El presente como ideología

“Cuando nos asentemos en años y en juicio, no estaremos dispuestos a cambiar fácilmente.”
John Donne

Tras muchos esfuerzos y miles de muertos, el capitalismo ha alcanzado un estado de perfección ideal: el presente continuo. Un tiempo lineal e indeterminado que se prolonga hacia el infinito -ante la indiferencia social colectiva- dibujando una sucesión de imágenes que se repiten, desaparecida la épica de la que hablaba Marx, como farsa. Cada día es igual al anterior, con sus sobresaltos previstos, y cada hecho parece tener, en la democracia de mercado, una réplica mediática automática. Pese a la apariencia de incesante novedad, obligado espectáculo del sistema de reproducción de símbolos, los patrones y valores permanecen. Instalados en la objetividad y pureza del sistema mundial de reproducción de imágenes y mercancías, en la inexpugnable fortaleza -escaparate de vanidades e intercambio- de la ideología del presente eterno, las vidas crecen transitando por los mismos caminos, las mismas trilladas avenidas. Somos copias, reproducciones de falsas obras de arte, repeticiones sin diferencias de nosotros mismos, inseguras variaciones de la sumisión y el silencio. El estado ideal, ese mundo absoluto y preciso soñado por Hegel, descrito por los neoliberales y cincelado por el complejo tecnológico-militar de EE.UU. (alias, los mercados), ha alcanzado la tierra prometida. Es el mundo real, el desierto pavimentado de lo real, y en ese territorio inhóspito de brillantes colores e inseguridades (des)controladas por los psicofármacos debemos combatir. La tarea parece imposible: romper a martillazos la armonía preestablecida -el perpetuo movimiento del beneficio- y asaltar la bóveda de la racionalidad capitalista. Algo de esto dejo dicho Lukács.

Alejados, por el momento, de la posibilidad de modificar la forma de trabajo y vida (al menos en Occidente) y destrozada la tradición revolucionaria -el acontecimiento trascendental de la ruptura del paradigma existente- por medio de las guerras de ocupación física y moral y la onda expansiva, destructora, de los medios de comunicación, el tiempo se actualiza en el presente simbólico del consumo, el instante de realización del valor humano. El presente se hace conciencia del presente -la fusión de potencia y acto- y se convierte en el único tiempo posible, el tiempo de lo concreto y material, de la democracia de partidos y del estado social y de derecho. Por decirlo en dos palabras: el capitalismo ha conseguido que la esfera de nuestro reloj, de cada diferente reloj, marque el mismo tiempo histórico, el ritmo y sentido único de la historia. La causalidad de los hechos -y por extensión final, la felicidad- dependerá, por tanto, de la capacidad individual -rotos los lazos de clase- para integrarse en la Historia (única) y la Verdad (única).

Vivir es vivir para el placer del consumo y nuestros nuevos dioses (de barro) son catálogos de papel. Vendrán tiempos peores, siempre acaban llegando, y no sabremos distinguir. Todo se parece tanto que pretender encontrar resquicios de libertad para el pensamiento, para la acción, rellanos donde alojar una idea, se está convirtiendo, casi, en un ejercicio de estilo. Un inocente e inútil juego floral. El capitalismo de libre mercado está edificado sobre el mito del progreso y las ruinas de la lucha de clases. La sofisticada mitología se renueva -igual que la moda- cada temporada. En este paraíso el cuerpo social encuentra acomodo y se desarrolla. Existen productos para todos los bolsillos, dicen, igual que existe una opción política para cada ciudadano. Lástima que la izquierda haya abandonado el terreno de la economía real y se haya pasado a la reivindicación de la gestión, miserias políticas, del bienestar de las clases medias urbanas. Caminamos por un barrizal, sendas perdidas, sentimos la humedad y el frío y creemos -nos cuentan- que es un delicado césped artificial. Caminamos por una selva donde reina la precariedad y nos explican, gracias a los tentáculos de sus canales de transmisión, que estamos atravesando un período de crisis (refundación) al que seguirá, no sabemos cuándo ni dónde, prosperidad y paz. Bastaría una mirada consciente, lúcida, para desmentir lo que nos dicen. Sería suficiente levantar la vista del suelo y tomar nota. La realidad es un decorado de estrellas fijas, un espacio cerrado donde conviven marionetas de seda con aspecto humano. Los antiguos astrónomos tenían razón sin saberlo. Todo está quieto.

Fuentes:

http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=1985

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