Claves de la Transición 1973-1986

El periodista de investigación Alfredo Grimaldos (Madrid, 1956) es el autor de una conocida y polémica obra que versa sobre la Transición Española: Claves de la Transición 1973-1986 (Barcelona, Ediciones Península, 2013). El libro consta de diez capítulos con una media de diez páginas cada uno que, junto a la introducción, apéndice, cronología, notas y bibliografía, computan un total de 191 páginas. Comprobamos, pues, que no se trata de una extensa obra, sino, más bien, todo lo contrario; en sus breves capítulos y de fácil lectura se condensa una gran cantidad de información que acercan al lector a muchas de las claves de la Transición que han sido sistemáticamente silenciadas; de ningún modo se puede comparar este libro con los abundantes ejemplares que tratan la Transición de una forma ortodoxa pues, tal y como se explicita en la propia contraportada, se parte de la tesis de que “la imagen oficial de la Transición se ha construido sobre el silencio, la ocultación y la falsificación del pasado”. Asimismo, cabe destacar la extensa trayectoria profesional del autor. Es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y ha desarrollado simultáneamente su trabajo como periodista de investigación y como crítico de música flamenca. A él se le atribuye la autoría de múltiples y conocidos libros: La sombra de Franco en la Transición, La CIA en España, El brazo incorrupto del PP, entre otros. Estamos ante un escritor que ha generado gran polémica y conmoción con sus obras; podemos destacar la afirmación que se presenta en su libro La CIA en España, en la que Grimaldos asegura que no existió la enfermedad de la colza siendo la verdadera causa un escape bacteriológico en la base estadounidense de Torrejón. En cuanto a su trayectoria en medios de comunicación, fue el director, hasta 1985, de la revista de información flamenca Cabal, y director de diversos programas radiofónicos, verbigracia, La hora del duende y Al compás. En la actualidad, desde 1989, es el crítico de flamenco del diario El Mundo.

Antes de proceder al análisis y exposición de los diez capítulos en los que se desarrolla esta obra de talante político e histórico, es relevante 1) exponer brevemente cómo es la escrita de la obra -desde una perspectiva más técnica- así como otros datos relevantes para el lector y 2) el contexto histórico en el que se sitúa.

En cuanto al primer punto, cabe resaltar, sobre todo, la agilidad con la que relata la historia el autor. Estamos ante un libro que, tal y cómo ya avanzamos, posee una breve extensión pero lejos de ofrecernos pocos datos, la maestría de Grimaldos se aprecia en su auténtica capacidad de síntesis. En pocos párrafos es capaz de transmitirnos una gran cantidad de ideas que, conjugado con su sencilla escrita y su poco parsimonioso relato, permiten el acercamiento a la obra de cualquier tipo de lector [a pesar de que en la portada se indica que es una obra para adultos] que, ni tan siquiera, tenga un exhaustivo conocimiento de la Transición. Como dijimos, trata de ofrecer un enfoque diferente a cómo lo acostumbran a hacer los cuantiosos manuales y obras no literarias que tratan sobre el final del Franquismo y los inicios de la democracia en España. Se trata, por tanto, de un texto altamente original que, incluso a un ávido lector con profundos conocimientos sobre tal etapa histórica, le podrá brindar datos que hasta el momento -posiblemente- desconocía; lo que se explica en el libro, empero, no es el relato “ortodoxo” con el que se suele exponer la Transición, por lo que algunos autores y manuales llegaron a desmentir que hechos como los que se explicitan llegasen, de facto, a suceder o, al menos, no en esa intensidad. En cuanto a las fuentes del texto que se usan, destaca una bibliografía con más de cincuenta obras y la ausencia de aparato crítico o de cualquier otro recurso explicativo (como tablas, gráficos…); se asemeja más, por tanto, a una reflexión de tipo más personal. Asimismo, remarcar la facilidad de lectura de la obra, el autor busca convertirla en una fuente didáctica de información para la que no hay que poseer un gran bagaje de conocimientos de la temática a tratar. A pesar de su buen construido discurso, sin embargo, su grado de objetividad o, más bien, de imparcialidad, no es demasiado alto. A lo largo de todo el texto se muestra su inclinación hacia el progresismo y se introducen sustanciales críticas subjetivas que comentaremos a lo largo del análisis del contenido que procederemos a realizar.

