Aclarando las cosas: sobre crisis, guerra y transformación

Andrés Piqueras

PRECISANDO EL ANÁLISIS  (Está es la primera entrega de 5 artículos que publicaremos en orden sucesivo)

INTRODUCCIÓN 1

Voy a intentar mostrar en las entregas de este texto los siguientes puntos que tanta controversia parecen acarrear en las diferentes izquierdas actualmente:

Por qué pensamos en el Observatorio Internacional de la Crisis (OIC) que estamos en la etapa degenerativa del modo de producción capitalista, probablemente, por tanto, terminal.

Por qué esta circunstancia afecta decisivamente a las posibilidades de reformar desde dentro al capitalismo.

Por qué, por contra, el Sistema se torna crecientemente destructivo y dañino para la humanidad, un tanatocapitalismo turboimperialista, que ya ha desatado una Guerra Total en sus primeras manifestaciones.

Por qué en lo venidero van aumentando las posibilidades de que cualquier avance social sólo se pueda conseguir luchando contra el capitalismo, por fuera de él.

INTRODUCCIÓN 1

(Para quien precise o quiera indagar en los antecedentes teóricos de lo que se dirá después).

SOBRE LA CRISIS SISTÉMICA COMO UNA CRISIS DEGENERATIVA PROBABLEMENTE IRREVERSIBLE

Las formas funcionales del capital y los niveles de abstracción del análisis

Para poder entender si estamos realmente en una pendiente degenerativa del modo de producción capitalista resulta imprescindible distinguir entre tres niveles de análisis:

a) el concreto o meramente de balance (de movimiento e interpenetración de capitales entre unas ramas y otras y entre sectores, donde sólo se comprueban ganancias y pérdidas de empresas a escala individual, permitiendo ver que mientras unas pierden otras ganan, eso sí, dándose un proceso de centralización del capital cada vez más intenso y acelerado). Este es el nivel en el que se fija y “estudia” la ciencia social ortodoxa, el mainstream de la economía y desgraciadamente buena parte de los analistas “de izquierdas”;

b) el abstracto-teórico (que atiende al movimiento del capital como un todo que nos permite evaluar cómo va la tendencia que descubrió Marx a la caída general de la tasa de ganancia -e incluso la de la masa de ganancia-);

c) el histórico o análisis de fase (momento de evolución actual del capitalismo) -y posiblemente de etapa- (si está dando paso a otra forma de acumulación-regulación) que intenta aprovechar lo indagado o sabido en los dos previos niveles, para dar cuenta no sólo del momento que atraviesa el capital en su conjunto -y sus distintos sectores-, sino de las tendencias más probables, en el futuro próximo.

Sólo la combinación de los tres niveles nos permite realizar análisis adecuados y establecer estrategias políticas viables y fiables.

Desafortunadamente, como digo, esa combinación que nos enseñó Marx hoy apenas se aplica entre las organizaciones y teóricos de izquierda, a veces incluso ni entre marxistas.

La mayoría de los análisis se quedan en el nivel concreto, por lo que terminan dando como prueba de la salubridad del sistema el que a sus empresas punteras (es decir, a los capitales ultra-centralizados) les vaya muy bien.

Por otro lado, muchos luchadores sociales, creo que movidos por las ganas de que las cosas sean así lo antes posible, se agarran a la visión abstracta de que el Sistema está en decadencia, para aplicarla a todas y cada una de sus entidades y manifestaciones, en el presente inmediato.

Pero para transformar hay que realizar análisis correctos, capaces de sustentar verdaderas estrategias políticas. Vamos a ver si logramos ayudar a ello.

El capital en general es un concepto abstracto y sus determinaciones y leyes de movimiento, como la ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la ley general de la acumulación, están en un nivel más abstracto y los cuantificamos en valores. Estas leyes no pueden ser observadas en la realidad inmediata, en el movimiento de los capitales individuales o de las empresas, que experimentan otras determinaciones.

