En 1983, Mamá Bell fue desmantelada por decisión de un tribunal federal. Las piezas de Bell son ahora entidades corporativas separadas. El núcleo de la compañía se convirtió en AT&T Communications, y también en AT&T Industries (anteriormente Western Electric, la división de manufactura de Bell). Los AT&T Bell Labs pasaron a ser Bell Communications Research, Bellcore. Y aparecieron las Compañías Operadoras Regionales Bell, en inglés, RBOCs, pronunciado "arbocks".
Bell era un titán e incluso estos fragmentos regionales son gigantescas empresas: compañías incluidas en la lista de 50 que aparece en la revista Fortune, con una gran riqueza y poder. Pero los limpios principios de "Una Política, Un Sistema, Servicio Universal" estaban hechos añicos, aparentemente para siempre.
El principio de "Una Política" de los comienzos de la Administración Reagan era dividir un sistema que olía a socialismo no competitivo. Desde entonces, no ha habido una verdadera "política" telefónica a nivel federal. A pesar de la división de la compañía, los fragmentos de Bell nunca han podido competir libremente en el mercado.
Las RBOCs están aún duramente reguladas, pero no desde arriba. En vez de eso, luchan política, económica y legalmente en lo que parece una interminable confusión, en un mosaico de jurisdicciones federales y estatales que se superponen. Cada vez más, al igual que otras grandes corporaciones americanas, las RBOCs se están convirtiendo en multinacionales, con grandes intereses comerciales en Europa, Sudamérica y los países de la costa del Pacífico. Pero esto también aumenta sus problemas legales y políticos.
Quienes pertenecían a la antigua Mamá Bell no están contentos con su destino. Se sienten maltratados. Podrían haber aceptado a regañadientes el hacer una total transición al mercado libre; convertirse en simples compañías normales y corrientes. Pero esto nunca ocurrió. En vez de eso, AT&T y las RBOCs ("los bebés Bell") se sienten arrastrados de un lado a otro por regulaciones estatales, el Congreso, la FCC, y especialmente por el tribunal federal del juez Harold Greene, el magistrado que ordenó la división de Bell y que se ha convertido de facto en el zar de las telecomunicaciones americanas desde entonces, en 1983.
La gente de Bell siente que hoy en día viven en una especie de limbo legal. No entienden qué es lo que se les pide. Si se trata de "servicio", ¿por qué no son tratados como un servicio público? Y si se trata de dinero, entonces ¿por qué no son libres para competir por él? Nadie parece saberlo realmente. Aquéllos que dicen saberlo están todo el tiempo cambiando de opinión. Ninguna autoridad parece tener ganas de coger el toro por los cuernos de una vez.
La gente del mundo de la telefonía de otros países se sorprende del sistema telefónico americano actual. No de que funcione tan bien; hoy en día incluso el sistema telefónico francés funciona. Se sorprenden de que el sistema telefónico americano *aún pueda funcionar* bajo estas extrañas condiciones.
El "Sistema Único" de Bell de servicio de larga distancia es ahora sólo el ochenta por ciento del sistema, encargándose del resto Sprint, MCI y las pequeñas compañías de larga distancia. Una guerra sucia con dudosas prácticas corporativas como el "slamming" (un solapado método para arrebatarle la clientela a los rivales) resurge con cierta regularidad en el sector del servicio de larga distancia. La batalla para destruir el monopolio de larga distancia de Bell fue larga y sucia, y desde el desmantelamiento, el campo de batalla no ha mejorado mucho. Los famosos anuncios de vergüenza-y-culpa de AT&T, que enfatizaban el trabajo de mala calidad y la supuestamente turbia ética de sus competidores, fueron muy comentados por su estudiada crueldad psicológica.
Hay muy mala sangre en esta industria, y mucho resentimiento acumulado. El logotipo corporativo de AT&T posterior a la división, una esfera rayada, es llamado en el mundo industrial la "Estrella de la Muerte" (una referencia a la película *La Guerra de las Galaxias*, en la que la "Estrella de la Muerte" era la fortaleza esférica del ultravillano imperial de respiración forzada, Darth Vader). Incluso los empleados de AT&T están poco menos que encantados con la Estrella de la Muerte. Una camiseta muy popular entre los empleados de AT&T (aunque prohibida) lleva estampado el antiguo logotipo de Bell de los tiempos de Bell System, además de la moderna esfera rayada, con estos comentarios "antes-después": "Esto es tu cerebro - ¡Esto es tu cerebro bajo el efecto de las drogas!". AT&T hizo un gran esfuerzo bien financiado y determinado para entrar en el mercado de los ordenadores personales; fue desastroso, y los expertos en computadoras de telecomunicaciones son llamados con sorna por sus competidores "escalapostes". AT&T y las arbocks Bell aún parece que tienen pocos amigos.
Bajo condiciones de dura competencia comercial, un fallo del sistema como el del 15 de enero de 1990 fue una gran vergüenza para AT&T. Era un golpe directo contra su atesorada reputación de fiabilidad. Días después del fallo, el director general de AT&T, Bob Allen, se disculpó oficialmente en términos de una humildad profundamente afligida:
"AT&T tuvo una interrupción general del servicio el pasado lunes. No estuvimos a la altura de nuestros estándares de calidad, ni a la de los suyos. Es tan simple como eso. Y eso no podemos aceptarlo. Ustedes tampoco... Comprendemos que mucha gente depende del servicio que dé AT&T, y por tanto nuestros científicos y nuestros ingenieros de redes de los AT&T Bell Laboratories están haciendo todo lo posible para evitar que un incidente así se repita... Sabemos que no hay manera de compensar las molestias que este problema les ha causado."
Esta "carta abierta a los usuarios" del señor Allen fue impresa en gran cantidad de anuncios de prensa por todo el país: en el *Wall Street Journal*, el *USA Today*, el *New York Times*, el *Los Angeles Times*, el *Chicago Tribune*, el *Philadelphia Inquirer*, el *San Francisco Chronicle Examiner*, el *Boston Globe*, el *Dallas Morning News*, el *Detroit Free Press*, el *Washington Post*, el *Houston Chronicle*, el *Cleveland Plain Dealer*, el *Atlanta Journal Constitution*, el *Minneapolis Star Tribune*, el *St. Paul Pioneer Press Dispatch*, el *Seattle Times/Post Intelligencer*, el *Tacoma News Tribune*, el *Miami Herald*, el *Pittsburgh Press*, el *St. Louis Post Dispatch*, el *Denver Post*, el *Phoenix Republic Gazette* y el *Tampa Tribune*.