En cuanto al contexto histórico en el que se circunscribe la obra, recoge los últimos años del franquismo (concretamente desde la muerte de Carrero Blanco, 1973) y se extiende hasta el referéndum de la OTAN (en 1986). La Transición española fue protagonizada por élites políticas procedentes tanto de la dictadura franquista como de la oposición democrática, bajo la dirección de un actor fundamental: Adolfo Suárez. En este sentido, la Transición es estudiada tanto desde una óptica estructural como estratégica; muchos expertos consideran que el inicio del proceso se sitúa en las elecciones fundacionales de 1977 que fraguaron el primer sistema de partidos y dieron paso a un período constituyente en donde los partidos políticos y sus líderes cobraron un papel determinante. Tras superar el golpe de Estado de 1981 y con la alternancia de Gobierno sucedida en 1982 se puede comenzar a hablar de que el sistema democrático ya estaba consolidado y, por tanto, la Transición concluida. Es de destacar, también, que en la fase inicial del proceso de transición, se abrieron dos posibles escenarios de cambio antagónicos: las llamadas reforma desde arriba y reforma desde abajo. La primera se asocia con los deseos de Arias y fraga, mientras que la segunda con la ruptura democrática (la opción preferida por los denominados anti-franquistas). Finalmente, la fórmula usada fue la reforma pactada, a saber, una estrategia no equidistante entre la ruptura desde arriba o desde abajo aunque sí que introducía elementos de ambas. En este sentido, la remodelación superficial del régimen franquista fue inevitable y el hecho de que nunca se sucediese una ruptura total y drástica de tal régimen pone en evidencia que esa era, justamente, la fórmula preferida de la mayoría de la ciudadanía.

A continuación, pasaremos a analizar el contenido del libro pero no sin antes introducir estas líneas que el lector apercibirá como una verdadera crítica a muchos de los aspectos que se relatan en Claves de la Transición 1973-1986. Tal y como se explica en el manual de Sistema Político Español (MARIA RENIU, Josep, Barcelona, Huygens Editorial, 2018):

         Para algunos analistas, la transición habría seguido un “diseño” trazado por poderosos y distantes centros de decisión y las izquierdas, en particular, habrían claudicado para ser aceptadas por el establishment. Siendo cierto que hubo presiones externas (Departamento de Estado estadounidense, socialdemocracia alemana) para evitar un desenlace de tipo portugués, carece de base empírica verificable la tesis conspirativa del completo diseño exterior de todo el proceso. Más influencia, en cambio, tuvieron los “poderes fácticos” del interior (Ejército, Iglesia católica, oligarquía financiera u empresarial) que actuaron como grupos de presión para preservar la mayoría de sus intereses, aunque ni bloquearan el cambio político. [énfasis añadido] (p.59)

 