Además, en el nivel concreto de las empresas, el capital individual en su movimiento se cuantifica por los precios. En este nivel hay que considerar, además, las determinaciones históricas de cada unidad de capital y sus intereses vinculados a los Estados en donde se origina.

Por otra parte, a lo largo de su ciclo completo (producción-circulación-producción) el capital asume tres sucesivas formas funcionales, a las que Marx llamó también “transfiguraciones del capital”, presentando un continuo movimiento entre ellas:

capital-dinero,

capital-productivo

y capital-mercancía,

para volver a ser de nuevo capital-dinero incrementado.

Esas formas pueden autonomizarse, marchando a obtener beneficio por su cuenta. Así el capital-dinero lo hace como capital a interés y el capital-mercancía como capital comercial, mientras que el capital productivo queda como tal.

Este es el ciclo básico de funcionamiento del capitalismo maduro, en su constitución como modo de producción, que implica la reproducción ampliada del capital a través del trabajo humano: D- M (Mp + Ft) …P… M´-D´ [D = Dinero; M = Mercancía; Mp = Medios de producción; Ft = Fuerza de trabajo; P = Plusvalía].

Al conjunto se le ha llamado capital industrial, que Marx también denominó muy significativamente como capital efectivo o “activo”. Por eso, todas las formas funcionales del capital están comprometidas de una u otra forma con la producción de mercancías con el objetivo de aumentar la ganancia, y por tanto se necesitan mutuamente, aunque al tiempo se quedan con distintas porciones de esa ganancia que traduce la plusvalía subyacente. En ese ciclo no hay ninguna contradicción entre capital productivo y capital monetario -que son formas distintas del mismo capital-, sino complementariedad.

Todo esto ocurre, sin embargo, en el nivel de análisis más abstracto. En el terreno de los capitales particulares los diferentes capitalistas pueden participar de las distintas formas funcionales del capital, donde se solapan unas con otras.

Así vemos que en sus formas concretas de existencia, cada unidad individual de capital, una empresa o grupo empresarial, reproduce el mismo movimiento cíclico: D-M (Mp + Ft) … P… M´ -D´, articulado entre sí y expresándose concretamente como formas de existencia del capital en general. Esto significa que cada empresa necesita comprar continuamente materias primas y otros materiales y bienes de otras empresas, convertirlos en nuevas mercancías y vender diariamente el resultado de su producción, es decir, lleva a cabo el ciclo D-M-D’ en un día.

Cada unidad individual de capital puede (y debe) pasar continuamente y al mismo tiempo por las tres formas de capital. Es las tres formas. Además, con el desarrollo del sistema bancario, la mayor parte de la metamorfosis de cada unidad de capital (M-D) circula diariamente por ese sistema.

Por último, los Bancos y otras instituciones financieras completan la circulación de capitales mediante la conversión de toda la masa de dinero disponible, gracias a la compra de valores de deuda pública en el mercado de valores dirigido por el Banco Central (BC). Diariamente, los Bancos Centrales abren las operaciones de Mercado Abierto, donde compran y venden valores.

La operación principal es la de overnight, en la que los Bancos compran y venden títulos, principalmente en operaciones comprometidas, lo que significa compra con el compromiso de reventa en las mismas condiciones y viceversa, en el plazo de un día, durante el cual rinde intereses. Al cierre del día, el dinero que había sido creado por el BC se cancela, para ser recreado al día siguiente, cuando los valores vendidos son recomprados por el BC. Mientras tanto, el dinero, en su forma de capital monetario, se ha convertido o ha cambiado a capital con intereses, en la forma ficticia de los títulos de deuda pública.

En general, el capital a interés deviene ficticio cuando el derecho a la remuneración o rendimiento del interés o deuda contraída viene representado por un título comercializable, con posibilidad de ser vendido a terceros (y esta es sólo una de las maneras de que el capital se haga “ficticio”). Es decir, cuando comienza a comercializarse un capital que es deuda y que en realidad no existe. Esa venta y su posterior reventa genera todo el ciclo de ficción del capital a interés (que después las finanzas complejizarán sobremanera). Y es de ficción porque por detrás de él no existe ninguna sustancia real, aunque las deudas pueda ser así revendidas muchas veces.

