Máquinas de hackear mentes
por Martín Salías
El viejo argumento de las computadoras que se rebelan,
independizándose de la humanidad, visto desde la ácida
óptica de uno de los pioneros del cyberpunk.
Rudy Rucker, matemático de profesión, pateador de
tableros por vocación, novelista por adicción, fue junto
con Bruce Sterling, William Gibson, John Shirley, Lewis
Shiner y otros, uno de los cyberpunks originales. Esta es
su tercer novela, y la que lo hizo conocido, al ser
galardonada con el premio Philip K. Dick.
El ambiente en que se desarrolla la novela es sucio,
aletargado. En este futuro acá nomás, las cosas siguen
empeorando poco a poco, como es costumbre en este
subgénero, pero sin embargo, más que brillos de neón y
personajes siniestros como Gibson, Rucker nos presenta un
futuro desgastado, apagado y sudoroso, donde los
personajes son aún más siniestro, no por sus actitudes,
sino por su mediocridad. Para hacerlo peor, gran parte de
la novela ocurre en una de las peores zonas de la Tierra,
el territorio Gimmi (por 'gimme', que es una forma de
decir 'dame'), donde viven los 'colgueras', jubilados
mantenidos al margen del resto del mundo, a los que
apenas se les da una casucha y algo de comida balanceada
de vez en cuando.
En esta situación vive Anderson Cobb, un precursor de la
robótica enjuiciado tras haber propiciado la
independencia de los robots en la luna. Cobb, quien ha
perdido todo, se dedica a emborracharse esperando el
final con el menor grado de lucidez posible.
Sin embargo, los robots no se han olvidado de él como el
resto del mundo, y se deciden a 'rescatarlo' de su
lamentable estado, como parte de una nueva estrategia.
El plan, elaborado por los 'grandes autónomos',
gigantescos robots fábricas con varios 'remotos', es
decir, sub-unidades robots, es el de incrementar sus
capacidades chupando el 'software' de seres humanos. Así,
en la novela de Rucker la relación tradicional del hacker
se ve alterada, ya que esta vez son las computadoras las
que intentan obtener conocimiento saqueando la 'CPU' de
la gente.
Pero otras ideas interesantes en la novela. La forma en
que Cobb ha logrado que los robots lleguen a la
inteligencia suficiente para rebelarse tiene que ver con
una forma artificial de evolución. Para crear las
condiciones darwinistas de selección 'natural', incorpora
una mecanismo en los robots que los obliga a
'reproducirse', cambiando partes de sus piezas para
generar un nuevo vástago (aunque en el caso de los robots
no siempre perduran padre e hijo), y a esto agrega cierta
capacidad de mutación en sus chips al permitir que los
influencien los rayos cósmicos, tal como sucede con la
genética animal. Rucker imagina incluso una especie de
actividad cuasi sexual entre los robots, que los pone en
situaciones amorosas. Ellos se interconectan para
procesar juntos un rato. Hay escenas bastante divertidas
alrededor de este tema.
Y otro punto fuerte de la novela es el método que
utilizan los robots en la tierra para conseguir drenar el
software humano: una banda de punks conocida como 'Los
pequeños bromistas", que se dedican a comer cerebros
humanos, con la víctima viva para disfrutarlo. Sta-hi, el
coprotagonista de la historia, comienza casi por ser el
almuerzo de los muchachos, aunque logra zafar y termina,
por los avatares de la trama, yendo con Cobb a la Luna,
en un viaje auspiciado por los grandes autónomos, que le
ofrecen al viejo la inmortalidad. Sta-hi (de 'stay-hi',
'mantenerse en lo alto' o 'mantenerse drogado'), es un
joven taxista demasiado aficionado a las drogas y a las
mujeres, que además es el hijo de Mooney, uno de los
policías de la zona gimmi.
El paisaje de la luna es un poco menos decadente que el
de la Tierra, pero no por eso mucho más atractivo. Casi
toda la población está integrada por robots, la mayoría
de ellos dedicados a mantener en pie una sociedad
errática basada en la producción. Una gigantesca área
industrial donde los obreros trabajan para conseguir los
chips con que engendrarán sus vástagos. Los robots se
alimentan de energía solar (muy abundante en la luna) y
la baja temperatura de la superficie les permite mantener
la velocidad de sus circuitos superconductores sin
necesidad de los voluminosos equipos de refrigeración que
se requieren en Tierra para este tipo de maquinaria.
Allá arriba Cobb se reencontrará con Ralph Números, su
primer robot inteligente y el antiguo líder de la
revuelta, quien, como él, se ha convertido en un modelo
viejo y casi olvidado. El es el encargado de guiarlo
hasta su destino, para después volver a la Tierra
convertido en inmortal gracias a su software trasplantado
a un cuerpo robot.
Pero aquí llegamos recién a la mitad de la novela. A
partir de su regreso a la Tierra, Cobb se verá en una
situación muy distinta debido al cuerpo proporcionado por
los robots, pero Sta-hi volverá a ser un despojo. Sin
embargo, los dos terminarán reencontrándose, luego de
persecuciones, errores e indecisiones por parte ambos.
La historia es una visión totalmente renovada del viejo
mito de la máquina rebelada, pero esta vez, vista desde
una óptica totalmente diferente, que deja un gusto
amargo, pero no por eso deja de ser una narración
atractiva y, sobre todo, en este caso, enloquecida.
Software, Rudy Rucker, 1982
Martínez Roca, Superficción (2da época), 162 págs.
Martín Salías trabajó en Investigación y Desarrollo en
una importante empresa nacional, dirigió departamentos de
capacitación y soporte, y hoy tiene su propia consultora,
Merino Aller & Asociados. Tambien es miembro del Círculo
Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía (CACyF). Años
atrás dirigió la revista de ciencia ficción GURBO,
durante 12 números, y posteriormente ha colaborado en
Otros Mundos, y otras publicaciones. Puede ser contactado
a través de FidoNet en 4:901/303.11 o Internet en
martin@ubik.satlink.net