con lesiones provocadas por los gases, centenas de interrogatorios en investigaciones). Las declaraciones de los pobladores incluidos los allendistas eran terminantes: “En el año 70 llegamos a estos terrenos… jamás íbamos a pensar que lo que no tuvimos con Frei y Alessandri lo íbamos a tener con el compañero Allende”. “Lo que aquí ha ocurrido es una masacre. Los muertos son compañeros pobladores. Los heridos y ultrajados son hombres, mujeres y niños de nuestro campamento, lo que la fuerza policial ha cometido en Lo Hermida es un asesinato contra el pueblo”. “Nosotros hoy con dolor, con pena con rabia decimos que este gobierno se ha manchado las manos con sangre, pero con sangre de los mismo que fueron y marcaron la cruz en el voto para darle el triunfo al gobierno de la UP. Ahora no vamos a salir más a apoyar el reformismo. Vamos a salir a jugarnos, a mostrar que los pobladores sacrificados, vejados, muertos, acribillados, tenemos otro temperamento y otra determinación”. Aparentemente nadie podría evitar las consecuencias, nadie salvo los apoyadores críticos, la última barrera de contención contrarrevolucionaria.

Punto Final centraliza la campaña, denuncia los hechos, culpa al reformismo lo denuncia como lo que es: contrarrevolucionario3, es decir parte de las necesidades y posiciones obreras elementales. Pero cuando se tienen que extraer las conclusiones, se opone férreamente a la única salida proletaria (enfrentar a toda la contrarrevolución sea fascista o reformista) se encuentra siempre en la tercera vía: “Este gobierno tiene dos caminos: estar con el pueblo o ser su asesino”. Es decir se presenta al vértice del Estado burgués como neutro y a sus personeros como capaces de pasar del lado obrero “Porque la meta estratégica de los trabajadores no termina con este gobierno que, eso sí, puede alcanzar el mérito honorable si se lo propone, de abreviar la lucha histórica de la clase trabajadora chilena”4. El problema para esa fuerza trostkisante que se expresaba en Punto Final se reducía entonces a “castigar a los culpables” y a defender el régimen: “… el intercambio de visitas entre La Moneda y Lo Hermida abrió una nueva perspectiva al problema. La suspensión en sus cargos del Director y Subdirector de Investigaciones, contribuyó también a mostrar una apertura del Presidente Allende (¡sic!) al dialogo con los pobladores, que exigían sanciones para los responsables (¡sic!)”5. Y los miristas e izquierdistas varios, sacaban la cara abiertamente por Allende:

“Conocemos a Allende y si bien discrepamos en muchos de sus puntos de vista por no decir de casi todos, has cuestiones fundamentales que le reconocemos. En primer lugar, consecuencia entre lo que piensa, dice y hace. Luego, coraje personal. Además, una trayectoria política incompatible con la represión del pueblo (¡sic!). Por lo tanto, creemos que Allende seguramente (¡sic!) fue el primer sorprendido (¡sic!) y quizás el más fuertemente golpeado (¡sic!) por la salvaje represión descargada sobre ese campamento de los pobladores (evidentemente no más que los pobladores: NDR). La prensa derechista (¡sic!) ha tratado de endosarle la responsabilidad por lo sucedido en un intento de asimilar su gobierno a anteriores regímenes represivos antipopulares (¡sic!)”6.

Al leer la carta de los cordones industriales el lector no debe perder de vista estos acontecimientos y este tipo de toma de posiciones. La situación que fue imponiendo la burguesía era tal que todo ataque obrero al vértice del Estado burgués, era considerado de “derecha” y le hacía el juego al imperialismo. Evidentemente que siempre la burguesía ataca a los revolucionarios de esta manera, lo que fue impresionante fue el nivel de imposición de este mito en toda la sociedad chilena: en ello iba contenida la derrota proletaria.

Como dijimos en octubre la situación de la clase obrera resultaba intolerable, los desabastecimientos (impuestos por la “derecha”) de los artículos indispensables de subsistencia era imponente. Nunca había vivido una situación tan calamitosa en donde trabajara más (gracias a “la izquierda”) por tan poco. Por ello no es gracias al progresismo del gobierno popular (como dice la historia oficial y paraoficial) que hubo tanta lucha obrera, sino por que a la vez la situación era insoportable y que ni la “derecha” ni la “izquierda” habían logrado aún su desorganización total para pegarle el mazazo “final”. Por todos lados se desarrollaron organismos de base con centralizaciones territoriales, asociaciones de obreros en lucha, comandos de campamentos, juntas vecinales, centros de madres, organismos que reúnen artesanos, organismos estudiantiles, etc. que conformaron los Consejos de Trabajadores, que asumieron diferentes denominaciones: Consejo Coordinadores Comunales, Comando Comunales de Trabajadores, Cordones Industriales7. El proletariado solo pretendía una cosa: liquidar a los culpables de la situación insostenible y tomar las riendas de la situación. Evidentemente que la cuestión de poder estaba plantead en todos lados. Era un momento crucial. El gobierno considerando trágica la situación responde formando el Gabinete Cívico Militar al que se refiere el documento que publicamos. El MIR8 y las fuerzas que de hecho lo secundaban se afirmaron en el primer plano, fomentaron e impulsaron todos esos organismos y los consejos coordinadores, las consignas de que había que armarse prendían más que nunca, sostuvieron que era el momento de derrotar el “poder burgués”, es decir se pusieron objetivamente a la cabeza del proceso, pero como siempre para contenerlo en el apoyo crítico. Otra vez se tomaban un conjunto de necesidades y posiciones obreras para dirigir al proletariado al callejón sin salida del apoyo crítico a sus enemigos más disimulados, para llevarlo más hábilmente a la defensa del Estado burgués. Punto Final titula el 7 de noviembre del 72 en enormes caracteres “A derrotar el poder burgués AHORA”. Lo que podía parecer una consigna insurreccional si no se supiese que por “poder burgués” esas fuerzas con el MIR a la cabeza, entienden cualquier cosa menos el “Estado Burgués”. Más que nunca se sostendrá que el Gobierno quisiese ir hacia el socialismo y que la burguesía no lo deja, que el Ejercito no se ha aún defendido, que deberá escoger “El gobierno del Presidente Allende tiene el compromiso con el pueblo (¡sic!) de llevar adelante un programa que significa, textualmente, iniciar la construcción del socialismo (¡sic!), en nuestra patria (¡sic!). Ese objetivo es precisamente, el que la burguesía (¡sic!) trata de impedir que se cumpla”9. Comentando la entrada de los Generales a los Ministerios Punto Final dice: “Las FFAA al margen de sus deseos de mantener una neutralidad que no corresponde a las características del proceso chileno (¡sic!), se verán obligadas a escoger. Su participación en el gobierno de la UP da a oficiales (¡sic!) y soldados la oportunidad de sumarse a la histórica misión de los trabajadores… Las FFAA tienen un papel verdaderamente patriótico (¡sic!) y democrático (¡sic!) que jugar junto al pueblo (¡sic!) apoyando a los trabajadores en su lucha contra la explotación de la burguesía (¡sic!)… Solamente los hechos podrán confirmar (¡sic!) o descartar esta posibilidad. Solo el bando que escojan en la lucha de clases (¡sic!) dará la pauta del significado que tiene el ingreso de las FFAA en la escena política”10. Es decir ahora no solo el Gobierno había dejado de ser parte del Estado burgués, sino que ahora hasta el Ejército no había que destruirlo pues podía elegir y servir a los trabajadores! Es toda esa corriente trostkisante apoyadora “critica” que partirá de necesidades obreras, utilizará un lenguaje hasta “insurreccional”, para defender mejor a la contrarrevolución la que se impondrá en los cordones industriales liquidando toda iniciativa clasista, toda posibilidad de un pasaje a la ofensiva obrera. Esa corriente política internacional consecuente hasta la médula con la contrarrevolución dirigirá los cordones, no hacia al ataque del Estado burgués, sino hacia la autogestión: “En cuanto tales organismos asumen tares concretas – en orden al abastecimiento, de alimentos, transportes, salud, producción y eventual defensa frente al fascismo, toman en sus manos una cuota significativa de poder”11. Mentira reaccionaria que España había sido decisiva: jamás lo trabajadores podrán dirigir la sociedad ni tener “cutas de poder”, sin atacar y destruir al mismo tiempo el Estado burgués (ésta era la única posibilidad de solucionar en serio el desabastecimiento). “Cuotas de poder”, mentira de la contrarrevolución pero que se impondrá y llevará a los trabajadores a la situación de desorientación y masacre del 73 y años sucesivos. “Control obrero” que sacará a la burguesía de una situación dificilísima y le permitirá minuciosamente preparar la masacre.