Con ello se realiza en apariencia el máximo sueño (“ilusorio”) de la clase capitalista: que el capital se auto-reproduzca más allá del trabajo humano, más allá de la riqueza material y más allá de las bases energéticas que posibilitan esta última. La deuda pública constituye una de las formas del capital ficticio. Las otras son las acciones empresariales, la mayor parte de los activos bancarios y los derivados.

Ahora bien, que ese capital sea ficticio a escala global no quiere decir que no sea a la vez real al nivel individual, dado que exige remuneraciones que al menos en parte son realmente satisfechas, y de hecho cada vez más a menudo lo hacen a través de la riqueza colectiva. Es decir, la riqueza de las sociedades se utiliza como pago de la especulación ficticia. Por eso individualmente siempre hay quien gana con la “ficticidad” del capital.

Aunque las distintas formas funcionales del capital puedan estar implicadas en la generación de mercancías y valor, si nos fijamos en el constante movimiento del capital como un todo (apartado 4, primer capítulo del tomo II de El Capital), tenemos que cuando se consolida el modo de producción capitalista la base del ciclo completo recae en el capital productivo-industrial. Es el único que tiene la capacidad de generar (mediante la obtención de plusvalía a través del trabajo humano) valores de uso y valor nuevo al mismo tiempo.

Para entenderlo abstractamente, no hay que perder de vista que a pesar de estar inseparablemente imbricados en el movimiento total del capital, lo que hace el capital-dinero autonomizado como capital a interés, y el capital-mercancía autonomizado como capital comercial, es distribuir el monto total de plusvalía generada en la producción por el capital productivo. En el nivel concreto esto se traduce por una competencia entre las unidades particulares de capital y sus especializaciones de capital a interés y comercial. Así, a las unidades particulares del capital a interés (como los Bancos), las unidades particulares del capital productivo (como las empresas) deben devolverles con creces el capital-dinero que aquéllas les anticiparon para producir. A las unidades particulares de capital comercial (como las tiendas y grandes almacenes), les tienen que vender sus mercancías por debajo del precio de mercado, para que aquéllas compensen así los gastos de comercialización.

Es decir, las otras formas funcionales del capital retraen parte de la ganancia del capital productivo que éste consigue a través de la plusvalía extraída en la producción mediante la explotación de la fuerza de trabajo. Partes de esa plusvalía derivan como ganancia en favor del capital a interés y el capital comercial.

En las consideraciones empíricas sobre la tasa general de ganancia hemos de contar, además, con las actividades rentistas de la economía. Por tanto, la plusvalía que queda para las tres formas de capital tiende a ser menor, al tener que pagar el alquiler (renta) de terrenos o solares o, en general, de cualquier bien no reproducible. Es decir, cuanto mayor son los beneficios de los propietarios rentistas, más se va limitando la ganancia general del capital y, en potencia, menos queda para la reinversión productiva. Pero además, al aumentar el peso de las otras formas de capital, la tasa media de ganancia del capital productivo desciende. Y al caer ella, el resto de formas del capital van perdiendo su sustento, la raíz de su beneficio, por más que tarden en percibirlo. Se va minando el suelo del nuevo valor aun a pesar de que la ganancia en unos u otros sectores sea todavía floreciente.

Como he dicho, la competencia real es la que se da entre las unidades concretas de las distintas formas del capital, sin embargo hay que tener en cuenta que a menudo esas formas se solapan e inter-penetran tanto funcionalmente como por lo que respecta a su propiedad. Es sólo en el nivel más abstracto dialéctico, del capital en su totalidad, que podemos entender esa decadencia de ganancia del capital productivo.

Es en ese nivel que, para hacer entendible la dinámica, podemos decir que al aumentar el peso de las otras formas de capital, la tasa media de ganancia del capital productivo desciende. Y al caer ella, declina también la inversión productiva, con lo que se va acabando con la posibilidad de generar nuevo valor, aunque no tenga repercusiones inmediatas en unas u otras unidades concretas de capital, dado que, además, un mismo capitalista (o corporación) puede participar del capital en sus distintas formas (productivo, mercantil, a interés e incluso rentista) o al menos en más de una de ellas. Pero sin una vigorosa reproducción de valor nuevo el capital en su conjunto va perdiendo su posibilidad de existencia.