El primer capítulo, Sucesor a título de rey, comienza situando al lector en el año 1969, cuando Francisco Franco dictaminó el nombramiento de Juan Carlos de Borbón como sucesor suyo a título de rey. Esta decisión y, sobre todo, su proclamación pública evidenciaba la toma en consideración de la mortalidad del Caudillo por parte de los dirigentes y familias del régimen. Franco estaba ya en edad avanzada y su salud se iba mitigando con el paso de sus últimos años de vida. Esta decisión, convirtió al actual Rey emérito en una pieza fundamental del continuismo franquista. Empero, relata Grimaldos, la maniobra para preparar la sucesión del Caudillo comenzó a gestarse años antes. La Ley de Sucesión fue dictada en el año 1947 y posteriormente ratificada en un “referéndum”. Con ella, España pasó a convertirse en una monarquía con rey. En ese año no se explicitó a ninguna persona para que ostentara ese cargo de Rey, solo se limitó tal ostentación a un príncipe de sangre real y español. Diez años más tarde, miembros y simpatizantes del OPUS y de la ACNP[1] comenzaron a desarrollar la llamada “Operación Lolita”, cuyo objetivo era planificar, con antelación suficiente, cómo deberán proseguir las cosas tras la muerte de Franco. Su deseo no era otro que, según afirma Grimaldos, una evolución pacífica, sin ruptura, que permita la pervivencia del Régimen bajo unas formas civilizadas. Juan Carlos, en 1969, tras recibir la esperada llamada de Franco en la que se le comunica su condición de sucesor de Franco, no duda en catalogar tal encomienda como “el mayor sacrificio de su vida” en una carta enviada al legítimo heredero Alfonso XIII. Para potenciar su tesis, Grimaldos trae a colación las palabras del abogado y escritor Antonio García-Trevijano en las que señala que el nombramiento de Juan Carlos fue la maniobra clave para perpetuar el franquismo una vez que Franco ya no estuviese: “dictó una Ley de sucesión y no un testamento. Sabía el valor que tiene la rutina en la obediencia a lo instituido” (p.27). Al final del capítulo, se recuerda que los españoles nunca tuvieron ocasión de pronunciarse explícitamente sobre el modelo de Estado: “en 1978 se sometió a consulta en las urnas todo el paquete de disposiciones legales que contenía la nueva Constitución y aquella votación se convirtió, sin debate alguno, en un forzado referéndum monárquico” (p.28).

En el segundo capítulo, El amigo americano, el autor asegura que la CIA está detrás de “casi todos” los principales acontecimientos políticos y militares de nuestra historia reciente. Así, la permanencia de la dictadura franquista, durante casi cuatro décadas, y la evolución controlada hacia un sistema parlamentario están condicionadas por la actividad de los espías norteamericanos. Esta es una tesis que, tal y como comentamos antes de proceder al análisis del contenido, no es del todo compartida por la mayoría de los historiadores. Si bien se entiende que hubo influencias externas, no hay evidencias empíricas que el final del régimen franquista y la Transición estuvieran casi en la práctica totalidad orquestadas por EEUU. En cualquier caso, Grimaldos defiende que personajes relevantes como Felipe González o José María Aznar mantienen buenas relaciones con los servicios norteamericanos. Asimismo, afirma que solo dos días antes del golpe de Estado de Tejero, el comandante Cortina del CESID (actual CNI) visita al embajador de Washington en Madrid para que dé su visto bueno a la operación. El capítulo finaliza haciendo referencia al Congreso del PSOE en Suresnes. Grimaldos asegura que Felipe González acudió escoltado por el SECED[2].

En el tercer capítulo, Una Transición tutelada, Grimaldos va más allá en sus afirmaciones y dice explícitamente que: “la Transición española se diseño en Langley (Virginia), junto al río Potomac, en la sede central de la CIA” (p.33). En este sentido, Walter[3] comunica al entonces vicepresidente del Gobierno, Carrero Blanco, la necesidad de coordinar la actuación de los servicios de información norteamericanos y españoles para tener todo previsto para el fallecimiento de Francisco Franco. Todo estuvo diseñado por la Secretaria de Estado y la CIA y ejecutado, en parte, según Grimaldos, por el SECED. Fernández Monzón (SECED) alimenta la tesis de Grimaldos diciendo que “no es verdad todo lo que se ha dicho de la Transición. Como eso de que el rey fue el motor. Ni Suárez ni él fueron motores de nada”.  España era de vital importancia para la Casa Blanca, sobre todo por nuestra posición estratégica entre occidente y el Oriente Medio, no quería que allí se creara una situación caótica o anárquica, tal y como manifiesta Vernon Walters[4]. Nixon (expresidente de EEUU) ordena a Walters que se entreviste a solas con Franco; finalmente, en esa entrevista Franco asegura al general que la sucesión se va a efectuar de forma controlada y que el Príncipe es la única alternativa y que el Ejército lo apoyará. El SECED puso en marcha la “Operación Lucero” cuyo fundamental objetivo era la defensa de todas las instalaciones civiles consideradas vitales para asegurar el normal desenvolvimiento y cumplimiento de las acciones del Gobierno provisiona. La denominada operación “Diana” se puso en marcha y su propósito era prever las actuaciones necesarias en caso de que se produzca un vacío de poder. Una tercera operación, la “Operación Tránsito”, se ejecuta con el propósito de que el rey designado por Franco sepa lo que tiene que hacer en todo momento. Los servicios de información, en el caso del PSOE, apoyan a los “hombres de centro” y muy en especial a Felipe González, una persona ambiciosa y que demostró tener gran pragmatismo. “Felipe González es el principal producto de la Transición” (p.44), afirma Grimaldos. González no tuvo ninguna duda de que había que conservar la monarquía. EEUU, por su parte, apuesta por Adolfo Suárez para que lleve las riendas de la Transición, aunque es un romance que pronto se tuerce. Suárez tenía fecha de caducidad: hasta que se celebren las primeras elecciones democráticas. Aunque Suárez resiste a retirarse.