En otra nota de prensa, AT&T sugirió que este "problema de software" *podría* haberle ocurrido igualmente a MCI, aunque en realidad no habría ocurrido (el software de centralitas de MCI era muy diferente del de AT&T - aunque no necesariamente más seguro). AT&T también anunció su intención de ofrecer un descuento en el servicio el día de San Valentín para compensar por las pérdidas durante la Caída del Sistema.
Se dijo al público: "todos los recursos técnicos disponibles, incluyendo a los ingenieros y científicos de Bell Labs, se han dedicado a asegurar que esto no volverá a ocurrir". Y más adelante se le aseguró que: "las posibilidades de una repetición del problema son pequeñas - nunca antes había ocurrido un problema de esta magnitud."
Mientras tanto, sin embargo, la policía y los departamentos de seguridad de las empresas tenían sus propias sospechas sobre "las posibilidades de repetición del problema" y sobre la verdadera razón por la que "un problema de esta magnitud" había ocurrido, al parecer sin proceder de ninguna parte. La policía y los agentes de seguridad sabían a ciencia cierta que hackers de una sofisticación sin precedentes estaban entrando ilegalmente y reprogramando ciertas centralitas digitales. Corrían desenfrenadamente por el ambiente underground rumores sobre "virus" escondidos y "bombas lógicas" secretas en las centralitas, mezclados con muchas burlas sobre los apuros de AT&T, y vanas especulaciones sobre qué incomprendidos genios hackers lo habían hecho. Algunos hackers, incluyendo a informadores de la policía, estaban intentando señalarse unos a otros como los culpables de la Caída del Sistema.
La gente de telecomunicaciones encontró poco consuelo en la objetividad al contemplar estas posibilidades. Esto estaba demasiado cerca de su corazón; era embarazoso; dolía mucho, era difícil incluso hablar sobre ello.
Siempre ha habido robos y otras prácticas ilegales en el sistema telefónico. Siempre ha habido problemas con las compañías independientes rivales, y con las redes locales. Pero tener semejante problema en el núcleo del sistema, las centralitas de larga distancia, es un asunto terrorífico. Para la gente de telecomunicaciones, ésta es como la diferencia entre encontrar cucarachas en tu cocina y grandes y horribles ratas en tu habitación.
Desde el exterior, para el ciudadano de a pie, la gente de telecomunicaciones parece algo gigante e impersonal. El público americano parece mirarles como algo cercano a las estructuras soviéticas. Incluso cuando están en su mejor rutina cívica corporativa, subvencionando institutos de secundaria y patrocinando shows en la televisión pública, parece que no consiguen más que sospechas del público.
Pero desde dentro, todo esto parece muy diferente. Hay una dura competencia. Un sistema legal y político que parece desconcertado y aburrido, cuando no activamente hostil contra los intereses de los de telecomunicaciones. Hay una pérdida de moral, una profunda sensación de que ha desaparecido el control. El cambio tecnológico ha causado una pérdida de datos e ingresos a favor de otros nuevos medios de transmisión. Hay robos, y nuevas formas de robar, cada vez con una escala mayor de sofisticación y atrevimiento. Con todos estos factores, no fue ninguna sorpresa ver a los de telecomunicaciones, los grandes y los pequeños, cantar a coro una letanía de amargas quejas.
A finales del '88, y durante 1989, representantes del sector de las telecomunicaciones agudizaron sus quejas ante esos pocos miembros de los cuerpos de seguridad americanos que se dedicaban a intentar entender de qué hablaba la gente de telefonía. Los agentes de seguridad de telecomunicaciones habían descubierto el underground hacker, se habían infiltrado en él, y se habían alarmado ante su creciente experiencia. Aquí habían dado con un objetivo que no sólo era odioso, sino que estaba a punto para un contraataque.
Esos duros rivales: AT&T, MCI y Sprint - y una multitud de bebés Bell: PacBell, Bell South, Southwestern Bell, NYNEX, USWest, así como el consorcio de investigación de Bell, Bellcore, y el proveedor de servicio de larga distancia independiente Mid-American - iban a tener todos su papel en la gran persecución de hackers de 1990. Después de años de ser arrastrados y empujados, los de telecomunicaciones habían, al menos un poco, tomado de nuevo la iniciativa. Después de años de confusión, los de telecomunicaciones y los funcionarios del gobierno iban de nuevo a unir sus fuerzas en defensa del Sistema. El optimismo triunfaba; crecía el entusiasmo por todas partes; el sabor de la futura venganza era dulce.
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Desde el principio - incluso mucho antes de que la caza tuviera nombre - la confidencialidad era un gran problema. Había muchas buenas razones para mantener la confidencialidad en la caza de hackers. Los hackers y los roba-códigos eran presas astutas, listos para escabullirse hasta sus habitaciones y sótanos para destruir pruebas incriminatorias vitales ante la primera señal de peligro. Más aún, los propios delitos eran muy técnicos y difíciles de describir, incluso para la policía - más aún para el público en general.
Cuando dichos delitos *habían* sido descritos inteligiblemente al público en ocasiones anteriores, esa publicidad había hecho *aumentar* el número de delitos enormemente. Los especialistas en telecomunicaciones, a la vez que eran muy conscientes de las vulnerabilidades de sus sistemas, estaban muy interesados en no hacer públicas esas debilidades. La experiencia les había demostrado que esas debilidades, una vez descubiertas, serían aprovechadas sin piedad por miles de personas - no sólo por profesionales, hackers del underground y phreaks (hackers del mundo de la telefonía, especializados en conseguir servicio gratuito y asaltar centralitas), sino también por gente normal más o menos honrada, que consideraba que robarle servicio gratuito a la "Compañía Telefónica", sin rostro ni alma, era una especie de deporte de interior nada dañino. Cuando llegó el momento de proteger sus intereses, hacía tiempo que los de telecomunicaciones se habían alejado de la simpatía pública general causada por aquello de "la Voz con una Sonrisa". Ahora, la "Voz" de los de telecomunicaciones solía ser una computadora; y el público americano sentía un respeto y una gratitud inferiores a lo debido al buen servicio público legado por el Dr. Bell y el señor Vail. Al parecer, cuanto más usaban la alta tecnología y los computadores, cuanto más eficientes e impersonales se volvían los de telecomunicaciones, más sufrían el hosco resentimiento del público y su avaricia amoral.