Podíamos decir que en general en capitalismos la burguesía cuida y vigila sus empresas y el proletariado prepara su guerra. En Chile en la medida que esa ideología se fue imponiendo y “las parcelas del poder se iban conquistando” la cosa fue al revés: mientras los obreros estaban bien entretenidos en cuidar las empresas capitalistas (“Comités de Vigilancia), la burguesía realizaba su guerra y preparaba la masacre. La guerra la ganó así, en 1972 y principio del 73, utilizando más la dispersión que las balas, a finales del 73 solo quedaba realizar la masacre. En ella como siempre cayeron también muchos defensores del Estado Chileno y del allendismo en particular. Ello no es una excepción, sino que siempre que la represión antiobrera se generaliza se toca también a fracciones del capital. A éstos que siguen siendo nuestros enemigos, aunque hoy estén en la oposición, no hay ningún motivo para llorarlos. A los obreros que cayeron es más importante que llorarlos preparar la fuerza de clase para vengarlos. La mejor forma de ser consecuente con ello es luchando contra el capital en todo el mundo, ir gestando la dirección comunista que tanto faltó en Chile, como sigue faltando en el mundo entero. De la historia de nuestra clase tenemos aún muchísimo que aprender y ello será necesario para vencer.

Carta enviada de la Coordinadora de Cordones a Salvador Allende

A su Excelencia el Presidente de la República 5 de septiembre de 1973

Compañero Salvador Allende:

Ha llegado el momento en que la clase obrera organizada en la Coordinadora Provincial de Cordones Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y el Frente Único de Trabajadores en conflicto ha considerado de urgencia dirigirse a usted, alarmados por el desencadenamiento de una serie de acontecimientos que creemos nos llevará no sólo a la liquidación del proceso revolucionario chileno, sino, a corto plazo, a un régimen fascista del corte más implacable y criminal.

Antes, teníamos el temor de que el proceso hacia el Socialismo se estaba transando para llegar a un Gobierno de centro, reformista, democrático-burgués que tendía a desmovilizar a las masas o a llevarlas a acciones insurreccionales de tipo anárquico por instinto de preservación.

Pero ahora, analizando los últimos acontecimientos, nuestro temor ya no es ése, ahora tenemos la certeza de que vamos en una pendiente que nos llevará inevitablemente al fascismo.

Por eso procedemos a enumerarle las medidas que, como representantes de la clase trabajadora, consideramos imprescindibles tomar.

En primer término, compañero, exigimos que se cumpla con el programa de la Unidad Popular, nosotros en 1970, no votamos por un hombre, votamos por un Programa.

Curiosamente, el Capítulo primero del Programa de la Unidad Popular se titula “Poder Popular”, Citamos: Página 14 del programa:

“… Las fuerzas populares y revolucionarias no se han unido para luchar por la simple sustitución de un Presidente de la República por otro, ni para reemplazar a un partido por otros en el Gobierno, sino para llevar a cabo los cambios de fondo que la situación nacional exige, sobre la base del traspaso del poder de los antiguos grupos dominantes a los trabajadores, al campesinado y sectores progresistas de las capas medias…” “Transformar las actuales instituciones del Estado donde los trabajadores y el pueblo tengan el real ejercicio del poder…”

“… El Gobierno popular asentará esencialmente su fuerza y autoridad en el apoyo que le brinde el pueblo organizado…”

Página 15:

“… A través de una movilización de masas se constituirá desde las bases la nueva estructura del poder…”

Se habla de un programa de una nueva Constitución Política, de una Cámara Única, de la Asamblea del Pueblo, de un Tribunal Supremo con miembros asignados por la Asamblea del Pueblo. En el programa se indica que se rechazará el empleo de las Fuerzas Armadas para oprimir al pueblo… (Página 24).

Compañero Allende, si no le indicáramos que estas frases son citas del programa de la Unidad Popular, que era un programa mínimo para la clase, en este momento se nos diría que este es el lenguaje “ultra” de los cordones industriales.

Pero nosotros preguntamos, ¿dónde está el nuevo Estado? ¿La nueva Constitución Política, la Cámara Única, la Asamblea Popular, los Tribunales Supremos?

Han pasado tres años, compañero Allende y usted no se ha apoyado en las masas y ahora nosotros los trabajadores tenemos desconfianza.

Los trabajadores sentimos una honda frustración y desaliento cuando su Presidente, su Gobierno, sus partidos, sus organizaciones, les dan una y otra vez la orden de replegarse en vez de la voz de avanzar. Nosotros exigimos que no sólo se nos informe, sino que también se nos consulte sobre las decisiones, que al fin y al cabo son definitorias para nuestro destino.

Sabemos que en la historia de las revoluciones siempre han habido momentos para replegarse y momentos para avanzar, pero sabemos, tenemos la certeza absoluta, que en los últimos tres años podríamos haber ganado no sólo batallas parciales, sino la lucha total.

Haber tomado en esas ocasiones medidas que hicieran irrevocables el proceso, después del triunfo de la elección de Regidores del 71, el pueblo clamaba por un plebiscito y la disolución de un Congreso antagónico.

En octubre (1972), cuando fue la voluntad y organización de la clase obrera que mantuvo al país caminando frente al paro patronal, donde nacieron los cordones industriales en el calor de esa lucha y se mantuvo la producción, el abastecimiento, el transporte, gracias al sacrificio de los trabajadores y se pudo dar el golpe mortal a la burguesía, usted no nos tuvo confianza, a pesar de que nadie puede negar la tremenda potencialidad revolucionaria demostrada por el proletariado, y le dio una salida que fue una bofetada a la clase obrera, instaurando un Gabinete cívicomilitar, con el agravante de incluir en él a dos dirigentes de la Central Única de Trabajadores, que al aceptar integrar estos ministerios, hicieron perder la confianza de la clase trabajadora en su organismo máximo.

Organismo, que cualquiera que fuese el carácter del Gobierno, debía mantenerse al margen para defender cualquier debilidad de éste frente a los problemas de los trabajadores.

A pesar del reflujo y desmovilización que esto produjo, de la inflación, las colas y las mil dificultades que los hombres y mujeres del proletariado vivían a diario, en las elecciones de marzo de 1973, mostraron una vez más su claridad y conciencia al darle un 43% de votos militantes a los candidatos de la Unidad Popular.

Allí también, compañero, se deberían haber tomado las medidas que el pueblo merecía y exigía para protegerlo del desastre que ahora presentimos.

Y ya el 29 de junio, cuando los generales y oficiales sediciosos aliados al Partido Nacional, Frei y Patria y Libertad se pusieron francamente en una posición de ilegalidad, se podría haber descabezado a los sediciosos y, apoyándose en el pueblo y dándole responsabilidad a los generales leales y a las fuerzas que entonces le obedecían, haber llevado el proceso hacia el triunfo, haber pasado a la ofensiva.

Lo que faltó en todas estas ocasiones fue decisión, decisión revolucionaria, lo que faltó fue confianza en las masas, lo que faltó fue conocimiento de su organización y fuerza, lo que faltó fue una vanguardia decidida y hegemónica.

Ahora los trabajadores no solamente tenemos desconfianza, estamos alarmados.

La derecha ha montado un aparato terrorista tan poderoso y bien organizado, que no cabe duda que está financiado y (entrenado) por la CIA. Matan obreros, hacen volar oleoductos, micros, ferrocarriles.

Producen apagones en dos provincias, atentan contra nuestros dirigentes, nuestros locales partidarios y sindicales.

¿Se les castiga o apresa?

¡No compañero!

Se castiga y apresa a los dirigentes de izquierda.

Los Pablos Rodríguez, los Benjamin Matte, confiesan abiertamente haber participado en el “Tanquetazo”.

¿Se les allana y humilla?

¡No compañero!

Se allana Lanera Austral de Magallanes donde se asesina a un obrero y se tiene a los trabajadores de boca en la nieve durante horas y horas.

Los transportistas paralizan el país, dejando hogares humildes sin parafina, sin alimentos, sin medicamentos.

¿Se los veja, se los reprime?

¡No compañero!

Se veja a los obreros de Cobre Cerrillos, de Indugas, de Cemento Melón, de Cervecerías Unidas. Frei, Jarpa y sus comparsas financiados por la ITT, llaman abiertamente a la sedición.

¿Se les desafuera, se les querella?

¡No compañero!

Se querella, se pide el desafuero de Palestro, de Altamirano, de Garretón, de los que defienden los derechos de la clase obrera.