En el cuarto capítulo, El diseño de la alternativa socialista, Grimaldos profundiza en la cuestión del Congreso de Suresnes del PSOE: “los oficiales del organismo de inteligencia creado por el almirante Carrero Blanco son los encargados de proporcionarles los pasaportes” (p.56). Asimismo, se gesta la “Operación Primavera” en la que el SECED entrevista a algunos contactos del PSOE (como Nicolás Redondo o Enrique Múgica) para determinar cuales son sus planteamientos políticos. Y, entre ellos, destacó un nombre: Felipe González. Un hombre brillante, ágil y que, además, fumaba un largo Cohiba. Y este último gesto burgués fue el que hizo que se decantaran por él. Además, tenía tintes de “falso y engañador” (p.58). No parecía un hombre de ideales, sino de ambiciones. A partir de Suresnes, González pasa a convertirse en un personaje público de primer orden y con un papel importantísimo en la Transición. La construcción de ese “partido de izquierdas” con el objetivo de que la izquierda no se haga con el poder en España es, según Grimaldos, obra de la CIA. En el 1979, en este sentido, González impone que desaparezca el término “marxismo” en los estatutos del partido. González está cumpliendo el objetivo encomendado a la perfección. El paso de la “OTAN de entrada, no” a la “OTAN así, sí” se explica porque el PSOE se va configurando como una alternativa gubernamental. Los dirigentes del PSOE van puliendo las aristas más cortantes de su política. En 1986, Felipe González convoca y celebra un referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN al que pide su voto a favor, movilizando a medios e intelectuales para que hagan lo mismo.

El quinto capítulo, Los cinco últimos crímenes de Franco, comienza recordándonos que cuatro días antes del 1 de octubre de 1975, celebración del aniversario de la proclamación de Franco como jefe del Estado, se fusilaron a las cinco últimas víctimas de la dictadura: tres militantes del FRAP y dos de ETA. Algo que tuvo un gran rechazo en toda Europa. Incluso el papa Pablo VI solicitó clemencia para los condenados a muerte. En estos días aparece en escena el GRAPO, una organización armada que para vengar a los cinco “antifascistas” fusilados matan a cuatro Policías Nacionales. El GRAPO dará mucho de que hablar durante toda la Transición. Grimaldos pone de manifiesto que “los fusilamientos son el trágico desenlace de un enloquecido proceso represivo” (p.69). Y todos estos policías que participan en los fusilamientos continuarán sin problemas sus carreras durante la Transición. El FRAP[5] será también una organización que se lance a la lucha armada en el verano de 1975, para contribuir al derrumbamiento de la dictadura, atentando contra policías y guardia civiles. Son múltiples los detenidos acusados de pertenecer al FRAP y sufrieron, en su mayoría, un proceso puramente formal, pues desde que un acusado ha confesado (y quién sabe bajo qué circunstancias) se le considera presunto culpable. En estas condiciones, todo acusado que comparece ante un tribunal es automáticamente condenado.