Esa vigorosidad se diluye a consecuencia del proceso de sobreacumulación de capital, o cantidad de capital invertido por unidad de valor que se es capaz de generar. Proceso concomitante a la sustitución de seres humanos por maquinaria que se va dando con el propio desarrollo de las fuerzas productivas que acompañan la evolución del capitalismo, lo cual irá agravándose más y más con la profundización de la 4ª Revolución Industrial (IA, biogenética, nanotecnología, robótica…).

Esto quiere decir también que según aumenta el peso relativo del capital fijo (maquinaria o tecnología en general) sobre el variable (seres humanos) en la composición orgánica del capital, puede aumentarse la productividad, pero genera menor valor (y por tanto ganancia) en proporción, dado que disminuye el tiempo socialmente necesario para producir las mercancías. El valor de las mismas se va reduciendo.

Así que según la automatización de los procesos productivos va haciendo que la cantidad de tiempo de trabajo depositada en cada producto sea menor, la productividad de cada trabajador debe aumentar (debe de ‘hacer’ más productos o servicios en la misma unidad de tiempo) para que la masa de beneficio realizable no disminuya. Lo cual conduce a la paradoja de que más aumenta la productividad de las fuerzas productivas, más se necesita que aumente para intentar salvar el beneficio. De manera que si la productividad crece por ejemplo un 5%, la acumulación ha de crecer al mismo nivel para mantener el empleo (y por tanto las posibilidades de plusvalía). Algo crecientemente difícil según entramos en el mundo de la IA aplicada a la robótica.

Por eso, repito, sólo si nos situamos en el mayor nivel de abstracción puede percibirse la creciente dificultad que presenta este Sistema para que el dinero se convierta en capital. Dicho más concretamente, según acabamos de ver, a cada vez más capital-dinero le cuesta realizarse productivamente, por lo que intenta valorizarse a sí mismo fuera de la relación laboral, a través de todo tipo de inversiones especulativas, rentistas-parasitarias, como simple dinero.

Es a esto a lo que se ha llamado “financiarización de la economía”, que es algo substancialmente diferente de una fase financiera del capital y tiene consecuencias mucho más profundas. Básicamente significa que cada vez una parte mayor del dinero deja de hacerse capital-dinero y de convertirse, por tanto, en “capital efectivo” o “capital activo” para mantener el ciclo de acumulación (que era para lo que estaban destinadas las finanzas).

A falta de esa conversión, lo que hace es procurar una suerte de “vida artificial” a la economía capitalista mediante su desmaterialización (desligamiento del dinero respecto de cualquier mercancía -según he explicado sobre todo en Las sociedades de las personas sin valor-), así como, según venimos diciendo, a través de la ingente creación de capital ficticio. Esto implica un proceso de involución del capitalismo, del capital al dinero, en vez del proceso histórico que constituyó este modo de producción, que significó la conversión del dinero en capital.

Lo que complica las cosas sobremanera desde el punto de vista de los capitales particulares (empresas, Bancos, entidades financieras, fábricas, corporaciones agrarias, negocios, comercios…) es que, como se acaba de decir, unos u otros capitalistas pueden participar de las distintas formas funcionales del capital al mismo tiempo.

Todavía confunde más a las sociedades, y demasiado frecuentemente a la propia economía ortodoxa, que a menudo las crisis en el capital productivo se manifiestan bajo otras formas de capital, especialmente como capital a interés (de hecho, con la excepción de las dos grandes guerras en las que se produjo la destrucción masiva del capital en su forma física, en otras ocasiones las crisis a menudo devalúan el capital en su forma de dinero. Esta es una de las razones por las que las crisis de capital aparecen tan frecuentemente a ojos poco analíticos como crisis financieras, que es lo que nos cuenta la economía ortodoxa).