El 29 de junio se levantan generales y oficiales contra el Gobierno, ametrallando horas y horas el Palacio de la Moneda, produciendo 22 muertos.

¿Se les fusila, se los tortura?

¡No compañero!

Se tortura en forma inhumana a los marineros y suboficiales que defienden la Constitución, la voluntad del pueblo, y a usted, compañero Allende.

Patria y Libertad incita al golpe.

¿Se les apresa, se les castiga?

¡No compañero!, siguen dando conferencias de prensa, se les da salvoconductos para que conspiren en el extranjero.

Mientras se allana Sumar, donde mueren obreros y pobladores, y a los campesinos de Cautín, que defienden al Gobierno, se les somete a los castigos más implacables, paseándolos colgados de los pies, en helicópteros sobre las cabezas de sus familias hasta darles muerte.

Se le ataca a Ud. compañero, a nuestros dirigentes, y a través de ellos a los trabajadores en su conjunto en la forma más insolente y libertina por los medios de comunicaciones millonarios de la derecha.

¿Se les destruye, se les silencia?

¡No compañero!

Se silencia y se destruye a los medios de comunicación de izquierda, el canal 9 de TV, última posibilidad de voz de los trabajadores.

Y el 4 de septiembre, en el tercer aniversario del Gobierno de los trabajadores, mientras el pueblo, un millón cuatrocientos mil, salíamos a saludarlo, a mostrar nuestra decisión y conciencia revolucionaria, la Fach allanaba Mademsa, Madeco, Rittig, en una de las provocaciones más insolentes e inaceptables, sin que exista respuesta visible alguna.

Por todo lo planteado, compañero, nosotros los trabajadores, estamos de acuerdo en un punto con el señor Frei, que aquí hay sólo dos alternativas: la dictadura del proletariado o la dictadura militar.

Claro que el señor Frei también es ingenuo, porque cree que tal dictadura militar sería sólo de transición, para llevarlo a la postre a él a la Presidencia.

Estamos absolutamente convencidos de que históricamente el reformismo que se busca a través del diálogo con los que han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido hacia el fascismo.

Y los trabajadores ya sabemos lo que es el fascismo. Hasta hace poco era solamente una palabra que no todos los compañeros comprendíamos. Teníamos que recurrir a lejanos o cercanos ejemplos: Brasil, España, Uruguay, etc.

Pero ya lo hemos vivido en carne propia, en los allanamientos, en lo que está sucediendo a marinos y suboficiales, en lo que están sufriendo los compañeros de Asmar, Famae, los campesinos de Cautín.

Ya sabemos que el fascismo significa terminar con todas las conquistas logradas por la clase obrera, las organizaciones obreras, los sindicatos, el derecho a la huelga, los pliegos de peticiones.

Al trabajador que reclama sus más mínimos derechos humanos se lo despide, se lo aprisiona, tortura o asesina.

Consideramos no sólo que se nos está llevando por el camino que nos conducirá al fascismo en un plazo vertiginoso, sino que se nos ha estado privando de los medios para defendernos.

Por lo tanto, le exigimos a usted, compañero Presidente, que se ponga a la cabeza de este verdadero Ejército sin armas, pero poderoso en cuanto a conciencia, decisión, que los partidos proletarios pongan de lado sus divergencias y se conviertan en verdadera vanguardia de esta masa organizada, pero sin dirección.

Exigimos:

1/ Frente al paro de los transportistas, la requisición inmediata de los camiones sin devolución por los organismos de masas y la creación de una Empresa Estatal de Transportes, para que nunca más esté en las manos de estos bandidos la posibilidad de paralizar el país.

2/ Frente al paro criminal del Colegio Médico, exigimos que se les aplique la Ley de Seguridad Interior del Estado, para que nunca más esté en las manos de estos mercenarios de la salud, la vida de nuestras mujeres e hijos. Todo el apoyo a los médicos patriotas.

3/ Frente al paro de los comerciantes, que no se repita el error de octubre en que dejamos en claro que no los necesitábamos como gremio. Que se ponga fin a la posibilidad de que estos traficantes confabulados con los transportistas, pretendan sitiar al pueblo por hambre. Que se establezca de una vez por todas la distribución directa, los almacenes populares, la canasta popular.

Que se pase al área social las industrias alimenticias que aún están en las manos del pueblo.

4/ Frente al área social: Que no sólo no se devuelva ninguna empresa donde exista la voluntad mayoritaria de los trabajadores de que sean intervenidas, sino que ésta pase a ser el área predominante de la economía.

Que se fije una nueva política de precios.

Que la producción y distribución de las industrias del área social sea discriminada. No más producción de lujo para la burguesía. Que se ejerza verdadero control obrero dentro de ellas.

5/ Exigimos que se derogue la Ley de Control de Armas. Nueva “Ley Maldita” que sólo ha servido para vejar a los trabajadores, con los allanamientos practicados a las industrias y poblaciones, que está sirviendo como un ensayo general para los sectores (reaccionarios en contra) de la clase obrera en un intento para intimidarlos e identificar a sus dirigentes.

6/ Frente a la inhumana represión a los marineros de Valparaíso y Talcahuano, exigimos la inmediata libertad de estos hermanos de clase heroicos, cuyos nombres ya están grabados en las páginas de la historia de Chile. Que se identifique y se castigue a los culpables.

7/ Frente a las torturas y muerte de nuestros hermanos campesinos de Cautín, exigimos un juicio público y el castigo correspondiente de los responsables.

8/ Para todos los implicados en intentos de derrocar el Gobierno legítimo, la pena máxima.

9/ Frente al conflicto del Canal 9 de TV, que este medio de comunicación de los trabajadores no se entregue ni se transe por ningún motivo.

10/ Protestamos por la destitución del compañero Jaime Faivovic, subsecretario de Transportes.

11/ Pedimos que a través suyo se le manifieste todo nuestro apoyo al Embajador de Cuba, compañero Mario García Incháustegui, y, a todos los compañeros cubanos perseguidos por lo más granado de la reacción y que le ofrezca nuestros barrios proletarios para que allí establezcan su embajada y su residencia, como forma de agradecerle a ese pueblo, lo que hasta ha llegado a privarse de su propia ración de pan para ayudarnos en nuestra lucha.

Que se expulse al Embajador norteamericano, que a través de sus personeros, el Pentágono, la CIA, la ITT, proporciona probadamente instructores y financiamiento a los sediciosos.

12/ Exigimos la defensa y protección de Carlos Altamirano, Mario Palestro, Miguel Henríquez, Oscar Garretón, perseguidos por la derecha y la Fiscalía naval por defender valientemente los derechos del pueblo, con o sin uniforme.

Le advertimos compañero, que con el respeto y la confianza que aún le tenemos, si no se cumple con el programa de la Unidad Popular, si no confía en las masas, perderá el único apoyo real que tiene como persona y gobernante y que será responsable de llevar el país, no a una guerra civil, que ya está en pleno desarrollo, sino que a la masacre fría, planificada, de la clase obrera más consciente y organizada de Latino América. Y que será responsabilidad histórica de este Gobierno, llevado al poder y mantenido con tanto sacrificio por los trabajadores, pobladores, campesinos, estudiantes, intelectuales, profesionales, a la destrucción y descabezamiento, quizás a qué plazo, y a qué costa sangriento, de no sólo el proceso revolucionario chileno, sino también el de todos los pueblos latinoamericanos que están luchando por el Socialismo.

Le hacemos este llamado urgente, compañero Presidente, porque creemos que ésta es la última posibilidad de evitar en conjunto, la pérdida de las vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera chilena y latinoamericana.

[GCI-ICG] Chile: El fin de la UP y la remergencia del proletariado

Fuente: Grupo Comunista Internacionalista (GCI) – Comunismo n°13 – junio 1983

La Unidad Popular y el golpe de setiembre de 1973

Pocos días antes del “golpe” de setiembre de 1973 los Cordones Industriales, dirigían una carta a Allende en la que se le decía que de continuar la línea política aplicada hasta el momento, “será responsable de llevar al país, no a una guerra civil que ya está en pleno desarrollo, sino a la masacre fría, planificada de la clase obrera”12.

Sin más, eso fue lo que sucedió en 1973. No fue una guerra de clases la que hubo luego de septiembre, sino la masacre de un proletariado desorganizado, desarmado, desorientado. La guerra de clases, la burguesía ya la había ganado. En efecto lo decisivo en la guerra, había sido aquella desorganización, y no la ejecución de los desarmados que – como luego de septiembre de 1973 – es siempre una consecuencia inevitable.