En el sexto capítulo, Las togas del neofranquismo, se lleva a cabo una profunda crítica hacia la actuación de la Justicia durante la Transición. Grimaldos pone de manifiesto que se caracteriza por un rigor excesivo contra la izquierda rupturista y por la protección de la extrema derecha y las fuerzas policiales. Es más, a pesar de que en este periodo desaparece el Tribunal de Orden Público (TOP) franquista, todos los magistrados que colaboraron con el TOP y con el régimen siguen permaneciendo en activo durante la Transición. El TOP desaparece en enero de 1977 y, en su lugar, se crea la actual Audiencia Nacional a la que se incorporan destacados magistrados del anterior órgano. En este sentido, el TOP lo forman un “semillero de magistrados franquistas” (p.84) que continúan ejerciendo y ascendiendo en sus carreras profesionales durante la Transición, sin producirse, así, ningún tipo de ruptura. Uno de los casos más significativos es el de Rafael Gómez Chaparro, un juez “franquista” que sigue ejerciendo durante la Transición y que concede un insólito permiso carcelario a uno de los asesinos de los abogados laboristas de Atocha que aprovecha para escapar. Hay otros casos destacables de jueces “franquistas” en democracia, como el de Francisco Pera Vergaguer que, con el PSOE, es designado miembro del Consejo General del Poder Judicial.

En el séptimo capítulo, La represión policial, se pone de manifiesto que la mayor parte de las víctimas se producen a consecuencia de intervenciones desproporcionadas de las Fuerzas de Orden Público contra, según Grimaldos, pacíficos manifestantes o huelguistas y también como resultado de criminales agresiones y atentados protagonizados por bandas fascistas[6]. Asimismo, a lo largo de esta etapa, la Policía Armada se reconvierte en Policía Nacional y su uniforme se modifica al azul. Sin embargo, advierte Grimaldos, todos estos cambios “formales” no van en paralelo a cambios en la “filosofía represiva” del Cuerpo. En este sentido, cabe destacar, el que los cuerpos se disuelvan es una de las exigencias fundamentales de la oposición durante la Transición. Todos los policías franquistas relevantes que siguen incrementando su poder durante la Transición, se benefician de magníficos empleos en el sector privado o alcanzan altos cargos, incluso, durante el Gobierno del PSOE (con Zapatero).

En el terror paralelo, octavo capítulo, Grimaldos atribuye a la policía y a los servicios de información del Régimen la creación del germen de varias bandas fascistas que van a tener un sangriento protagonismo durante la Transición. Así, surgen bandas como el Partido Español Nacional Sindicalista, uno de cuyos cabecillas será Blas Piñar, o la banda Acción Universitaria Nacional creada por el teniente coronel San Martín. Estos grupúsculos surgen para intentar frenar el impulso reivindicativo antifranquista que comienza a tomar la calle. A lo largo de los últimos años del franquismo, su labor consistirá en hostigar el sindicalismo, dirigentes vecinales, curas obreros y estudiantes de izquierdas. Grimaldos destaca, también, que el caso de Fuerza Nueva, FE y de las JONS o CEDADE es distinto, pues, aunque practican la violencia en las calles, también actúan de forma legal sirviendo como polo de referencia para los nostálgicos del Régimen. Otro bloque es el constituido por las organizaciones clandestinas que están, tal y como expone Grimaldos, sostenidas económicamente por los cuerpos de seguridad. Durante la Transición, la actividad de estos grupos violentos es incesante. Los servicios de información de EEUU vuelven a escena en este capítulo, pues, según Grimaldos, crearon la red Gladio hace casi setenta años para impedir que la izquierda pueda llegar al poder en los países de la Europa Occidental.