Los cuerpos de policía encargados de las telecomunicaciones querían castigar al underground phreak, de la manera más pública y ejemplar posible. Querían dar duros ejemplos con los más importantes delincuentes, eliminar a los cabecillas e intimidar a los delincuentes de poca monta, desanimar y asustar a los locos aficionados a este tema, y meter en la cárcel a los delincuentes profesionales. Para hacer todo esto, la publicidad era vital.
Pero la confidencialidad de las operaciones también lo era. Si se corría la voz de que estaba en marcha una caza por todo el país, los hackers simplemente se desvanecerían; destruirían las pruebas, esconderían sus ordenadores, se enterrarían, y esperarían a que la campaña finalizara. Incluso los hackers jóvenes eran astutos y desconfiados, y en cuanto a los delincuentes profesionales, tendían a huir hacia la frontera estatal más cercana a la menor señal de peligro. Para que la caza funcionara en condiciones, todos tenían que ser sorprendidos con las manos en la masa y atrapados de repente, de un golpe, desde todos los puntos cardinales a la vez.
Y había otro motivo importante para mantener la confidencialidad. En el peor de los casos, una campaña abierta podría dejar a los de telecomunicaciones a merced de un devastador contraataque de los hackers. Si se suponía que había hackers que habían provocado la Caída del Sistema del 15 de enero - si había hackers verdaderamente hábiles, dispersos por el sistema de centralitas de larga distancia del país, y airados o asustados por la caza - entonces, podían reaccionar impredeciblemente a un intento de atraparlos. Incluso siendo cogidos, podían tener amigos con talento y deseos de venganza aún libres. Cabía la posibilidad de que el asunto se pusiera feo. Muy feo. Es más, era difícil simplemente imaginar lo feas que podían ponerse las cosas, dada esa posibilidad.
Un contraataque hacker era una verdadera preocupación para los de telecomunicaciones. En realidad, nunca sufrirían tal contraataque. Pero en los meses siguientes, les costó hacer público este concepto y lanzar terribles advertencias sobre él.
Sin embargo, éste era un riesgo que parecía valer la pena correr. Mejor arriesgarse a ataques vengativos que vivir a merced de potenciales revienta-sistemas. Cualquier policía habría asegurado que un chantaje no tenía un verdadero futuro.
Y la publicidad era algo tan útil... Los cuerpos de seguridad de una empresa, incluyendo a los de seguridad en telecomunicaciones, trabajan generalmente bajo condiciones de gran discreción. Y no ganan dinero para sus empresas. Su trabajo es *prevenir que se pierda* dinero, algo con bastante menos atractivo que conseguir verdaderos beneficios.
Si eres de un cuerpo de seguridad de una empresa, y haces un trabajo brillante, entonces a tu empresa no le ocurre nada malo. A causa de esto, aparentas ser totalmente superfluo. Éste es uno de los muchos aspectos poco atrayentes de trabajar en seguridad. Es raro que esta gente tenga la oportunidad de atraer alguna atención interesada en sus esfuerzos.
La publicidad también ha servido a los intereses de los amigos de los cuerpos de seguridad del estado y de la administración de justicia. Les encanta atraer el interés del público. Una causa sobre un caso de vital interés público puede lanzar la carrera de un fiscal. Y para un policía, una buena publicidad despierta el interés de los superiores; puede suponer una mención, un ascenso, o al menos un alza del status y el respeto ante los compañeros.
Pero conseguir a la vez publicidad y confidencialidad es como querer guardar un pastel y a la vez comérselo. En los meses siguientes, como veremos, este acto imposible causaría grandes dificultades a los agentes responsables de la caza. Pero al principio, parecía posible - quizás incluso deseable - que la caza pudiera combinar con éxito lo mejor de ambos mundos. La *detención* de hackers sería ampliamente publicitada. Los *motivos* de su detención, que eran técnicamente difíciles de explicar y cuya explicación podía poner en peligro la seguridad, permanecerían sin aclarar. La *amenaza* que suponían los hackers sería propagada a los cuatro vientos; las posibilidades reales de cometer tan temibles delitos se dejarían a la imaginación de la gente. Se daría publicidad a la extensión del underground informático, y su creciente sofisticación técnica; los auténticos hackers, la mayoría adolescentes con gafas y de raza blanca, habitantes de suburbios de clase media, no tendrían ninguna publicidad.
Parece ser que a ningún agente encargado de telecomunicaciones se le pasó por la cabeza que los hackers acusados demandarían un juicio; que los periodistas considerarían que hablar de ellos vendía; que ricos empresarios de alta tecnología ofrecerían apoyo moral y económico a las víctimas de la caza; que aparecerían jueces del Constitucional con sus maletines y el ceño fruncido. Esta posibilidad parece que no entró en la planificación del juego.
Y aunque hubiera entrado, probablemente no habría frenado la feroz persecución de un documento robado a una compañía telefónica, conocido como "Administración de Oficinas de Control de Servicios Mejorados de 911 para Servicios Especiales".+
En los capítulos siguientes, exploraremos los mundos de la policía y el underground informático, y la gran área de sombras en la que se superponen. Pero primero exploraremos el campo de batalla. Antes de abandonar el mundo de las telecomunicaciones, debemos comprender qué es un sistema de centralitas y de qué manera funciona el teléfono.
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Para el ciudadano de a pie, la idea del teléfono está representada por un *teléfono*, un dispositivo al que hablas. Para un profesional de las telecomunicaciones, sin embargo, el teléfono en sí mismo es denominado, de una manera arrogante, "subequipo". El "subequipo" de tu casa es un simple complemento, una lejana terminal nerviosa, de las centralitas que están clasificadas según niveles de jerarquía, hasta las centralitas electrónicas de larga distancia, que son algunas de las mayores computadoras del mundo.