El reparto del trabajo entre los distintos componentes del Estado burgués (Democracia Cristiana, Unidad Popular, Ejército…) había sido perfecto, salvo casos marginales, no hubo ataque frontal y organizado contra el Estado del capital.

Sin embargo, la Unidad Popular13 había cumplido su función histórica, había sido decisiva en la preparación de la masacre, pero lamentablemente para ella, el proletariado lo había sentido, intuido y en algunos casos comprendido explícitamente. El hecho de que se le gritase abiertamente al “compañero Allende” que su política preparaba el camino, no para la guerra civil, sino para la masacre planificada de la clase obrera, indicaba al mismo tiempo que la hora había llegado para los de la Unidad Popular: su juego había quedado al descubierto.

Para realizar la masacre, el capital prefirió a los pinochetistas, lo que permitiría enviar las otras fracciones políticas de la burguesía e intentar una cura de credibilización en la oposición.

La paradoja de la “resistencia”

El golpe no sorprendió a nadie, todas las clases sociales y todas las fuerzas políticas conocían sus preparativos. El proletariado no había estado en condiciones de atacar al estado burgués, en su momento de máxima fuerza y autonomía a fines de 1972 y en la primera mitad de 1973; muchísimo menos estaba en condiciones de resistir la matanza cuando ya había sido severamente golpeado y se encontraba en plena desorganización. Por eso el proletariado como clase no resistió y no hubo como en otras circunstancias históricas caracterizadas por el avance militar de la derecha, levantamientos armados de proletarios en respuesta (como por ejemplo en España en 1936), ni tampoco una verdadera huelga general que hiciera temblar a los administradores del Estado (como había sucedido unos meses antes en el caso del Uruguay). Los pinochetistas avanzaron sin grandes obstáculos y hasta sorprendidos por falta de resistencia14. Todo se limitó a trágicas resistencias totalmente sectoriales o individuales, que constituyeron mucho más el pataleo desesperado de quien recibe el mazazo final, que una verdadera resistencia político-militar. Es decir que incluso las batallas limitadas que libró en algunas partes el proletariado, no lo hizo como clase, como sujeto militar que decide en combate, sino obligado como objeto y víctima principal de la represión criminal planificada durante años y desatada por el Estado.

En cuanto a la Unidad Popular el panorama fue diferente. Muchos de sus cuadros no comprendieron, que al menos por el momento habían cumplido su función y que el Estado no los necesitaba más en la administración, sino en su oposición. Esto, sumado a la contraposición de los intereses fraccionales del capital (el proyecto económico de la Unidad Popular contenía la última tentativa del capital de mantener, proteger el viejo aparato industrial incapaz de resultar competitivo internacionalmente y además una parte de ese frente popular representa en Chile los intereses de otro bloque capitalista internacional) determinó en muchos aquellos cuadros, comenzando por Allende mismo, una voluntad real de resistencia.

Por lo tanto, Pinochet se encontró frente a la doble sorpresa: a) Una resistencia que superaba las previsiones en lo que respecta al personal de la izquierda; así por ejemplo no resultaba demasiado agradable para un régimen en constitución el tener que matar a un presidente legalmente elegido y en todos los casos históricos similares las cosas se habían arreglado por las buenas, otorgándole un salvoconducto para dejar al país. B) Una pasividad general de la población, ante el avance del ejército y las ejecuciones sumarias practicadas que hacía inútil y desproporcionada en la mayoría de los casos, el enorme despliegue de fuerzas militares.

Pero como es evidente, la Unidad Popular no podía resistir sin utilizar como carne de cañón (de sus intereses fraccionales) el proletariado. En efecto, su fuerza principal y su acceso al gobierno del Estado burgués, se debía precisamente al hecho de que constituía la fracción burguesa con mayor capacidad de controlar, de encuadrar (es decir estructurar para impedir la lucha autónoma contra el Estado) al proletariado. Por eso muchos dirigentes de la Unidad Popular llamaban desde días antes a organizar la resistencia armada, a transformar a Chile en un “nuevo Vietnam heroico” (Altamirano del P.S.).

Hay sectores que acusan de cinismo e inconsecuencia a todos estos dirigentes que hacían esos llamados a la resistencia ejemplar y que unos días después, poblaban las embajadas en búsqueda de asilo abandonando al proletariado a su propia suerte. Nosotros creemos que no son simplemente cínicos, sino que efectivamente estaban dispuestos a dar batalla en función de sus intereses y que su inconsecuencia se debe a que efectivamente creían que el proletariado iba a lanzarse en esa resistencia, sirviéndole de carne de cañón y que les llevó un cierto tiempo (dentro de Chile sólo algunos días) para comprender su aislamiento. Es decir que poco tiempo antes del golpe e inmediatamente después, estos imbéciles creían que aún quedaban proletarios para hacerse matar por ellos, y bajo su dirección (como veremos este mito que la realidad chilena destruyó rápidamente, pudo ser reproducido por varios años más en el exilio); que no sabían hasta que punto el proletariado los consideraba responsable de esa masacre.

Lo más paradójico de la cuestión, fue que los mismos ministros y dirigentes de los partidos, que habían condenado las luchas obreras, que habían denunciado como haciéndole el juego a la derecha todas las tentativas de acción directa del proletariado, le iban a pedir a esos mismos obreros que “resistieran” en su nombre. Más aún, los que sistemáticamente habían perseguido a todos los grupos que no aceptaban la disciplina capitalista de la Unidad Popular, los que habían denunciado sus huelgas como provocadas por la CIA, los que habían apoyado los ataques militares contra las poblaciones, y hasta los mismos militares y torturadores democráticos que habían requisado, organizado operaciones rastrillo en búsqueda de armas en manos del proletariado, venían ahora a ofrecerles “resistir”. SI, SI, sin ningún tipo de matices desde el General Prat, pasando por los ministros socialistas y comunistas, hasta sus brazos ejecutores, torturadores abiertos, como el Coco Paredes, fueron exactamente los mismos que en base a la violencia y represión habían enfrentado toda tentativa de armamento autónomo de la clase obrera, los que llamaban a los obreros a resistir, a armarse y hasta en algunos casos, les ofrecían directamente armas.

Esos fueron los “héroes” que murieron al costado de Allende o en su misma trayectoria hasta que fueron comprendiendo que el exilio era el mejor negocio. Muchos de esos siniestros personajes, días después del golpe, se apersonaban en lugares de tradicional combatividad obrera, no sólo a contar fantásticas historias sobre la resistencia que estaban organizando y los batallones que se preparaban, o que dirigidos por los “militares democráticos” avanzaban de tal a tal lado…, sino a proponer, a ofrecer “armas para la resistencia”. La negativa a dejarse utilizar una vez más, fue expresada muchas veces con violencia por parte de los obreros. Lamentablemente al respecto se sabe muy poco, porque los principales interesados en divulgar esos hechos, es decir los proletarios mismos, se encontraban demasiado dispersados y destructurados como clase para que ello constituyera una posición explícitamente asumida y además porque incluso en la oposición y el exilio los personeros de la Unidad Popular siguieron constituyendo una fuerza esencialmente represiva, incluso en lo referente a toda tentativa de reconstituir la información sobre los hechos. Recién ahora, a casi 10 años de esos acontecimientos, circula alguna información al respecto y en distintos barrios de Santiago se cuenta con orgullo como tal o tal dirigente de la Unidad Popular fue enviado a la mierda ante sus historias sobre la resistencia.

La unidad popular comienza en el exilio

Pero, ello no quiere decir que la Unidad Popular, inmediatamente después del golpe, haya quedado reducida a un conjunto de dirigentes. En efecto, a pesar de que una parte importante de los proletarios que habían confiado en ella se encontraban entonces en ruptura, la Unidad Popular (como cualquier otro frente o partido burgués) no es sólo un grupo de dirigentes, un programa de canalización de los intereses proletarios en beneficio del Estado capitalista, y un montón de tipos engañados. Es además una estructura, un aparato. La Unidad Popular se había constituido como tal, en base a toda una red de partidos, tendencias, “dirigentes” medios, promesas electorales, matones de barrio, sindicalistas, convencidos…, interesados… En su pasaje por el gobierno, como todo frente constituido por partidos de clientela, su aparato se había desarrollado enormemente en base por ejemplo al control y crecimiento de las fuerzas de investigaciones y otras fuerzas represivas, en base a los interventores nombrados por el gobierno en las empresas públicas y las nacionalizadas, interventores acompañados sin excepción de un mar de adulones, carneros e informantes; en base por fin a muchas promesas realizadas en términos de puestos burocráticos (nunca antes – con Pinochet ha sido peor aún – el Estado había empleado tanto inútil), promesas en vías de realización en términos de viviendas económicas15. Una buena parte de este aparato que cuando el golpe, intento sin éxito, canalizar a su favor al proletariado, y que era reprimida también, emprendió más o menos rápidamente el camino del exilio. Todos los dirigentes importantes que no fueron alcanzados por la represión, o que pudieron comprar su “libertad” y la salida del país se encontraron rápidamente en el exilio. También una gran parte de todo ese aparato de “dirigentes” medios y bajos; así como todos los comprometidos y favorecidos por ese régimen, siguieron ese camino. El resultado fue que en términos cualitativos, lo decisivo de la Unidad Popular se encontró afuera muy rápidamente y en términos cuantitativos lo quedó una minoría en “el frente” (¡sic!).