En el noveno capítulo, Trato privilegiado al nacionalcatolicismo, se nos comienza recordando que “durante la última etapa del franquismo, con el cardenal Tarancón al frente, la Iglesia pretende desmarcarse del Régimen, al pensar que la dictadura se va a hundir con enorme estrépito y que lo inteligente es mantenerse lo suficiente alejado de sus residuos para que el derrumbe no le alcance”. En la Transición, la Iglesia y el neofranquismo, afirma Grimaldos, se alían, olvidando pasajeros reproches, para volver a la carga juntos como siempre. Los Pactos de la Moncloa, la Constitución y los Acuerdos con el Vaticano actualizan la relación y los privilegios entre ambos. Felipe González confiesa que el gran descubrimiento del primer Gobierno socialista es la Guardia Civil y, posteriormente, durante el Gobierno de Zapatero se hace otro gran descubrimiento: el Vaticano. El PSOE cede en todo lo que la Iglesia exige en una negociación con un obispo, según Grimaldos, de extrema derecha: monseñor Cañizares. En este sentido, la Iglesia se ha beneficiado claramente de la actualización del franquismo a la democracia. Son de destacar, también, los “curas obreros” que muchos de ellos coinciden en que el Vaticano tiene que desaparecer, pues “supone la pervivencia de una ideología conservadora y retrógrada, siempre identificada con el poder y contraria a los intereses del pueblo” (p.130). Con el nombramiento de Tarancón como obispo de Madrid, en 1971, comenzaron los roces con el Estado: Franco se cerraba a cualquier concesión a la Iglesia. Ya en la Transición, la cúpula de la Iglesia se asimila con UCD, integrado exclusivamente por políticos surgidos de las filas del franquismo. En cualquier caso, la restauración monárquica vuelve, de algún modo, a modernizar la vieja unión entre Trono y Altar.

En el último capítulo, El Estado criptoconfesional, se  hace una ferviente crítica al proyecto constitucional: “es producto de una serie de pactos realizados solapadamente y de espaldas a la opinión pública” (p.147). Además, recalca Grimaldos, no emana de unas Cortes constituyentes. Con la Constitución de 1978 se apuntala la Monarquía que el dictador había elegido y se le atribuye al Ejército el papel de garante del orden constitucional. Grimaldos expone, también, que en 1976 se había reformado el viejo concordato de 1953, de modo que el Rey renunciaba a intervenir en el nombramiento de obispos. Además, en 1979 se suscriben cuatro acuerdos (sobre asuntos jurídicos, económicos, culturales / educativos y sobre la asistencia religiosa a las fuerzas armadas). Por su parte, Felipe González tampoco hace nada para enmendar el asunto, sino que, al contrario, aumenta su valor simbólico al crear una Comisión Estado-Iglesia.

Para concluir esta recensión, creo que es conveniente poner de manifiesto que, para mí, ha sido una obra de lectura fácil. Sin embargo, a pesar de que, en un inicio, prometió ser una obra muy informativa y entretenida, a lo largo de su lectura el nivel ha ido, bajo mi consideración, decayendo. Ya he comentado que es una obra con varios tintes de imparcialidad; incluso las críticas vertidas hacia el PSOE son por no comportarse como un “verdadero” partido de izquierdas y de oposición. Sí que es de destacar, empero, su distribución y organización. Me parece muy acertado dividir los capítulos según las diversas temáticas que abarcan los últimos años del franquismo y el posterior proceso democratizador para, dentro de ellos, ir siguiendo una linealidad temporal. Es decir, en cada capítulo se trata la determinada temática desde el año 1973 hasta el 1986. Otra consideración importante que requiere ser advertida es que el relato de que prácticamente la totalidad de la Transición ha sido orquestada desde fuera, posee grandes críticas (tal y como hemos expuesto al principio). En cualquier caso, para alguien que se quiera acercar al determinante periodo histórico que abarca los años 1973 y 1986, este libro es muy recomendable.

[1] Con ACNP nos estamos refiriendo a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.

[2] El SECED es el servicio de información creado por el almirante Carrero Blanco.

[3] En ese momento era director adjunto de la CIA

[4] Vernon Walters fue un oficial del ejército de EEUU

[5] Con FRAP nos referimos al Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, una organización vinculada al Partido Comunista de España.

[6] Tal y como ya se advirtió desde un inicio, una de las posibles críticas a esta obra es, considero, un excesivo uso de connotaciones o calificativos subjetivos que bien pueden ser usados por personas inexpertas en la materia pero que, en un trabajo de investigación riguroso, es visto como carencia de imparcialidad. En multitud de ocasiones a lo largo de la obra se evidencia o, al menos, así lo da a entender, su posición más bien progresista.

Fuentes:

‘Claves de la Transición 1973-1986’ de Alfredo Grimaldos: contexto y resumen

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