Imaginemos que estamos, por ejemplo, en 1925, antes de la llegada de los ordenadores, cuando el sistema telefónico era más simple y de alguna manera más fácil de comprender. Imaginemos además que eres Miss Leticia Luthor, una operadora ficticia de Mamá Bell en el Nueva York de los años 20.
Básicamente, tú, Miss Luthor, *eres* el "sistema de centralitas". Te sientas frente a un gran panel vertical denominado "panel de cables", hecho de brillantes paneles de madera y con diez mil agujeros con bordes de metal perforados en él conocidos como conectores. Los ingenieros habrían puesto más agujeros en tu panel, pero diez mil son los que puedes alcanzar sin tener que levantarte de la silla.
Cada uno de estos diez mil agujeros tiene una pequeña bombilla eléctrica, denominada "piloto", y un código numérico cuidadosamente impreso.
Con la facilidad que da la costumbre, estás mirando el panel en busca de bombillas encendidas. Esto es lo que haces la mayor parte del tiempo, así que estás acostumbrada a ello.
Se enciende un piloto. Esto significa que el teléfono que hay al final de esa línea ha sido descolgado. Cada vez que se coge el auricular de un teléfono, se cierra un circuito en el teléfono que envía una señal a la oficina local, es decir, a ti, automáticamente. Puede ser alguien haciendo una llamada, o puede ser simplemente que el teléfono está descolgado, pero eso no te importa ahora. Lo primero que haces es anotar el número del piloto en tu libreta, con tu cuidada caligrafía de colegio privado americano. Esto es lo primero evidentemente para poder contabilizar la llamada.
Ahora coges la clavija del cable que utilizas para responder, que se une a tus cascos, y la enchufas en el conector encendido. Dices: "operadora".
En las clases que has recibido para ser operadora antes de empezar tu trabajo, se te ha dado un gran folleto lleno de respuestas hechas para una operadora, útiles para cualquier contingencia, que has tenido que memorizar. Se te ha enseñado también a emplear un tono de voz y una pronunciación sin rasgos étnicos o regionales. Rara vez tienes la ocasión de decir algo espontáneo a un cliente, y de hecho está mal visto (excepto en las centralitas rurales, donde la gente no tiene prisa).
La dura voz del usuario que está al final de la línea te da un número. Inmediatamente apuntas ese número en la libreta, después del número de la persona que llama que habías anotado antes. Entonces miras si el número al que quiere llamar este hombre está en tu panel, que suele ser lo habitual, ya que casi todas las llamadas son locales. Las llamadas de larga distancia cuestan tanto que la gente hace llamadas de este tipo con poca frecuencia.
Sólo entonces coges un cable de llamada de una estantería que está en la base del panel. Es un cable largo y elástico puesto en un carrete, de tal manera que volverá a enrollarse cuando lo desconectes. Hay muchos cables ahí abajo, y cuando están conectados varios a la vez, parece un nido de serpientes. Algunas de las chicas piensan que hay bichos viviendo en los huecos de esos cables. Los llaman "bichos de los cables" y se supone que te muerden y luego te sale un sarpullido. Tú, por supuesto, no te lo crees.
Cogiendo la clavija del cable de llamada, deslizas la punta hábilmente en el borde del conector de la persona a la que llaman. No la conectas del todo. Simplemente tocas el conector. Si oyes un chasquido, eso quiere decir que la línea está ocupada y que no puedes llamar. Si la línea está ocupada, tienes que conectar el cable de llamada a un "conector de línea ocupada", que dará un tono de "comunicando" en el teléfono de la persona que llama. De esta manera no tienes que hablar con él y asimilar su natural frustración.
Pero supongamos que no está comunicando. Así que terminas de enchufar el cable. Unos circuitos de tu panel hacen que suene el otro teléfono, y si alguien lo descuelga, comienza una conversación telefónica. Puedes oir esta conversación a través del cable de tus cascos, hasta que lo desconectas. De hecho podrías escuchar toda la conversación si quisieras, pero esto es duramente castigado por los jefes, y francamente, cuando ya has espiado una conversación, todas te parecen iguales.
Puedes determinar la duración de la conversación por la luz del piloto del cable de llamada, que está en la estantería de los cables de llamada. Cuando ha terminado, lo desconectas y el cable se enrolla solo en su carrete.
Después de hacer esto unos cuantos cientos de veces, te vuelves bastante hábil. De hecho estás conectando y desconectando diez, veinte o cuarenta cables a la vez. Es un trabajo manual realmente, en cierta forma gratificante, algo parecido a tejer en un telar.
En caso de que hubiera que hacer una llamada de larga distancia, sería diferente, pero no mucho. En lugar de establecer la llamada a través de tu panel local, tienes que ascender en la jerarquía y usar las líneas de larga distancia, denominadas "líneas troncales". Dependiendo de lo lejos que esté el destino, quizás la llamada tenga que pasar a través de varias operadoras, lo cual lleva un tiempo. La persona que llama no espera al teléfono mientras se negocia este complejo proceso atravesando el país de operadora en operadora. En vez de eso, cuelga, y tú le llamas cuando por fin la llamada ha sido establecida.
Después de cuatro o cinco años en este trabajo, te casas y tienes que dejar tu trabajo, cumpliendo el ciclo natural de vida de una mujer de la América de los años 20. La compañía telefónica tiene ahora que preparar a alguien para sustituirte - quizás a dos personas, porque mientras tanto el sistema telefónico ha crecido. Y esto cuesta dinero.
Es más, utilizar de cualquier manera a personas en un sistema de centralitas es muy caro. Ocho mil Leticias Luthor causarían problemas, pero un cuarto de millón de ellas es un planteamiento de organización militar que hace que tomar medidas drásticas para automatizar la tarea sea económicamente viable.
Aunque el sistema telefónico sigue creciendo hoy en día, el número de personas empleadas en el sector de las telecomunicaciones ha ido disminuyendo con los años. Los "operadores" telefónicos se enfrentan solamente con contingencias poco habituales, ya que todas las operaciones rutinarias recaen ahora en máquinas. En consecuencia, los operadores de hoy en día se parecen menos a las máquinas, y se sabe que tienen acento y características propias en sus voces. Cuando das con un operador humano de hoy, es mucho más "humano" que en los tiempos de Leticia - pero por otro lado, es más difícil cruzarse con seres humanos en el sistema telefónico.