El MIR, constituyó una excepción temporal al respecto. Sus dirigentes consideraban que el golpe había confirmado su tesis, que lo que había fracasado era el camino pacifico al socialismo y que el golpe abría la fase decisiva y revolucionaria. En el fondo el MIR, nunca tuvo un proyecto estratégico diferente, al socialismo burgués de la Unidad Popular; consideraba que ahora había quedado claro que había que defender ese proyecto con las armas, que ellos eran los únicos consecuentes, que no había que exilarse, que los que abandonaban “el frente” traicionaban. Dirigentes de la primera hora y militantes de base, lucharon y murieron defendiendo tales ideas, hasta que el pequeño aparato militar (en base a la tortura, la cárcel… la desaparición) del que disponían fue desarticulado y los dirigentes más consecuentes liquidados. La resaca del MIR vendió su subsistencia al apoyo interesado del bloque ruso y Cuba, sus dirigentes mucho menos comprometidos con el pasado de lucha, contraposición y denuncia del P”C” y los estados del bloque del Este, se apresuraron en integrar el exilio organizado y terminaron siendo una especie de grupo militar del P”C”.

Por todas partes, el aparato de la Unidad Popular fue bien recibido. En Estados Unidos, Rusia, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Checoslovaquia, Cuba, México… los dirigentes de la Unidad Popular encontraron los brazos abiertos de sus pares, socialdemócratas, “comunistas”. Inmediatamente organizaron sendos aparatos de recepción de los refugiados, mediante los cuales se seleccionaban a quienes se apoyaba, como se apoyaba, qué se le daba, etc. De esta manera en poquísimo tiempo se había reconstituido, en base a las mismas reglas, los mismos “dirigentes”, los mismos tipos de acomodos, de favoritismo, de “pititos”… una impresionante estructura, un aparato del exilio organizado, en cada uno de los países de recepción de refugiados16. Que la gente de aparato se complacía en encontrar las cosas tan igual que en su casa no nos cabe la más mínima duda; el problema fue que en base a ese mismo tipo de estructura de clientela, de promesas, de presiones, intentaban una vez más someter, hacer dependiente, a todos los que llegaban perseguidos por el pinochetismo, incluso a los que habían roto con la Unidad Popular, o a aquellos proletarios que nunca se habían adherido a ese proyecto.

La mitología de la resistencia y la solidaridad

Esa reconstitución de los aparatos de la Unidad Popular en el Exilio, fue alimentada y cementada por una enorme mitología a de la “resistencia” que se desarrolló entre los años 1973 y 1980, precisamente en el período en el cual el pinochetismo se desarrolló con menos obstáculos. “Pinochet caería de un momento a otro”, “se trataba únicamente de algunos oficiales traidores”, “el régimen no tenía base social”, “todo el pueblo estaba con la Unidad Popular”, “la mayor parte del ejército era patriota y demócrata”, “Chile se hundía económicamente y no llegaba al próximo invierno”, “la resistencia crecía”, “los sindicatos se organizaban”, “se preparaban acciones”… Era imposible encontrar algún chileno del aparato que se considerase a si mismo como un militante de base, sin mucha perspectiva de lucha inmediata; todos eran “dirigentes”, todos estaban preparando la resistencia, todos estaban realizando tareas esenciales en coordinación con el “frente” como si se estuviese en plena guerra de resistencia contra el fascismo, hasta ese punto rotundamente paranoico y alejado de la realidad, había llegado la tentativa de mimetismo con respecto al antifascismo y la resistencia durante la segunda guerra.

Nunca hubo tanta gente diciendo que se preparaban acciones y nunca hubo tan poca acción, nunca hubo tanta colecta para la “resistencia” y nunca hubo menos “resistencia”, nunca hubo tantos crédulos en la caída del Pinochet y nunca Pinochet estuvo más fuerte, nunca hubo tantos dirigentes tomando importantísimas resoluciones, discutiendo programas, planes y alianzas y nunca hubo menos consecuencias reales… Existirán millones de anécdotas acerca de esa resistencia que siempre se preparó y que nunca se realizó; de esa resistencia con la que se engañó a tanta gente en todo el mundo, nosotros nos limitaremos a ver brevemente el desarrollo de ese mito y su utilidad interna y externa a la Unidad Popular.

El mito era una necesidad interna y externa de la Unidad Popular, coherente con su ideología burguesa antifascista, y que le permitía mantener su aparato y continuar apareciendo como un interlocutor importante frente a otras fuerzas internacionales (gobiernos, partidos, sindicatos…) del capital.

Internamente, había que mantener o intentar mantener, no ya a aquella parte del aparato directamente interesada en el mismo, sino a aquellos militantes que realmente pretendían luchar por lo que llamaban “socialismo”. Al llegar a los países de destino de los exilados, estos – incluso cuando eran independientes o totalmente críticos con respecto a la Unidad Popular – se encontraban atraídos, no sólo por una dependencia administrativa y económica imposible de evitar (sólo los aparatos de la Unidad Popular estaban en condiciones de solucionar los mínimos problemas de subsistencia, legalidad, visa, alojamiento, permisos de trabajo, becas… que encontraba todo recién llegado), sino porque era – creían – la única llave de contacto con los que habían quedado luchando en condiciones terribles, y con los que querían solidarizarse. De una u otra forma esta subordinación y dependencia, los transformaba en agentes de una mentira gigantesca que, en los “países de acogida” se transformaba en un arma al servicio de toda burguesía nacional.

Los intereses de la burguesía en cada nación, en recibir bien a sus pares de la Unidad Popular pero también en fomentar y desarrollar el mito de la resistencia chilena al fascismo, es evidente. Otra vez, frente a los movimientos de clase que anunciaban la crisis del 74-75, se volvía a intentar la polarización burguesa fascismo-antifascismo que tantos resultados le había dado. Los PS, los P”C”, trotskistas, maoístas, anarcosindicalistas… pero también sectores de la democracia cristiana internacional e incluso clásicos sectores liberales y conservadores; comprendieron que la mejor forma de rehacerse una buena imagen frente a sus clases obreras respectivas, era presentándose como los antifascistas. Ellos no eran los que reprimían a la clase obrera, sino que por el contrario eran solidarios con los reprimidos, con los perseguidos, por la maldad en sí, encarnada ahora por un nuevo y gran chivo expiatorio: la junta chilena, sus campos de concentración y Pinochet. No debemos olvidar que las banderas del antifascismo, la democracia, la resistencia, son las del campo imperialista triunfante en la última guerra mundial capitalista. ¡Qué mejor para la burguesía del mundo entero que recibir a los jefes de la resistencia contra el fascismo!

Esto se comprende bien, es algo así como el ABC, ellos se entienden, tienen los mismos intereses. Lo indignante es el constatar como ese mito de la resistencia al fascismo chileno difundido en el mundo, enganchaba aún a sectores de obreros, que renunciando a su clase apoyaban cuanto acto, movilización, discurso, colecta, manifestación, se hacía en nombre de la “resistencia chilena”. Que la burguesía mundial esté dispuesta a dar dinero para mantener ese mito, para financiar los cientos de viajes de los hombres del negocio chileno de la resistencia, los congresos, reuniones, armas… es totalmente lógico. Lo que calienta a un muerto es el succionar permanente de las escasas fuerzas obreras y que hasta los miserables ahorros de miles de obreros en el mundo entero hayan ido a engrosar las cajas de la tan cacareada Resistencia (?).

