Había una vez, en una provincia muy septentrional de un país muy austral llamada Shako, un pequeño niño llamado Angelino Rozales. Era un niño moreno, de cabello algo raro y muy negro, con unos grandes ojos marrones. Era un nene muy feliz y muy bueno, al que le encantaba todo lo que tuviera que ver son sus semejantes y se preocupaba por todos y por todo, desde su anciana vecina hasta las plantitas que crecían en su jardín.
Angelino era el más querido del colegio, a pesar de que como alumno no era muy brillante. Le fascinaba, ya desde niñito, charlar con sus amiguitos para ayudarlos a solucionar sus problemas y compartir sus vivencias, pero también se interesaba por el estado de sus maestras, ya que él las veía como un ejemplo popular.
Pasaron los años, y Angelino dejó la niñez para convertirse en un muchachito adolescente. Le empezaron a crecer vellos, le salieron pápulas y pústulas (granos) y se volvió más alto y varonil. También, junto con los cambios físicos, vinieron los cambios emocionales, pues Angelino se empezó a fijar en las muchachas y notaba que cosas muy raras le pasaban cuando las veía. Tuvo su primera noviecita, que se llamaba Pascuala, una chica muy bonita y muy sencilla, del pueblo, que era la hija de un empleado de la plantación de algodón. Pero...algo feo les pasó a los tortolitos. Angelino, ante los designios de su corazón adolescente y de sus desquiciadas hormonas (estaban desquiciadas por la edad, ya que Angelino no era ningún loquito), quiso ir más allá de un par de inocentes besos y paseos por la plaza principal de su ciudad natal, *****. La jovencita, que era muy pudorosa, sintió que su novio estaba algo descontrolado y se alejó de él. Poco tiempo más tarde, se arrepentiría y entregaría el rosquete. Así, Angelino conoció por primera vez el amor. Pascuala lo adoraba, y decía que lo que más le gustaba de Angelino era su sencillez y su amor por el pueblo. El joven se llevaba muy bien con sus suegros, con quienes tomaba mate y comía tortas fritas bajo la higuera. Ellos lo apreciaban, sobre todo por su gran humildad y su interés por las cosas cotidianas de la gente común.
Siguió corriendo el tiempo, y Angelino siguió creciendo y cada día era más bueno y solidario con sus coprovincianos. Se mezclaba con sus iguales, ya fuera con los campesinos como con los citadinos. Le gustaba hablar con gauchos, médicos, maestros, obreros, comerciantes, etc., y compartían tardes de mate y bizcochitos 9 de Copas contando graciosas historias.
Angelino tuvo su primer traspié amoroso, la partida de su queridísima Pascuala a la gran ciudad (Lindos Ayres), a la gran capital del país. La separación fue dolorosa y conmovedora: hubo besos, abrazos, lágrimas, choripanes y vino, al compás del folklore y las guitarras. Pero Angelino debió sobreponerse, y lo logró.
Con el correr del tiempo, Angelino ya era un hombre, pero no había perdido sus virtudes. Se había casado ya, con una muchacha pueblerina de gran nobleza, y vivían juntos en una casa muy linda, con un gran jardín con parrilla, así podían hacer asados e invitar al pueblo, que festejaba, reía y se alegraba. A la boda vinieron la partera, el loco del pueblo, el borracho, la maestra, el cura, y hasta el ladrón del barrio, que a Angelino no le robaba porque era demasiado bueno, aun con el caco. Comieron hasta hartarse y se tomaron hasta el agua del inodoro
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Un día, un señor con maletín y traje muy elegante se acercó a Angelino Rozales (mientras este tomaba vermú en un bar con su familia) y le propuso involucrarse en política. Angelino, que era tan bondadoso, aceptó contento de poder ayudar a su pueblo.Era tan buena persona que hizo amigos en la política, como por ejemplo, Lisa Des-Carrió (una señora muy gorda que era su coprovinciana), Fernando de la Ruta (un señor muy aburrido que llegó a ser presidente) y Raúl Alfonso (un señor que había sido presidente y había inventado una moneda) . Ocupó pequeños cargos en su partido (Unión Civil Radicalizada), hasta que un buen día, sus coprovincianos lo votaron, por unanimidad total y absoluta, Gobernador de Shako. ¡Qué día más feliz! Millones de personas lo aclamaban, con banderas y pancartas, y vivaban su nombre. Lo saludaron sus antiguas maestras, sus ex compañeros de colegio, sus conocidos de siempre y hasta Pascuala, que había venido especialmente de la capital para verlo (esto ocasionó que su mujer casi le tirara algo por la cabeza, pero Pascuala se había puesto gorda y fea y a Angelino ya no le interesaba). Su mandato duró cuatro años, que fueron los mejores de la historia de la provincia, pues Angelino no cesaba de atender los reclamos del pueblo y de brindar felicidad y bienestar para todos.
A pesar de tener poder, Angelino Rozales nunca fue vanidoso ni avaro, y seguía charlando con sus conocidos de igual a igual, los seguía invitando a sus asados, asistía a las peñas folklóricas que se organizaban, visitaba escuelas y charlaba con alumnos y maestros, se sentaba a jugar al ajedrez con los jubilados de la plaza y no se perdía ningún evento cultural. ¡Qué buen gobernador!
Angelino Rozales era tan, pero tan querido que todo su pueblo quería que se perpetuara en la gobernación para seguir recibiendo su alegría. Pero...había nubes negras en su horizonte. Los del partido opositor (Partido Justiniano, que idolatraban a Pelón) estaban muy envidiosos del éxito de Rozales, y deseaban que, en las próximas elecciones, perdiera. ¡Qué villanos eran! Deseaban que este buen hombre, tan ejemplar y amado, dejara la gobernación!!! Debían hacer una poderosa campaña para atraer a los votantes, desviándolos del camino ejemplar de Rozales. También debían tener un candidato. Para lo primero, gastaron mucho dinero y llamaron a expertos de todo el país, y para lo segundo, tomaron en cuenta a un tal José Capitanovich, un frío, calculador y malvado economista al que no le importaba el pueblo. Por otros partidos menores, estaban un archiperverso afgano llamado Osama Bien Laven, un asesino en serie cuyo nombre no recuerdo y un terrorista palestino llamado Yasé Afanar. La victoria de Angelino era casi segura, pero él no se confiaba, sabía que sus adversarios podían derrotarlo, y lo que era peor, perjudicar a su amado pueblo.
Llegó el día de la elección, y fue un gran trajín en las urnas. A la espera de los resultados, todos los candidatos estaban nerviosos. Rozales tomaba mate sin cesar (ello le ocasionó un problemita escatológico), Capitanovich sacaba cálculos de economía como un demente, el asesino mató como a diez personas (justo mató a uno que lo había votado), Bien Laven armaba aviones de papel y los tiraba contra los edificios y a Afanar hacía planos de bombas caseras. Al fin, el resultado llegó...Rozales seguiría siendo gobernador!!! ¡Qué bueno! Hubo, nuevamente, festejos, asados, recitales del Salteño Palavecini, rifas y se declaró asueto y feriado provincial.
Y pasaron unos añitos más, y el pueblo siguió siendo feliz con su gobernante, quien organizaba cabalgatas y choriceadas para los gauchos, en las cuales se mezclaba con ellos, tomaba mate con los vecinos, armaba concursos de pesca con devolución, porque era tan considerado que velaba hasta por los peces, dormía la siesta, regalaba churros caseros a los niños, y hasta inventó un bono provincial para mejorar la economía de su provincia, y seguía siendo tan popular y entrañable para su gente...
Y COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO HA TERMINADO.
Nota: Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
Madame Lune