Mantener artificialmente (“ficticiamente”) la economía a flote fue desde el principio la razón de ser del neoliberalismo como proyecto político de las elites mundiales y muy especialmente del capital estadounidense: procurar la recuperación de la tasa de ganancia capitalista sin una adecuada (colosal) destrucción de capacidad productiva vinculada fundamentalmente a EE.UU. y su imperio económico.

Eso significó intervenir para proteger a los capitales más fuertes y desregular para eliminar a los débiles. Para ello y al mismo tiempo, se desarticulaba la capacidad agencial de la fuerza de trabajo, destrozando, cooptando o encauzando hacia formas inocuas sus expresiones organizadas mayoritarias, para erradicar las luchas de clase cualitativas, es decir, tanto la dimensión altersistémica de las mismas como las propias posibilidades de oponerse a la guerra de clases vertical que desataban las elites del Capital.

Ahora bien, si considerando esta última estrategia capitalista es cierto que la tasa de ganancia aumenta cuando lo hace la tasa de explotación, de ahí no se deduce que mejore la economía y que se pueda salir de la crisis aumentando la tasa de explotación. Esto es más bien un nuevo indicador de debilidad sistémica, compatible con un empeoramiento de la economía. Y sobre todo, puede ocultar una disminución de la producción de plusvalía por unidad de capital invertido, aunque se dé una mayor asignación a favor del capital. Pero sólo la producción de plusvalía (no su reparto) por unidad de capital invertido denota el estado de salud de la economía capitalista.

Como ha mostrado Carchedi [“El agotamiento de la fase histórica actual del capitalismo”, en «El agotamiento de la fase histórica actual del capitalismo»: Guglielmo Carchedi | (marxismocritico.com)], la medición de la tasa de ganancia determinada únicamente por el valor excedente producido se obtiene calculando la tasa de ganancia con una tasa de explotación constante. Y según ello, la producción de plusvalía por unidad de capital invertido tiende a decrecer a lo largo de toda la fase histórica actual, como vemos en el gráfico 1.

Margen de beneficio con la tasa de explotación constante, EE.UU., 1947-2017

Fuente: Carchedi «El agotamiento de la fase histórica actual del capitalismo»: Guglielmo Carchedi | (marxismocritico.com), 2017.

Desligar el dólar del patrón oro permitió a EE.UU. financiarse y financiar al mundo con dinero fiduciario, que comenzó a generar una monstruosa deuda (liberalizar el mundo financiero que tanto había costado domeñar en los Acuerdos de Bretton Woods tras todo el cúmulo de desmanes que se habían iniciado a fines del XIX y que finalizó en la catástrofe del 29 y el hundimiento económico de los 30, comportó una ingeniería social y financiera de gran calibre).

A partir de los años 80 del siglo XX, la paulatina retracción del Estado en relación a la demanda, haría que la creación masiva de capital ficticio se trasladara a los mercados de acciones y derivados. Estos últimos constituyen una modalidad que ha adquirido una importancia única en el capitalismo contemporáneo. Hay derivados de todo tipo.

Para hacernos una idea de la importancia de esta forma contemporánea de capital ficticio, cabe considerar algunos valores asociados a ciertos tipos de derivados. a) El mercado de derivados de divisas movió un promedio diario de 8,29 billones de dólares en abril de 2019, casi duplicando con respecto a 2007, cuando fue de 4,28 billones de dólares. b) El mercado de derivados llamado sin receta (OTC) mueve operaciones realizadas directamente entre agentes privados sin intermediarios, que alcanzó el volumen de negocios diario promedio de 6,50 billones de dólares en 2019, frente a 1,69 billones de dólares en 2007. El total de contratos OTC a finales de 2018 alcanzó los 544,4 billones de dólares; en 2007 eran 585,9 billones de dólares, pero habían alcanzado un máximo de 710,1 billones de dólares en diciembre de 2013. Si bien, sólo las transacciones sobre productos derivados en 2010 podrían haber alcanzado los 1400 billones de dólares, según el Banco de Basilea.