Desde nuestro punto de vista, es decir desde el punto de vista del proletariado en lucha por la destrucción del mundo capitalista, ello constituye una evidente debilidad. Fueron centenas de miles de proletarios en todo el mundo, que querían expresar su solidaridad con sus hermanos en Chile, que estaban dispuestos a luchar por ello. Pero no hubo ni una orientación clasista de esa solidaridad, ni una centralización internacionalista de la misma y como pasa siempre que el proletariado no se dota de sus propias orientaciones y de su propia dirección, es su enemigo histórico, la burguesía, quien lo encuadra y orienta al servicio de sus intereses. Por ello la inexistencia de una solidaridad clasista, condujo a que la voluntad de solidaridad fuese canalizada hacia intereses antagónicos a los del proletariado y lo que sucedió en la práctica fue que obreros en distintas partes del mundo consideraban que se solidarizaban con sus hermanos chilenos, en base a la unión sagrada con los partidos burgueses partidarios de la “resistencia chilena”, y que colaboraban con aquella. Como si la mejor solidaridad con los proletarios chilenos no es precisamente la lucha contra “su” propia burguesía, sus estados, sus partidos. El asunto Chile se transformó así, especialmente en Europa, en un arma formidable contra la lucha del proletariado, pues estaba exactamente del otro lado de la barricada de los intereses reales del proletariado y de su lucha contra toda la burguesía “fascista y antifascista”.

El derrumbe del mito

Tal vez hayan sido muy pocos, los dirigentes que sabían realmente como eran las cosas, que el proletariado no los seguía y que sin él, todos los partidos unidos de la Unidad Popular no eran capaces de hacer ninguna resistencia, que en el fondo la resistencia era un mito. La propia estructura, en la que a cada uno se le hace creer que dirige algo, en la que cualquier tarado se considera “dirigente de la resistencia”, realizando importantísimas tareas en función de los “compañeros del frente” contribuye a mantener el mito. Cada “dirigente” infla sus resultados particulares y hace creer a su “dirigente superior” (en realidad cuadro medio bajo) que en su sector las cosas avanzan, éste agrega un poco más a las versiones de cada uno de sus subordinados…, hasta que cuando llegan arriba, las cosas se han multiplicado por 100. Sería por lo tanto exagerado el culpar de todo a las cúspides de los partidos respectivos, cada uno de los aparatos partidarios, cada uno de los escalones se complacen del mito y viven gracias a él.

Al mito lo fue carcomiendo el tiempo y la propia realidad del mundo capitalista en todas partes. Los del aparato de la Unidad Popular tenían que inventar historias cada vez más fantásticas, para que por ejemplo los “fascistas” de Pinochet pudieran seguir superando con sus bárbaros crímenes (sólo así podían continuar siendo las estrellas del antifascismo), a las atrocidades y secuestros realizados en la “democracia argentina” de la última fase peronista (1974-76), a la represión que la burguesía francesa dirigía en Marruecos, a la horrible realidad de los campos de prisioneros de la primera “república socialista del mundo”, o las condiciones de vida que le son impuestas al proletariado en Palestina, a la escalofriante guerra “entre países socialistas”.

En Chile mismo, en los años 1975-76 eran muy pocos los que podían creer en la tan cacareada resistencia. Saltaba a los ojos la desproporcionalidad entre todo lo que se decía que se organizaba y se hacia, en contraposición con la pobre realidad en donde en forma totalmente aislada y sin perspectiva de ninguna especie se batían algunos militantes del MIR con fuerzas miles de veces superiores y sin ningún tipo de escrúpulo (torturas, asesinato…). Por otra parte, dentro de los límites de la crisis generalizada del capital mundial, Pinochet había logrado una cierta reconstitución de la economía, gracias al aumento de la tasa de explotación y ganancia, y Chile, luego de muchos años volvía a situarse por encima de la media, en lo que respecta a ritmos de crecimiento de América Latina. Esa consolidación evidente del régimen, que no encontraba ninguna oposición fuerte, hubiese por si mismo tirado abajo el mito, sino fuese por el fervor casi religioso, especialmente en el exterior, de todo exilado de la Unidad Popular.

Pero de una forma u otra esa “realidad chilena”, que era la única en función de la cual los militantes de la Unidad Popular concebían su vida y el mundo (¡nunca el nacionalismo y el chovinismo habían llegado a tales extremos como en el Exilio chileno organizado!), llegaba a los sectores menos implicados, lo que producía choque cada vez más violentos con la historia tal como se hacía al interior de la Unidad Popular.

Luego se sumaron un conjunto de elementos que deterioraron aún más el mito. Presos salidos de Chile, declaraban que nunca habían recibido ninguna ayuda del exterior cuando estaban en la cárcel. Y ello, cuando los militantes de los distintos aparatos habían hecho miles de “colectas para los presos de Chile”.

Poco a poco a los fantásticos cuentos sobre “el frente” se le empezaron a superponer “soluciones más pragmáticas” como que Pinochet renunciaba y habría un gobierno de transición… o muchas otras, al mismo tiempo que a las “victorias obtenidas” se le comenzaron a superponer las innumerables versiones sobre las luchas entre grupos de interés al interior de cada uno de los partidos, en donde cada versión acusaba a los rivales de horribles traiciones, de inconsecuencia, de robar dinero de la resistencia para uso personal… Todo esto olía fuerte a rotundo fracaso… y además por más crédulo que pueda ser uno… Pinochet continuaba incólume.

En el Exilio, la gran mayoría de los militantes del aparato habían organizado su vida alrededor del mito de la resistencia, y quién más quién menos pensaba volver rápido a Chile en triunfador. En muchos casos la profesión de los militantes era, aunque hoy pueda resultar de humor negro, la de “resistentes”. Entre otros problemas (como los impresionantes traumas o comportamientos psicópatas ante la intuición de la realidad), ello implicaba un costo demasiado grande; en “profesionales” que no se justificaba y que llegado un límite no pudo ser soportado. Todo ello fue debilitando: el aparato y sus mitos.

Las “discrepancias”, que en general era una forma de cubrir políticamente verdaderas luchas de intereses frustraciones, mentiras, negociados, fueron dividiendo y pudriendo cada uno de los aparatos de la famosa “resistencia”. Así se llega a una situación de putrefacción generalizada de los aparatos, en los últimos 4 años de la década del 70, en donde a pesar de lo que dicen los grandes jefes, radio Moscú u otras emisoras fieles, los aparatos se vaciaron, la gente se desbandó. Si bien se han dado casos de rupturas políticas con toda la Unidad Popular, sin que hasta ahora exista a nuestro conocimiento ningún balance serio de su historia al servicio de la contrarrevolución, la gran mayoría de los antiguos militantes han optado por una solución de aislamiento, muchas veces de búsqueda individual de una “solución” y en muchos casos han pasado de la más religiosa credulidad en sus políticos, a la incredulidad total en toda transformación socio-política.

Mientras ese proceso se consumaba fundamentalmente en “el exterior”, en Chile, los límites de la fase de acumulación inicia da en 1975 comenzaron a hacerse sentir, y poco a poco el “milagro chileno” cedió paso a una nueva crisis generalizada. Con ella comenzaron de nuevo todos los problemas que habían quedado suspendidos, y en especial el que más nos interesa: la reemergencia del proletariado, vanguardizado una vez más por el proletariado minero. Se podría pensar que este hecho, hubiese inflado nuevamente la camiseta de los de la Unidad Popular, pues por fin había una verdadera resistencia a Pinochet. En realidad, ello no fue así, ni podía ser así, pues por razones históricas muy concretas la Unidad Popular ha sido el antagonismo vivo de las luchas del proletariado minero. El hecho de que justamente la verdadera lucha contra Pinochet, haya escapado por completo a la estructuración de la Unidad Popular (y que precisamente por ello sea una lucha del proletariado contra la burguesía), que la clase obrera recomience a manifestarse como clase, como fuerza autónoma, en un sector de la clase obrera que tradicionalmente la Unidad Popular no solo no controla, sino que históricamente ha condenado y reprimido, fue el elemento decisivo del derrumbe del mito de la resistencia Unidad Popular y lo que terminó de pudrir los sectores de la Unidad Popular que aún podrían creer.

El proletariado minero

Como lo hemos explicado en otras oportunidades17, el proletariado minero que en el mundo entero ha estado a la vanguardia de las luchas, es en países como Bolivia, Chile, Perú… el núcleo de la lucha del proletariado. Núcleo en el sentido fuerte de la palabra, como centro, como puntal a través del cual todo el proletariado concentra sus energías y ejerce su fuerza contra el enemigo, pues sabe que ahí su correlación de fuerzas (importancia estratégica del sector en la economía nacional) es más favorable. Esto se ha confirmado históricamente, siempre en todos estos países.