Hacia la primera mitad del siglo XX, fueron introduciéndose lentamente sistemas "electromecánicos" de centralitas en el sistema telefónico, con una complejidad cada vez mayor. En algunos lugares apartados, todavía sobreviven algunos de estos sistemas híbridos. Pero hacia 1965, el sistema telefónico se volvió totalmente electrónico, y éste es de lejos el modelo dominante hoy en día. Los sistemas electromecánicos tienen "travesaños" y "escobillas", y otras grandes piezas mecánicas móviles, que, aunque son más rápidas y baratas que Leticia, todavía son lentas y tienden a estropearse con frecuencia.
Pero los sistemas totalmente electrónicos están introducidos en chips de silicio, alcanzan velocidades asombrosas, son baratos y muy duraderos. Su mantenimiento es más barato que incluso el de los mejores sistemas electromecánicos, y ocupan la mitad de espacio. Y cada año los chips son aún más pequeños, más baratos y más rápidos. Y lo mejor de todo, los sistemas electrónicos automatizados trabajan durante todas las horas del día y no hay que pagarles sueldo ni seguro médico.
Utilizar chips tiene sin embargo bastantes inconvenientes importantes. Cuando se estropean, es un gran desafío averiguar qué demonios ha fallado. Un cable roto era generalmente un problema lo suficientemente grande como para verse. Un chip roto tiene invisibles fallos microscópicos. Y los fallos de software pueden ser tan sutiles como para convertirse en cuestiones teológicas.
Si quieres que un sistema mecánico haga algo nuevo, tendrás que ir al punto adecuado, sacar algunas piezas y poner en su lugar piezas nuevas. Esto cuesta dinero. Sin embargo, si quieres que un chip haga algo nuevo, todo lo que has de hacer es cambiar el software, algo fácil, rápido y tirado de precio. Ni siquiera tienes que ver el chip para cambiar su programación. Aunque vieras el chip, daría igual. Un chip con el programa X no tiene un aspecto diferente al de uno con el programa Y.
Con los códigos apropiados y las secuencias de órdenes apropiadas, y pudiendo acceder a líneas telefónicas especializadas, puedes modificar los sistemas electrónicos de centralitas de cualquier parte de América desde cualquier lugar.
Y eso lo pueden hacer algunas personas. Si saben cómo, pueden entrar en el software de algún microchip a través de las líneas especiales y organizar una estafa sin dejar ningún rastro físico. Si entraran a mano armada en la oficina de centralitas y encañonaran a Leticia, sería demasiado descarado. Si se colaran en un edificio de telecomunicaciones y fueran a por un sistema electromecánico cargados de herramientas, esto dejaría muchas pistas. Pero la gente puede hacer multitud de cosas sorprendentes a un sistema electrónico simplemente tecleando, y hoy en día hay teclados por todas partes. La extensión de esta vulnerabilidad es profunda, oscura, amplia, casi inconcebible, y ésta es una realidad absoluta en cualquier ordenador conectado a una red.
Los expertos en seguridad han insistido durante los últimos veinte años, cada vez más apremiantemente, en que esta vulnerabilidad básica de los ordenadores representa un nivel de riesgo completamente nuevo, de un potencial desconocido pero obviamente terrible para la sociedad. Y tienen razón.
Una centralita electrónica hace prácticamente el mismo trabajo que hacía Leticia, con la diferencia de que lo hace en nanosegundos y en una escala mucho mayor. Comparada con los diez mil conectores de Miss Luthor, incluso una primitiva centralita electrónica 1ESS, de la "cosecha" de los '60, tiene unas 128.000 líneas. Y el actual sistema de AT&T es la monstruosa quinta generación, a 5ESS.
Una centralita electrónica puede comprobar todas las líneas de su "panel" en una décima de segundo, y hace esto continuamente, sin cansarse, hora tras hora. En lugar de ojos tiene "sondas" para comprobar la situación de cada línea local y troncal. En lugar de manos, tiene "distribuidores de señal", "distribuidores centrales de pulsos", "relés magnéticos" e "interruptores de lengüeta", que completan e interrumpen las llamadas. En lugar de un cerebro, tiene un "procesador central". En lugar de un manual de instrucciones, tiene un programa. En lugar de una libreta escrita a mano para anotar y llevar la contabilidad de las llamadas, tiene cintas magnéticas. Y no tiene que hablar con nadie. Todo lo que tiene que "decirle" un usuario lo recibe por la pulsación de teclas del teléfono.
Aunque una centralita no puede hablar, necesita una interfaz, alguna manera de comunicarse con sus, eeh, jefes. Esta interfaz es denominada "centro principal de control". (Esta interfaz podría llamarse simplemente "interfaz", ya que en realidad no controla las llamadas telefónicas directamente. Sin embargo, un término como "Centro Principal de Control" es la clase de retórica que los ingenieros de mantenimiento de telecomunicaciones -y los hackers- consideran gratificante).
Usando el centro principal de control, un ingeniero de telefonía puede buscar errores en las líneas locales y troncales. Él (rara vez ella) puede comprobar varias pantallas de alarma, medir el tráfico en las líneas, examinar los registros de uso de un teléfono y el coste de esas llamadas, y cambiar la programación.
Y, por supuesto, cualquier otra persona que acceda al centro principal de control remotamente también puede hacer estas cosas, si él (rara vez ella) es capaz de imaginarse cómo hacerlo, o, mejor aún, ha conseguido averiguarlo robándole los datos necesarios a alguien que sabía cómo hacerlo.
En 1989 y 1990, una RBOC, BellSouth, que se sentía en dificultades, gastó al parecer 1.200.000 dólares en seguridad. Algunos consideran que gastó en realidad dos millones teniendo en cuenta gastos asociados. Dos millones de doláres son muy poco comparado con el gran ahorro que suponen los sistemas electrónicos de telefonía.
Lamentablemente, los ordenadores son estúpidos. A diferencia de los seres humanos, los ordenadores poseen la profunda estupidez de lo inanimado.
