El deber de todo revolucionario es ser por lo menos más revolucionario que la burguesía más “revolucionaria”

La historia ha dado la razón a Lenin y a los escasos heraldos de la actualidad de la revolución. La alianza con la burguesía progresista, que ya en la época de las luchas por la unidad alemana se había revelado como una ilusión, únicamente hubiera sido fecunda en el caso de que el proletariado le hubiera sido posible, como clase, seguir a la burguesía hasta, incluso, en su alianza con el zarismo. Porque de la actualidad de la revolución se deduce que la burguesía ha dejado de ser una clase revolucionaria. El proceso económico que ha protagonizado y del que ha sido la primera en beneficiarse constituye, sin duda, un progreso frente al absolutismo y al feudalismo. Pero este carácter de la burguesía se ha vuelto a su vez dialéctico. Es decir, que el vínculo entre las condiciones económicas que posibilitan la existencia de la burguesía y los postulados de la democracia política, del Estado de derecho, etc., (que fueron realizados, aunque sólo parcialmente, por la gran Revolución Francesa sobre las ruinas del absolutismo feudal), se ha aflojado. La cada vez más inminente revolución proletaria hace por un lado posible una alianza entre la burguesía y el absolutismo feudal que garantice las condiciones económicas de vida y el proceso de expansión de la burguesía, permitiendo, al mismo tiempo, la subsistencia del predominio político de las viejas potencias. Pero, por otro lado, la burguesía, que de este modo decae ideológicamente, cede a la revolución proletaria la realización de sus antiguas reivindicaciones de tipo revolucionario…

Una de las mayores hazañas teóricas de Marx fue la exacta diferenciación que introdujo entre revolución burguesa y revolución proletaria. Una diferenciación de especial importancia práctica y táctica dado el inmaduro ilusionismo de sus contemporáneos y que venía, además, a ofrecer el único método apropiado para captar netamente los elementos verdaderamente nuevos y verdaderamente proletarios del movimiento revolucionario de la época. En el marxismo vulgar, sin embargo, esta diferenciación acabó convirtiéndose en una rígida separación mecanicista.
Separación en que los oportunistas se han basado para generalizar esquemáticamente el hecho de que toda revolución de la época moderna, como indica cualquier observación empírica adecuada, haya comenzado por ser una revolución burguesa, por mucho que esté penetrada de acciones, reivindicaciones, etc., proletarias. En todos estos casos la revolución es, pues, para los oportunistas, una revolución meramente burguesa. Y el deber del proletariado no es otro que apoyar esta revolución. Como consecuencia de esta separación entre revolución burguesa y revolución proletaria el proletariado ha de renunciar, pues, a sus propios objetivos revolucionarios de clase. La concepción ultraizquierdista, sin embargo, que vislumbra claramente el sofisma mecanicista de esta teoría y es perfectamente consciente del carácter revolucionario proletario de nuestra época, cae a su vez en otra interpretación mecanicista no menos peligrosa. De la conciencia de que el papel revolucionario histórico-universal de la burguesía en la era imperialista toca ya su fin, saca la conclusión -basándose asimismo en una separación mecanicista entre revolución burguesa y proletaria- de que hemos entrado en la época de la revolución proletaria pura. Este punto de vista tiene la peligrosa consecuencia de pasar por alto, desdeñar e incluso rechazar todos los movimientos de efervescencia y descomposición que surgen necesariamente en la era imperialista (el problema agrario, colonial, el de las nacionalidades) y que son objetivamente revolucionarios en relación con la revolución proletaria; de este modo, estos teóricos de la revolución proletaria pura renuncian voluntariamente a los más auténticos e importantes aliados del proletariado; desprecian ese contexto revolucionario, que da perspectivas concretas a la revolución proletaria y esperan, en un espacio abstracto -pensando que así ayudan a prepararla-, una revolución proletaria ‘pura’. ‘El que espera una revolución social pura -dice Lenin- jamás llegará a vivirla, y no pasa de ser un revolucionario verbal que no entiende la verdadera revolución’. Porque la verdadera revolución es la transformación dialéctica de la revolución burguesa en proletaria. El hecho histórico innegable de que la clase que en otro tiempo fue cabeza o beneficiaria de las grandes revoluciones burguesas se haya convertido ya en una clase objetivamente contrarrevolucionaria, no significa en modo alguno que los problemas objetivos, en torno a los que giraron dichas revoluciones, estén ya resueltos en el plano social y que las capas de la sociedad vitalmente interesadas en una solución revolucionaria estén ya satisfechas. Todo lo contrario. El giro contrarrevolucionario de la burguesía no implica únicamente su hostilidad hacia el proletariado, sino e desvío, también, respecto de sus propias tradiciones revolucionarias. Abandona al proletariado la herencia de su propio pasado revolucionario. Con lo que el proletariado se convierte en la única clase que está en disposición de llevar consecuentemente a término la revolución burguesa. Es decir que, por una parte, las reivindicaciones de la revolución burguesa -que aún no han perdido su actualidad- únicamente pueden culminar en el marco de una revolución proletaria, en tanto que, por otra, la realización consecuente de estas reivindicaciones de la revolución burguesa conduce necesariamente a la revolución proletaria. La revolución equivale hoy a la culminación y superación de la revolución burguesa.

Extraído de “Lenin (La coherencia de su pensamiento)” de György Lukács

Fuentes:

El deber de todo revolucionario es ser por lo menos más revolucionario que la burguesía más “revolucionaria”

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