En Chile desde tiempos inmemoriales las grandes batallas de clase contra clase, tuvieron como núcleo del proletariado a los mineros. Últimamente todos y cada uno de los gobiernos (Frei, Allende, Pinochet), encontraron el talón de Aquiles de su política económica en la respuesta clasista del proletariado minero.

Hasta el gobierno de Allende las respuestas burguesas, habían sido las tradicionales, el garrote y la zanahoria. El gobierno de Allende fue el primero que intentó incluso eliminar la zanahoria. Cuando ante la baja del poder adquisitivo de los salarios los mineros comenzaron a solicitar aumentos, el gobierno de Allende respondió diciendo que ya ganaban mucho, que Chile era pobre, que ganaban más que los otros obreros, que eran la aristocracia obrera… y como si todo eso fuera poco que “ahora el cobre es chileno”.

Para los mineros, como para cualquier otro sector de la clase obrera, la absurda cuestión filosófica sobre la nacionalidad de las materias brutas o las máquinas con las que tratan, le tienen sin cuidado; trabajar para una sociedad anónima de otro país o para el Estado, es exactamente lo mismo. Su interés es mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, trabajar menos, cobrar más, es decir luchar por imponer a la burguesía una tasa de explotación (tiempo de trabajo en el que producen para el capital dividido el tiempo de trabajo en el que producen valores correspondientes a sus medios de vida) lo menor posible.

Frente a esto el aparato de la Unidad Popular esgrimía su teoría kautskísta-leninista, diciendo que los obreros eran economicistas, tradeunionistas, aristocracia obrera, que las faltaba politización… Lo que le proponían era abandonar su interés “económico” en nombre de su supuesto interés político: “un gobierno de los trabajadores”, y la “nacionalización del cobre”.

Tal vez muchos de los militantes de la Unidad Popular hayan leído “El Capital” y los trabajadores de las minas no. Sin embargo, no nos cabe la más mínima duda de que la esencia de la lucha de clases, del lado proletario, tal como la describe Marx en su obra, ha sido perfectamente comprendida por los mineros y no por los de la Unidad Popular. Nada más normal que los trabajadores luchen por imponer una tasa de explotación menor.

Pero aquí no se encuentra sólo el interés “económico” de los mineros, sino contrariamente a lo que dicen los de la Unidad Popular también su interés general, histórico y político18, pues la lucha por una menor explotación los fortifica en la lucha contra todo el Estado burgués y además porque por otro lado un régimen proletario se caracteriza, primeramente por la apropiación por parte del proletariado del producto (y la reducción del tiempo de trabajo, de su intensidad, etc.) lo que implica en términos inmediatos de disloque general de la tasa de explotación, la liquidación de la plusvalía la transformación del trabajo excedente en un fondo social, etc.

Por lo tanto, aun ignorando todo el resto de 1o que fue la Unidad Popular, hubiese, bastado esa sola argumentación contra las reivindicaciones mineras, hubiese sido suficiente el rechazo y la represión con la que la Unidad Popular respondió a los mineros de El Teniente para caracterizar a dicho frente popular y al gobierno correspondiente como antiproletario y contrarrevolucionario.

No podemos aquí entrar en el detalle de las diferentes luchas que opusieron al proletariado nucleado por el proletariado minero contra todo el capital en Chile, representado por la Unidad Popular. Digamos simplemente que este gobierno, utilizó principalmente el enfrentamiento y la denuncia frontal y utilizando el mito de que el cobre era chileno el argumento de que ganaban más que otros sectores de la clase obrera, intentó (y logró parcialmente) movilizar a otros sectores obreros (que renunciaban claro está a los intereses de su clase) contra los mineros. Como todo esto y la represión no fue suficiente para acallar la lucha de los proletarios del cobre, éstos fueron acusados de agentes de la CIA, de hacerle el juego a la democracia cristiana, al fascismo, a la derecha19.

De ahí que haya sido tan molesto para la Unidad Popular el hecho indiscutible de que hayan sido precisamente los proletarios mineros de El Teniente, y de Chuquicamata la verdadera vanguardia de la lucha contra Pinochet.

En la época más oscura de la contrarrevolución, en los años más tenebrosos del triunfo pinochetista, por 1977-78, cuando en la resistencia ya se creía menos, y la Unidad Popular se derrumbaba, cuando en Chile el asociacionismo obrero estaba en su punto más bajo y solo existían los sindicatos fieles y promocionados por el régimen, los mineros volvieron a anunciar su existencia. Se trataba de los primeros pasos reorganizativos y el pretexto inmediato consistió en un conjunto de reivindicaciones en la mina de El Teniente referentes a la comida, los turnos, etc. Hubo algunas medidas de lucha, el régimen no se atrevió a utilizar la represión, se lograron algunas mejoras.

Luego vino el 81, año en el que la crisis vuelve a manifestarse en Chile y en las emergentes luchas de clase, el proletariado minero volvió a encontrarse a la cabeza. La situación se sigue desarrollando en 1982 y 1983, hasta llegar a la situación actual, de reemergencia del proletariado (no sólo en Chile sino en toda la región) en donde el carácter de vanguardia indiscutido del proletariado minero nadie será capaz de ponerla en duda.

Cuando terminamos este texto (15 junio 1983), se viven jornadas heroicas de lucha de clase contra clase y los mineros constituyen el núcleo central del proletariado. Recordemos una vez más que lo que está a la cabeza de todo el proletariado, son esos mineros que la Unidad Popular decía de derecha, la aristocracia obrera, los economicistas. Que sirva esto de lección terminante no sólo para condenar a todas las fuerzas que en esas circunstancias se pusieron del lado de la Unidad Popular, sino a todas esas teorías kautskistas que constituyen la quintaesencia del pensamiento de la izquierda en el mundo entero.

Al respecto un elemento más. La Unidad Popular consideraba que lo decisivo en la “resistencia” era la “conciencia política”, que equivale a un pensamiento de “izquierda”. Los hechos vienen a confirmar una vez más el ABC de la teoría de Marx contra todos sus revisores, el proletariado reemprende la lucha no en base a la “conciencia” sino contra las condiciones de explotación, el proletariado minero se ve forzado a enfrentarse con todo el Estado chileno, no gracias al aporte de conciencia de la izquierda burguesa!!! (los sectores obreros con mayor tradición P“C” como lo que queda de la industria textil, o como sectores de la transformación industrial del cobre, son los que más les cuestan plegarse a la lucha que se vive hoy), sino aferrándose a sus intereses llamados “económicos”, en realidad aferrándose a sus intereses a secas. Y frente a estos intereses todos los programas de democratizaciones, socializaciones, liberación nacional, no tienen nada que aportar, sin que sean su propia negación. De ahí que la contraposición entre todas esas reformas del capital y la lucha revolucionaria del proletariado no sea sólo un problema estratégico, un problema para otra etapa de la lucha (como pretende la izquierda burguesa), sino que esa contraposición se encuentra en la base misma de la vida y de la lucha del proletariado.

Debilidad y fuerza del proletariado: Perspectiva

Sin lugar a dudas, el hecho de que el proletariado no respondiera como clase en 1973 al ataque de la derecha, fue un signo objetivo e indiscutible de debilidad. Sin embargo, el hecho de que no se dejase arrastrar a una respuesta como furgón de cola de la resistencia de la Unidad Popular, es dentro de aquel cuadro general, una reacción importante y válida de autoconservación y en última instancia, un primer indicador de la fuerza que podía tener cuando remergiera como clase. Hacerse matar por intereses que no son los de ellos, es un error que la historia no perdona, como lo demuestra el millón de muertos que al proletario en España le costó el dejarse arrastrar hacia la guerra intercapitalista y haberse sometido a la dirección de la burguesía.

En última instancia, pues el proletariado chileno, tuvo al menos la “inteligencia” de no dejarse arrastrar a una guerra – entre izquierda y derecha del capital – que no era la suya y en la cual no tenía, ni tiene, nada que ganar. Si no hubiese sido por eso – que es válido para todo el Cono Sur – contaríamos los muertos, no por miles, sino seguramente por cientos de miles y el proletariado como clase hubiese sido barrido de la historia, no por 8, 10 o 15 años, sino (¡como en España!) por 30, 40 años o más. Peor aún, la generación de proletarios que se reconstituiría como clase habría perdido toda ligazón histórica, teórico-práctica, con la generación que vivió y sufrió, la derrota (¡como en España…, como en el mundo entero!) y sería sumamente difícil asegurar la memoria colectiva de la clase. Hoy, en 1983, cuando la reemergencia del proletariado como clase, comienza a hacerse sentir, a pesar de lo limitado de las fuerzas de las organizaciones revolucionarias, el proletariado en Chile (y en otros países de la zona), cuenta con un elemento a su favor, del que carece en otras regiones: haber vivido en carne propia la ola revolucionaria y la contrarrevolución (y no hace 2 o 3 generaciones como sucede en Europa occidental o Rusia) y el contar aún en sus filas con miles de hombres y mujeres, que no han olvidado, ni olvidaron y que conocen por su propio sufrimiento, que todos los partidos populares, así como los que se dicen obreros constituyeron los aliados objetivos y reales de los que son abiertamente de derecha. En forma más consciente o menos, esos proletarios sienten en lo más profundo de sus tripas, que cualquiera que sean los programas, escisiones, alianzas que propongan, seguirán siendo sus enemigos y que no se puede contar más que con las propias fuerzas.