En los '60, durante las primeras oleadas de informatización, se hablaba con facilidad sobre la estupidez de los ordenadores - se decía que "sólo podían ejecutar su programación" y se les pedía que hicieran "sólo lo que se les decía que hicieran". Se ha empezado a hablar menos de la estupidez de los ordenadores desde que empezaron a conseguir la categoría de gran maestro en torneos de ajedrez, y manifestar otras características de una aparente inteligencia.
Sea como sea, los ordenadores son *aún* profundamente frágiles y estúpidos; simplemente su fragilidad y su estupidez es mucho más sutil. Los ordenadores de los '90 tienen componentes mucho más fiables que los de los primeros sistemas, pero también se les hace ejecutar tareas mucho más complejas bajo condiciones mucho más difíciles.
En un nivel matemático básico, cada línea de un software ofrece alguna posibilidad de fallo. El software no permanece estático cuando se ejecuta; está "corriendo", interactuando consigo mismo y con sus entradas y salidas. Es como una masa que adopta millones de posibles formas y condiciones, tantas formas que nunca pueden probarse todas del todo, ni siquiera en el tiempo de vida del universo. Y a veces la masa se rompe.
Eso que llamamos "software" no se parece a ninguna de aquellas cosas en las que la sociedad humana está acostumbrada a pensar. El software se parece a una máquina, a matemáticas, a un lenguaje, a pensamiento, arte, información... pero el sofware no es en realidad ninguna de estas cosas. Esa cualidad multiforme del software es una de las cosas que lo hace fascinante. También lo hace muy poderoso, muy sutil, muy impredecible y muy arriesgado.
Algunos programas son malos y están llenos de errores. Otros son "robustos", incluso "a prueba de balas". El mejor software es aquél que ha sido probado por miles de usuarios bajo miles de condiciones diferentes durante años. Entonces es denominado "estable". Esto *no* quiere decir que el software sea ahora perfecto y que esté libre de errores. Generalmente quiere decir que hay muchos errores, pero han sido identificados correctamente y se han hallado sus causas.
No hay ninguna manera de asegurar que un programa esté libre de errores. Aunque el software es de naturaleza matemática, no puede ser "demostrado" como un teorema matemático; el software se parece más al lenguaje, con ambigüedades inherentes, con definiciones diferentes, con suposiciones diferentes, y diferentes niveles de significado que pueden entrar en conflicto.
Los seres humanos pueden arreglárselas más o menos con los lenguajes humanos porque podemos captar su esencia.
Los ordenadores, a pesar de años de esfuerzos en la "inteligencia artificial", han demostrado que se les da terriblemente mal "captar la esencia". El más insignificante bit erróneo puede tumbar al ordenador más potente. Una de las cosas más complicadas trabajando con un programa de ordenador es intentar mejorarlo - para intentar hacerlo más seguro. Los "parches" de software son un software nuevo, no probado e "inestable", por definición más peligroso.
El sistema telefónico moderno ha acabado dependiendo total e irreversiblemente del software. Y la Caída del Sistema del 15 de enero de 1990 fue causado por una "mejora" del software. O mejor dicho, un *intento* de mejorarlo.
Lo que ocurrió, el problema en esencia, tenía esta forma: Se escribió una parte de software de telecomunicaciones en C, un lenguaje estándar en el campo de las telecomunicaciones. En este programa en C hay una larga sentencia "do-while". Este "do-while" tenía una sentencia "switch". Este "switch" tenía un "if". Este "if" tenía un "break". *Se suponía* que el "break" hacía que el flujo del programa sólo saliera del "if". En realidad, salía del "switch".
Este fue el problema, la verdadera razón por la que la gente que descolgó el teléfono el 15 de enero de 1990 no pudo llamar a nadie.
O al menos ésta fue la sutil y abstracta raíz ciberespacial del problema. Ésta fue la manera en la que el problema de programación se manifestó en el mundo real:
El Sistema 7 de las centralitas 4ESS de AT&T, el "Software Genérico 44E14 de Oficina Principal de Centralitas", ha sido probado muchas veces y estaba considerado como muy estable. A finales de 1989, ochenta de los sistemas de centralitas de AT&T de todo el país habían sido programados con el nuevo software. Por precaución, se había seguido utilizando en otras treinta y cuatro centralitas el Sistema 6, más lento y con menos capacidades, porque AT&T sospechaba que podría haber problemas con la nueva red de Sistema 7 de sofisticación sin precedentes.
Las centralitas con Sistema 7 estaban programadas para pasar a una red de respaldo en caso de problemas. A mediados de diciembre de 1989, sin embargo, se distribuyó un nuevo parche de software de gran velocidad y seguridad a cada una de las centralitas 4ESS que les permitiría trabajar aún más rápido y hacer que la red de Sistema 7 fuera aún más segura.
Desafortunadamente, cada una de estas centralitas 4ESS tenía ahora un pequeño pero mortal fallo.
Para mantener la red, los enlaces conectores de línea de las centralitas deben comprobar las condiciones del resto de enlaces - si están listos y funcionando, si están parados momentáneamente, si tienen sobrecarga y necesitan ayuda... El nuevo software ayudaba a controlar esta función monitorizando el status de otros enlaces.
A un enlace de una 4ESS que tenga dificultades sólo le lleva entre cuatro y seis segundos deshacerse de todas sus llamadas, dejar todo temporalmente, y reinicializar su software. Reinicializar generalmente liberará al enlace de cualquier problema de software que se haya desarrollado durante la ejecución del sistema. Los errores que aparezcan serán simplemente barridos por este proceso. Es una idea inteligente. Este proceso de reinicialización automática se conoce como "rutina normal de recuperación de fallo". Dado que el software de AT&T es excepcionalmente estable, sus sistemas rara vez tienen que ejecutar una "recuperación de fallo"; pero AT&T siempre ha alardeado de su fiabilidad en el "mundo real", y esta táctica es una rutina similar a llevar cinturón y tirantes a la vez.
Los enlaces de las 4ESS usaban su nuevo software para monitorizar los enlaces de alrededor al recuperarse de fallos. A medida que otros enlaces volvían a conectarse tras recuperarse, enviaban señales "OK" al enlace. El enlace hacía una anotación sobre esto en su "mapa de status", confirmando que el enlace vecino estaba de vuelta y listo para funcionar, y que podía recibir algunas llamadas y ponerse a trabajar.