Además, de los 4 billones de $ a que ascienden las operaciones realizadas cada día en el mercado mundial de divisas, alrededor del 95% no tiene relación con la compra de bienes y servicios. Para hacerse una idea más cabal de lo que significan estas cifras tengamos en cuenta que el PIB mundial agregado para 2018, calculado en paridad de poder adquisitivo por el Banco Mundial, alcanzó los 121,06 billones de dólares; mientras que las exportaciones y las importaciones totales fueron respectivamente de 25,77 billones de dólares y 24,74 billones de dólares.

Con todos estos datos ¿qué quiero decir?, pues que una creciente parte de las monstruosas ganancias que muestra hoy el sistema capitalista y el mega-enriquecimiento de sus principales empresarios, está desconectada del nuevo valor como plusvalor, esto es, de la economía productiva o capital industrial. ¿Y eso qué significa a su vez? Pues que a la postre son también en buena medida ganancias ficticias, por más que tengan capacidad de comprar riqueza real.

Pero esta última matización, por importante que sea, no anula la premisa básica: que el Sistema se gangrena al no ser capaz de regenerar su sangre (nuevo valor), y que por tanto el saqueo de la riqueza colectiva, la mercantilización de actividades humanas previamente externas al mercado -con la consecuente succión de renta de la fuerza de trabajo y de unos capitales a otros-, la intensificación del pillaje de la Naturaleza como fuente barata de energía y recursos, más una cada vez más exacerbada ganancia especulativo-ficticia-rentista, se van intensificando y convirtiendo en sus dinámicas recurrentes.

Dinámicas que, no obstante, no generan nuevo valor, sino que por lo general “cosechan” el ya procurado, por lo que compensan sólo parcial y pasajeramente aquella decadencia. De facto, tienden a constituir más bien un indicador de enfermedad, pues el esquilmar el medio físico y el mercantilizar valores de uso o “externalidades” que fueron sustentos de las sociedades, van minando a éstas, no sólo afectando su resiliencia ante las crisis del capital, sino dificultando que contribuyan indirectamente (con cuidados, trabajo gratis, solidario, colectivo, reposición de recursos…) a su reproducción.

No resulta acertado, por tanto, identificar los (macro)beneficios de ciertas elites, con la salud general del Sistema.

Nota

Toda esta complejidad puede conducir a diferentes confusiones; una de las más frecuentes es la separación del capital productivo y el capital monetario, al que demasiadas veces se termina llamando capital financiero. Un concepto erróneo, que Marx nunca utilizó, en el que muchos autores a menudo caen, por lo que terminan errando también al considerar que hay una contradicción sine qua non entre la acumulación real y la acumulación financiera. Pero esto sólo es así bajo determinadas circunstancias que intento explicar aquí (tengo que remitir a mis últimos trabajos para mayor explicación de todo lo dicho en esta Introducción, así como para la bibliografía pertinente. Esta primera parte es sobre todo deudora de mi compañero del OIC, Paulo Nakatani).

De hecho, según se desarrollen las tecnologías de esta nueva ola industrial, más incompatibles se harán con la asalarización y con la plusvalía capitalista. Controlar las máquinas robóticas o incluso androides, puede fácilmente sustituir la necesidad capitalista del trabajo abstracto y del plusvalor, por una mera posesión de bienes de equipo o productivos. Un modo de producción automatizado con una clase dominante meramente propietaria, puede formar parte del proyecto de las actuales oligarquías. Pero teniendo en cuenta lo costosísimo energéticamente que ese nuevo modo de producción sería, no podría tener lugar nada más que en escalas poblacionales muy reducidas. La mayoría de la humanidad pasaría a ser desechable o innecesaria para las elites. Por tanto, para imponer ese nuevo sistema necesitarían probablemente enfrentar -y eliminar- a buena parte de las poblaciones.

  • Andrés Piqueras es profesor de sociología de la Universidad Jaume I

Fuentes:

ANDRÉS PIQUERAS. Aclarando las cosas: sobre crisis, guerra y transformación

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