Hoy, en mayo-junio 1983, las primeras batallas de una nueva fase de lucha de clases comienzan a librarse. El proletariado, con su acción está confirmando su propia teoría, solidarizándose con las luchas del proletariado minero y contraponiéndose a todo el Estado del capital, hoy todavía con Pinchote a la cabeza. Mañana esa misma lucha seguirá, contra otros administradores, que el Estado del Capital pondrá en su lugar. Para eso está ultrapreparada la democracia cristiana e intentar prepararse sobre bases algo cambiadas los viejos partidos de la izquierda del capital. Es lo que sucede con la llamada, “convergencia Socialista”. En efecto si bien es cierto que ella es el producto mismo de la crisis de la Unidad Popular, del fracaso de su programa y de su incapacidad de continuar controlando al proletariado, si bien es en este sentido un reflejo de éste, de su reaparición en la escena social y que hay sectores del proletariado en lucha que se reconocen en ella; no es en absoluto el proletariado mismo constituyéndose en fuerza, sino que la “convergencia socialista” con grandes choques y contradicciones se va constituyendo como una nueva canalización burguesa que responde y en muchas de sus expresiones, como carece de la vieja y contrarrevolucionaria izquierda chilena. Ello se refleja en el hecho de que si bien hay una cierta crítica al estalinismo, demasiado quemado ante los ojos del proletariado así como a otras expresiones de la ideología “marxista-leninista” y una voluntad evidente de prestar más oídos a lo que “surge de la base”; la mencionada convergencia, es precisamente la “convergencia” de la reemergencia de la discusión, la movilización y la agitación en las bases obreras con la posibilidad (el estalinismo encuentra mayores dificultades para seguir el tren de la historia) y necesidad de parte de la vieja estructura de la Unidad Popular de renovarse, vestirse de nuevo, para no perder el tren, reencuadrar al movimiento obrero y continuar su viejo política socialoide; lo que se expresa a su vez en que todas las expresiones formales (direcciones, escritos, llamados…) son características del socialismo burgués y del cretinismo democrático.

Ello no debe ni alarmarnos, ni debemos considerar esta situación como catastrófica. El renacimiento del proletariado como clase no puede hacerse de un día para el otro en forma pura y autónoma. Por un lado, el proletariado está obligado a conquistar su autonomía en largas y duras batallas, por el otro es totalmente normal que la burguesía (clase que tiene como secreto de su dominación el encuadrar una parte de sus esclavos y utilizarlos contra otra parte de sus esclavos) intente no perder el tren y se readapte, e intente controlar y desvirtuar cada una de sus estructuras y organismos en que el proletariado intente forjar su autonomía.

Sin embargo, la clave de los resultados de la lucha de clases futura, que hoy se reinicia en Chile, está precisamente en esa puja entre la autonomía, es decir la separación del proletariado como fuerza de todas las fuerzas del capital, y la subordinación, es decir la capacidad de la burguesía de someter, dirigir y en última instancia anular toda autonomía de clase, liquidando al proletariado en una nueva reconstitución del pueblo, de la unidad popular, de un frente popular.

Por ello hoy todas las fuerzas sinceras del proletariado en la lucha cada vez más abierta contra él régimen, tienen como tarea central el empujar a esa separación, a esa autonomía, no aportando ninguna consciencia externa y contraria a lo que surge del movimiento, (como pretende tanto “leninista”), sino, por el contrario, en la lucha misma contra la explotación y sus condiciones, haciendo explícita la ruptura que existe en la realidad, propagandeando y agitando la historia misma de la clase, haciendo consciente la ruptura que existe en el movimiento mismo, denunciando cualquier tentativa de supeditación de los intereses del proletariado al viejo programa populista y por lo tanto denunciando tanto a todos los viejos dirigentes de la Unidad Popular que intentan no perder el tren, como a los programas de socialismo burgués que tratan de canalizar la lucha; en fin, gritando que el proletariado solo construirá su camino aferrándose a sus intereses, enfrentándose con toda la democracia y el socialismo burgués, constituyéndose en fuerza real e internacional de clase, para ejercer su propia dictadura y, abolir, la sociedad mercantil, el Estado, las clases sociales…

Muera Pinochet y su régimen de miseria y opresión

Mueran todas las fuerzas del capital que se aprestan a sustituirlo

Viva la lucha del proletariado minero; viva la lucha del proletariado en Chile; viva la lucha del proletariado internacional

Por su reorganización en fuerza comunista mundial

1 Evidentemente que esta huelga en la que la “derecha” movilizó para sus fines a pequeños burgueses y también a masas obreras (que no tenían ninguna razón para estas conformes a la izquierda) tiene como objetivo declarado la lucha contra la “izquierda” en el Gobierno. Un análisis de las luchas entre las fracciones de la burguesía debería hacer hincapié en estos factores. Nosotros nos interesamos aquí solo en lo que fueron efectos principales en la clase obrera, por que estamos considerando fundamentalmente (lo que es fundamental y por ello más encubierto) la contradicción burguesía proletariado.

2 Tal vez sea bueno recordar que este tipo de “socialistas” amigo de Allende y que murió fiel al allendismo en la Moneda, era de los dirigentes encargados de repartirles armas a los trabajadores si venía el “golpe fascista”. ¿Ironía o tragedia?

3 En el número del 15 de agosto del 72 se dice: “El culpable directo de este grave hecho es el reformismo, cuyo papel negativo llega al extremo de utilizar para sus propios fines un aparato represivo que durante largos años se ha cebado en la carne del pueblo…” Y en el mismo texto dice: “…nos referimos al factor contrarrevolucionario que significa el reformismo”.

4 Idem.

5 Idem.

6 Idem.

7 Algunos surgieron con anterioridad y fueron casi clandestinos. Su reproducción y afirmación social se da en estas circunstancias.

8 El MIR había lanzado ya antes la consigna de “consejos comunales de los trabajadores”.

9 Punto Final 7/11/72. Las negritas son de la Redacción de Punto Final los SIC nuestros.

10 Idem.

11 Idem.

12 Ver Memoria Obrera: Chile septiembre 1973 en Comunismo nº4.

13 Cuando mencionamos la Unidad Popular a secas debe comprenderse incluido al MIR, que en realidad desde que la Unidad Popular asumió el gobierno, no fue otra cosa que su apéndice radical.

14 Diferentes documentos y declaraciones de los golpistas atestiguan dicha sorpresa.

15 Debe recordarse que la Unidad Popular se caracterizó por una defensa extrema de las asignaciones legales de habitaciones y casas y que fue por eso que se vio confrontada a reprimir muy severamente las ocupaciones realizadas por los “sin casa” que pretendían apropiarse, cuando ese Gobierno asumió, de las viviendas asignadas a agentes de las fuerzas represivas.

16 Acerca del Exilio organizado, ver nuestro texto: “Exilio: Revolución y Contrarrevolución” en Comunismo nº2.

17 Ver por ejemplo “Bolivia, aperturas democráticas, plomo y metralla contra un proletariado indomable pero sin dirección revolucionaria” en Comunismo nº5.

18 Hemos explicado en muchas oportunidades que no existen separaciones, ni autonomía entre tipos de intereses del proletariado. Nosotros utilizamos la terminología vulgar que contiene en sí la falsa oposición (económicos-políticos, inmediatos-históricos) sólo para criticarla y contraponerle los intereses a secas, globales.

19 De más está decir que en la lucha interburguesa, una lucha como esta no podía dejar se ser utilizada y es evidente que la derecha, la democracia cristiana, intentó infiltrarse y dirigir la lucha de los mineros. Pero este elemento es totalmente marginal y no permite explicar nunca la contradicción fundamental que estaba en juego: ¡reivindicaciones proletarias contra el Estado patrón!

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