Desafortunadamente, mientras el enlace estaba atareado anotando en el mapa de status, el pequeño fallo en el nuevo software entraba en juego. El error hacía que el enlace 4ESS interactuara, sutil pero drásticamente, con las llamadas telefónicas que recibía hechas por personas. Si -y sólo si- dos llamadas coincidían en el mismo enlace en menos de una centésima de segundo, una pequeña parte del programa y los datos era estropeada por el error.
Pero el enlace estaba programado para monitorizarse a sí mismo constantemente en busca de cualquier dato dañado. Cuando el enlace percibía que sus datos habían sido dañados de alguna manera, entonces se desconectaba para hacer reparaciones de urgencia en su software. Enviaba una señal a los enlaces de alrededor para que no le mandaran trabajo. Entraba en el modo de recuperación de fallos durante unos cinco segundos. Y después, el enlace volvería a funcionar, y enviaría su señal "OK, listo para trabajar".
Sin embargo, la señal "OK, listo para trabajar" era lo que *precisamente* antes había hecho que el enlace se desconectara. Y *todos* los enlaces del Sistema 7 tenían el mismo fallo en su software de mapa de status. Tan pronto como se detuvieran para anotar que sus enlaces vecinos estaban funcionando, entonces también estarían expuestos a la pequeña posibilidad de que les llegaran dos llamadas en menos de una centésima de segundo.
A eso de las 14:25 horas de la Costa Este, un lunes 15 de enero, uno de los enlaces del sistema de centralitas de llamadas interurbanas de Nueva York tuvo un pequeño fallo normal. Entró en la rutina de recuperación de fallos, emitió la señal "Me desconecto", y después emitió la señal "He vuelto, estoy en funcionamiento". Y este alegre mensaje se extendió por la red hasta llegar a muchos de sus enlaces 4ESS vecinos.
Muchos de los enlaces se libraron del problema en este primer momento. Estos enlaces afortunados no sufrieron la coincidencia de la llegada de dos llamadas en menos de una centésima. Su software no falló - en este primer momento. Pero tres enlaces - en Atlanta, Saint Louis y Detroit - no tuvieron suerte, y fueron cogidos repletos de trabajo. Y se desconectaron. Y se reconectaron rápidamente. Y ellos también emitieron el letal mensaje "OK", activando el error en el software de otros enlaces.
A medida que más y más enlaces tenían esa pequeña mala suerte y se colapsaban, el tráfico de llamadas empezó a concentrarse más y más en los enlaces que seguían funcionando, que estaban manteniendo la carga de trabajo a duras penas. Y claro está, a medida que se concentraban las llamadas sobre cada vez menos enlaces, *aumentaban* las posibilidades de recibir dos llamadas en menos de una centésima.
A un enlace tan sólo le llevaba cuatro segundos reponerse. No había ningún daño *físico* en los enlaces después de todo. Físicamente, estaban funcionando a la perfección. La situación era "sólo" un problema de software.
Pero los enlaces 4ESS estaban conectándose y desconectándose cada cinco segundos, en una ola que se extendía con virulencia por América, con una total y maniaca estupidez mecánica. Siguieron estropeándose unos a otros con sus contagiosos mensajes de "OK".
La reacción en cadena tardó unos diez minutos en paralizar la red. Incluso así, algunos enlaces consiguieron arreglárselas para de vez en cuando recuperar sus condiciones normales de trabajo. Muchas llamadas -millones de ellas- estaban consiguiendo llegar a su destino. Pero muchos millones no podían.
Las centralitas que usaban el Sistema 6 no fueron afectadas directamente por el fallo. Gracias a estos enlaces antiguos, el sistema nacional de AT&T evitó el colapso total. Este hecho también permitió a los ingenieros descubrir que el fallo estaba en el Sistema 7.
Varios ingenieros de Bell Labs, trabajando febrilmente en New Jersey, Illinois y Ohio, probaron primero a arreglar el estropeado Sistema 7 con todo el repertorio de soluciones habituales para la red. Ninguna sirvió de nada, por supuesto, ya que nunca había ocurrido algo como esto a ningún sistema telefónico hasta entonces.
Desconectando del todo la red de respaldo de seguridad, consiguieron reducir el frenesí de señales "OK" a la mitad. El sistema empezó a recuperarse al disminuir la reacción en cadena. Hacia las 23:30 del lunes 15 de enero, cerca de la medianoche, los sudorosos ingenieros lanzaron un suspiro de alivio al ver cómo el último enlace se ponía en marcha.
El martes estuvieron desinstalando todo el nuevo software de las 4ESS e instalando una versión anterior del Sistema 7.
Si se hubiera tratado de operadores humanos, en vez de ordenadores, simplemente alguno habría dejado de gritar en algún momento. Habría sido *obvio* que la situación no era como para decir "OK", y el sentido común habría reaccionado. Los seres humanos tienen sentido común - al menos hasta cierto punto. Los ordenadores no.
Por otra parte, los ordenadores pueden atender cientos de llamadas por segundo. Los humanos no pueden. Aunque toda la población de América trabajara para la compañía telefónica, no podríamos alcanzar las prestaciones de las centralitas digitales: llamada directa, tres tipos de llamada, llamadas urgentes, llamada en espera, recepción de un identificador de la persona que llama, y todo el resto de accesorios de la parafernalia digital. Sustituir los ordenadores por personas no es ya una opción posible.
Y a pesar de todo, anacrónicamente, aún esperamos que haya humanos manteniendo nuestro sistema telefónico. Nos cuesta entender que hemos sacrificado grandes cantidades de iniciativa y control a poderosas pero insensibles máquinas. Cuando los teléfonos fallan, queremos que haya un responsable. Queremos poder culpar a alguien.
Cuando ocurrió el Fallo del Sistema del 15 de enero, la población americana no estaba preparada para entender que pueden ocurrir enormes catástrofes en el ciberespacio, como el propio Fallo, y que puede no haber un culpable en concreto. Era más sencillo creer, quizás incluso de alguna extraña manera era más tranquilizador creer, que alguna persona malvada, o algún maligno grupo, nos había hecho esto. Los "hackers" lo habían hecho. Con un virus. Un caballo de Troya. Una bomba de software. Una sucia conspiración de alguna clase. Había gente que creía esto, gente con puestos de responsabilidad. En 1990 se pusieron a buscar intensivamente evidencias que confirmaran sus sospechas.
