’Las Cigarreras’, vanguardia del proletariado

Luis Aurelio González Prieto

Los trabajos históricos sobre los orígenes del movimiento obrero en nuestro país, siempre han señalado a los obreros de la incipiente industria textil como los primeros que llevaron a cabo protestas laborales en la primera mitad del XIX y a los mineros en la segunda. Ahora bien, el grupo que, durante los años treinta y cuarenta del siglo XIX, protagonizó mayor número de conflictos (no existía la palabra huelga) reivindicando mejoras laborales y sociales en nuestro país fueron unas mujeres trabajadoras, las cigarreras, que ni siquiera son mencionadas y merecen, sin embargo, ser destacadas como figuras principales en los inicios del movimiento obrero español.

En el siglo XVII, el tabaco importado de América comenzaba a ser consumido en España. La Real Hacienda española vio en el tabaco un producto del que se podían obtener pingües beneficios, por eso, en 1731 asumió de manera directa la importación, elaboración y comercialización del producto.

La primera Real Fábrica de Tabaco se estableció en Sevilla, en 1763, donde la mayoría de asalariados eran masculinos. A principios del XIX, la Hacienda estatal crea nuevas fábricas en Cádiz, Alicante, La Coruña, Madrid, Santander, Gijón, Valencia o Barcelona. La generalización del consumo de cigarros obligó a las direcciones de las Reales Fábricas a contratar mayoritariamente personal femenino, que se encargaba de elaborarlos a mano. De esta forma, los superintendentes de las fábricas conseguían una mano de obra más barata, ya que los jornales de las mujeres eran muy inferiores a los de los hombres, así como unas trabajadoras mucho más hábiles para este tipo de tarea. Creían también que iba a ser una mano de obra más dócil y menos problemática que la masculina. Nacían las cigarreras, oficio que se transmitía de madres a hijas. No estaban sometidas a un estricto horario laboral, ya que trabajaban a destajo, es decir se les pagaba por unidad producida, por lo que la dirección de la fábrica permitía cierta flexibilidad para acudir al trabajo y poder compatibilizarlo con las obligaciones familiares. Incluso algunas llevaba a sus hijos pequeños al trabajo.

Esta, en principio, dócil mano de obra femenina no tardó en revindicar la mejora de sus condiciones laborales. El primer conflicto o “tumulto laboral” tuvo lugar en la Fábrica de Madrid en el año 1830. Parece ser que las cigarreras estaban descontentas por la mala calidad del tabaco, lo que les producía una merma en la producción y, por ende, en sus salarios. El motín laboral surgió el 15 de febrero, cuando la dirección de la Fábrica ordenó que se procediese a registrar exhaustivamente a las operarias en busca de hurtos de tabaco. Las amotinadas se encerraron en la fábrica y contaron con la ayuda de sus familiares y vecinos. Ante el cariz alarmante de la revuelta, al día siguiente el gobierno envió al Ministro de la Guerra al mando de un destacamento de coraceros y cazadores de la Guardia Real que ocupó de forma rápida y brutal la fábrica y los barrios aledaños.

El siguiente incidente laboral surge en la Real Fábrica de Sevilla en el mes de agosto de 1838, cuando las operarias llevaban más de cuatro meses sin cobrar sus salarios, lo que las abocaba a una situación de penuria. El motín tuvo lugar cuando el tesorero de la Fábrica, acompañado de un criado, pasó por una de las salas de producción con un talego que contenía más de cinco mil duros. Será en ese momento cuando comiencen la protesta mediante un encierro. Ese mismo día llega el gobernador acompañado de fuerzas de orden público y consigue desalojar a la veintena de cigarreras que se encuentran encerradas. El conflicto se solucionó porque el superintendente, ante las presiones sociales y políticas, pagó todo lo que les debía.

No tardarán las cigarreras de la Fábrica de Madrid en amotinarse, será el 31 de julio de 1839. La chispa saltará porque los responsables de la Fábrica habían creado una sala de empapeladoras jóvenes donde se robaban grandes cantidades de tabaco. A sofocar la revuelta acudió el gobernador con más de cuarenta guardias. Conminadas a salir se resistieron, pero al no permitir la entrada de bebidas ni alimentos cesaron en su actitud.

En el mes de octubre de 1840, las cigarreras coruñesas se amotinan durante dos días, en protesta por la mala calidad del tabaco y el 7 de mayo de 1842, son las sevillanas quienes no trabajan para protestar por la misma causa. Un grupo grande de cigarreras impiden la entrada del resto y cuando llegan las fuerzas de orden público son recibidas a pedradas. Los siguientes días los desordenes continuaron, pese a estar la fábrica custodiada por abundantes fuerzas de orden. El 11 de mayo organizan una tumultuosa manifestación en la que se entona La Marsellesa y gritan ¡muera el Regente y el Superintendente!, así como ¡Viva la República! Siendo conscientes las autoridades del cariz político que estaba tomando, la manifestación fue duramente reprimida por las tropas, a la vez que el Gobernador de la provincia publicaba un bando previniendo que se deshagan los grupos de cigarreras y prohibiendo todo tipo de grito o voz alarmante. Esta revuelta se saldará con veinticinco detenidas y encausadas por desórdenes públicos.

Un mes después, la prensa habla de pronunciamiento femenino en la Fábrica de Tabacos de Madrid en protesta por la introducción de nuevas máquinas que suprimirían mano de obra. Al día siguiente, según señala la prensa, fue restablecido el orden.

No todo fueron derrotas en las justas demandas laborales de las cigarreras. El 18 de octubre de ese año de 1842, la Fábrica de Madrid inauguraba una escuela a la que podían acudir sus hijos.

Los conflictos se suceden: en Barcelona, ante el cierre de la fábrica; en Sevilla, el 30 de marzo de 1843, exigiendo el pago de atrasos; en La Coruña se habla de un levantamiento mujeril en protesta por la mala calidad del tabaco. El más importante comenzó el 8 de agosto de 1843, en Valencia, cuando se niegan a trabajar en protesta por el nombramiento de cinco nuevas maestras cigarreras, que controlarían el trabajo de las demás. Las prensa habla de Pronunciamiento Femenil y señala: ”Es preciso contener con mano fuerte las bullangas femeninas ¡Que sería de de nosotros si ellas se alborotasen!” (La Posdata, Nº 483, 11/08/1843). En enero de 1845, de nuevo las madrileñas vuelven a movilizarse al bajar los precios de las tareas.

Si bien estos movimientos son rápidamente sofocados por la presencia de destacados contingentes de la Guardia Civil o por las amenazas de despido, no merman el espíritu combativo de estas mujeres.

Por su tesón en una lucha proletaria ignorada, las cigarreras españolas, cuyas virtudes y miserias sólo conocemos por la obra literaria de Prosper Mérimée, la música de Georges Bizet y las magistrales pinturas de Gonzalo Bilbao, fueron sin ninguna duda la vanguardia del proletariado español.

Fuentes:

‘Las Cigarreras’, vanguardia del proletariado

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