HOTEL ALUCINÓGENO
Tumbado en la cama contemplando
el mañana, simplemente meditando,
miro de hito en hito un simple punto
vacío, y advierto la penetración
de dos ojos que miran arriba y
abajo y en varios ángulos extraños
me inspeccionan en secreto; y
noto mi mirada desviada
de la pantalla vacía que tengo
frente a los ojos y dirigida
hacia las ocho latas vacías
de cerveza
que forman una pirámide casual.
Y entorno los párpados para
pensar:
¿cuántas horas han pasado
desde que construí tal inmaculado
edificio de lata?
¿O lo creé todo?
¿Serían los vigilantes?
Abro los ojos y devuelvo la mirada
a la pirámide.
Pero la pirámide se ha convertido
ahora en una pira ardiente, y
la cara que hay dentro es la mía.
¿Que es esta profecía
que me viene como un recadero,
fría e indeiferente a su mensaje,
que solo pide que le reconozca
Pero no caeré preso
de esta revelación de irrelevancia
no voy a reconocer esta perversión
o pensamiento.
No.
Arrojo la almohada a la
tumba infernal, como para salvarme
los
ojos de la comprensión horrenda,
y oigo el estrépito hueco
de siete latas vacías de cerveza,
y no ocho...
¿Fue el destino que dejó
una de pie
¿Por qué este soldado
solitario de latón
desafía mi charla
de almohada sobre la aniquilación?
Entonces, por alguna razón
extraña,
estúpida y definitivamente
enigmática,
la lata empieza a hacer erupción
de gritos y gimoteos.
¿Se lamenta caso porque sus
amigos y familiares se han ido
o porque no tiene a nadie
con quien copular?
Se fueron...
Pero no, no es la razón.
Es el berrido de un niño por
la traición de su madre.
El miedo desgarrador del abandono.
Y este lamento, chillido, gimoteo
hace que las latas muertas se alcen
y no doy crédito a mis ojos,
que esta concesión de
envases de bebida esté salmodiando
en una cacofonía de rebelión
trivial
contra mi Doctrina de la Aniquilación
que se debatió en mi
Cumbre de la Almohada (que está
ahora
perdida entre los pies machacones
de los
anarquistas de aluminio).
Tengo miedo, miedo de esas
latas, esas rebeldes nihilistas.
Mientras una se acerca, la llorona,
supongo, mi miedo ahora
aumenta y construye una pared
alrededor de la cama, procurando
aislarme de todo;
pero sin dudar un momento,
la llorona trepa lo que
yo consideraba un Gran Muro
no muy distinto al de Berlín.
Empieza a hablar.
Las palabras le fluyen críticamente
por
el agujero de su cabeza
cual música de funeral: profunda,
retumbante
y afligida.
Me dice: "debes
rendirte a tus sueños; es justo.
Nos pasamos el día planeando
cuidarte
y al llegar de una forma
muy grosera
no nos haces caso".
Perplejo, asiento sin querer
y me cierra los ojos.
No.
Me da unas gafas afrodisiacas
y me quedo dormido a la sombra.
Dormido en una campo de jacintos y jade.
Cuando me salgo a rastras del sueño
me levanto,
el pelo un nido enredado de rizos
dorados.
Entro en la cocina
y voy a la nevera.
Saco una lata de cerveza
y cuando empiezo a beber
oigo
El llanto de un niño abandonado.