Y miraron en muchos sitios.
Ya en 1991, sin embargo, los perfiles de una realidad aparentemente nueva empezaron a emerger de la niebla.
El 1 y el 2 de julio de 1991, varios colapsos en el software de diversas centralitas interrumpieron el servicio en Washington DC, Pittsburgh, Los Ángeles y San Francisco. De nuevo problemas de mantenimiento aparentemente pequeños habían reventado el Sistema 7. Este Fallo del 1 de julio de 1991 afectó a unos doce millones de personas.
En el New York Times se leía: "Los directivos de compañías telefónicas y los funcionarios federales del sector dicen que no descartan la posibilidad de un sabotaje por hackers, pero la mayoría parece pensar que el problema reside en un desconocido defecto en el software que mantiene las redes."
Y para confirmarlo, la misma semana del Fallo, una avergonzada compañía de software, DSC Communications Corporation, de Plano, Texas, admitió ser la responsable de determinados "problemas técnicos" en el software que DSC había diseñado para Bell Atlantic y Pacific Bell. La causa directa del Fallo del 1 de julio fue un único carácter erróneo: un pequeño fallo al escribir una única línea de software. Una letra equivocada, en una única línea, había privado a la capital del país de su servicio telefónico. No era especialmente sorprendente que este pequeño fallo hubiera pasado desapercibido: una centralita típica con Sistema 7 requiere unos *diez millones* de líneas de código.
El martes 17 de septiembre de 1991 tuvo lugar el fallo de servicio más espectacular de todos. Éste no tuvo nada que ver con fallos de software - al menos, no directamente. En lugar de eso, un grupo de centralitas de AT&T de Nueva York simplemente se habían quedado sin suministro eléctrico y estaban desconectadas. Habían fallado las baterías de emergencia. Se suponía que los sistemas de alarma automáticos habrían advertido del fallo en las baterías, pero estos sistemas automáticos también fallaron.
Esta vez, los aeropuertos de Newark, La Guardia y el Kennedy perdieron sus servicios de voz y datos. Este horrible suceso era especialmente irónico, ya que los ataques a ordenadores de los aeropuertos por parte de hackers habían sido durante mucho tiempo un escenario de pesadilla habitual, voceado por expertos en seguridad de ordenadores que temían al underground informático. Incluso se había rodado una película sobre siniestros hackers destrozando los sistemas de ordenadores de los aeropuertos - "Arma Letal II".
Ahora la propia AT&T había bloqueado los aeropuertos con fallos en los ordenadores - no sólo un aeropuerto, sino tres a la vez, algunos de los de más tráfico del planeta.
El tráfico aereo se paralizó en el área del Gran New York, provocando la cancelación de más de 500 vuelos, en una ola que se extendió por toda América y que incluso llegó a Europa. Otros aproximadamente 500 vuelos fueron retrasados, afectando en total a unos 85.000 pasajeros. (Uno de ellos era por cierto el presidente de la FCC, la Comisión Federal de Comunicaciones).
Los pasajeros que se habían quedado en tierra en New York y New Jersey aumentaron aún más su cólera al ver que ni siquiera podían hacer llamadas de larga distancia para avisar de su llegada con retraso a sus seres queridos o a sus socios de negocios. Debido al fallo no pudieron hacerse alrededor de cuatro millones y medio de llamadas locales y medio millón de llamadas internacionales.
El Fallo de New York del 17 de septiembre, a diferencia de los anteriores, no trajo consigo rumores sobre fechorías de los hackers. Al contrario, en 1991 la propia AT&T estaba sufriendo la mayoría del vilipendio que antes se había dirigido contra los hackers. Los congresistas no estaban contentos. Tampoco los funcionarios estatales y federales encargados de las comunicaciones. Y tampoco lo estaba la prensa.
Por su parte, MCI, la vieja rival, publicó maliciosos anuncios de periódico del tamaño de una página ofreciendo sus servicios de larga distancia para "la próxima vez que fallara AT&T".
"Nunca se vería a una compañía con clase como AT&T publicar ese tipo de anuncios", protestó el Presidente AT&T, Robert Allen, sin resultar muy convincente. Una vez más se publicó la página de disculpas de AT&T en los periódicos, disculpas por "una inexcusable coincidencia de fallos humanos y mecánicos". (Esta vez, sin embargo, AT&T no ofreció ningún descuento en llamadas. Algunos crueles críticos sugirieron que AT&T no quería sentar un precedente para la compensación de las pérdidas económicas causadas por los fallos en el servicio).
La prensa del sector preguntó públicamente si AT&T se había quedado "dormida en la centralita". La red telefónica, la supuesta maravilla americana de fiabilidad de alta tecnología, se había venido abajo tres veces en dieciocho meses. La revista *Fortune* incluía al Fallo del 17 de septiembre en la lista de "Las Mayores Pifias Empresariales de 1991", parodiando cruelmente la campaña publicitaria de AT&T en un artículo titulado "AT&T Quiere Que Vuelvas (Al Suelo con Seguridad, Gracias a Dios)".
¿Por qué se habían quedado sin suministro eléctrico estos sistemas de centralitas de Nueva York? Porque ningún humano había prestado atención al sistema de alarma. ¿Por qué los sistemas de alarma sonaron estruendosamente sin que ningún ser humano se diera cuenta? Porque los tres técnicos de telecomunicaciones que *deberían* haber estado escuchando la alarma se habían ausentado de sus puestos en la sala de suministro eléctrico, y estaban en otra planta del edificio - en una clase. ¡Una clase sobre el sistema de alarma de la sala de suministro eléctrico!
"Reventar el Sistema" dejó de ser algo "sin precedentes" a finales de 1991. Al contrario, dejó de parecer algo imposible. En 1991 estaba claro que ni todos los policías del mundo podrían ya "proteger" de fallos al sistema telefónico. Los peores fallos que había tenido el sistema habían sido causados por el propio sistema. Y esta vez nadie dijo petulantemente que esto era una anomalía, algo que nunca más volvería a ocurrir. En 1991, los defensores del Sistema habían dado con su indefinido Enemigo, y el Enemigo era el Sistema.

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